Ya he utilizado algún material de José Natanson, Director de
Le Monde Diplomatique para el Cono Sur, porque suele ser muy sólido y objetivo.
Así es esta Editorial que comparto: describe la dureza de la
situación que deberá afrontar Alberto Fernández si fuera elegido Presidente,
como puede serlo, hasta en primera vuelta, comparándolo con la etapa del 2001
de Néstor Kirchner. Además, traza líneas de acción desde el menemismo en adelante.
Es cierto que no es un panorama tranquilizador, como tampoco
lo es el presente argentino, por cierto, pero hay elementos que permiten la
esperanza, aunque debamos aprestarnos a una dura tarea. Esta esperanza es más
cualitativa que otra cosa, pero, en realidad, las gestas de los pueblos tienen
más que ver con lo espiritual que con lo material.
Si recordamos el Cruce de los Andes como buenos mendocinos
sanmartinianos, tendremos un buen ejemplo de lo que escribo. Claro, me dirán que
al frente estaba San Martín nada menos, pero es justamente su espíritu el que
debemos revivir en nosotros y nosotras.
Conozco a muchos/as argentinos/as, patriotas y guapos/as,
capaces y experimentados/as, que se arremangarán para afrontar este desafío –me
incluyo- y comenzar el repechaje que nos lleve a la Patria exitosa y feliz que
merecemos.
TENEMOS UNA OPORTUNIDAD QUE PARECÍA
POCO PROBABLE, NO LA DESAPROVECHEMOS.
Revival nestorista
Por José Natanson
EDICIÓN SEPTIEMBRE 2019 | N°243EDITORIAL
“Quizás no lo recuerdes, pero junto a Néstor Kirchner ayudé
a sacar el país de la crisis”. La primera frase del primer spot de campaña de
Alberto Fernández contenía ya el núcleo de su propuesta política: recrear el
nestorismo como salida al drama generado por el gobierno de Mauricio Macri, es
decir reconstruir el exitoso experimento que comenzó en 2003 y se extendió
hasta el conflicto del campo de 2008, y que fue básicamente tres cosas: un
programa económico heterodoxo, una amplia coalición política y un plus
simbólico. No debe ser casual que varios de los protagonistas de la actualidad
–Alberto, pero también Roberto Lavagna, Guillermo Nielsen y Martín Redrado–
remitan al 2003. La pregunta es si el revival es posible y, en ese caso, cómo.
Veamos.
Restricciones
Lo primero que hay que destacar es el contexto económico,
que dieciséis años más tarde es muy diferente del 2003. Néstor heredó un país
en terapia intensiva pero situado en el inicio de un proceso de recuperación
cuyos pilares, el tipo de cambio alto y las retenciones, ya habían comenzado a
construirse. Parte del trabajo sucio, según la desdichada metáfora policíaca a
que suelen recurrir los economistas, había sido completado: acorralado por el
mercado, el gobierno de Eduardo Duhalde había aceptado el fin de la
convertibilidad, dispuesto una devaluación, pesificado los depósitos y las
deudas y congelado las tarifas de los servicios públicos (1). Por otro lado, la
llegada del kirchnerismo al poder coincidió con el inicio del súper ciclo de
los commodities, que experimentaron una trayectoria ascendente que coincidió
casi matemáticamente con la consolidación política del nuevo gobierno: la soja
tocó el máximo de 600 dólares en 2008 y luego comenzó un descenso que, salvo
alguna suba puntual, se mantuvo, hasta llegar a unos 300 dólares en la
actualidad.
Alberto recibirá una macroeconomía al borde del colapso pero
que no viene de un cambio de régimen, de una ruptura masiva de contratos
equivalente a la del 2001. Esto, que en una primera mirada superficial podría
facilitarle las cosas, más bien se las complica, porque reduce su margen de
maniobra, que cuando Néstor asumió era casi absoluto. La cuestión de la deuda
ilustra esta idea: el default declarado por Adolfo Rodríguez Saá puso a
Argentina en una situación de excepción que, si por un lado cerró cualquier
chance de conseguir financiamiento internacional, por otro le permitió destinar
la totalidad de los dólares generados por las buenas cosechas de aquellos años
a las necesidades internas. En otras palabras: el default fue un drama de largo
plazo pero que, en el corto plazo, hasta la renegociación de marzo de 2005, abrió
una “ventana de dólares” que permitió volcar todos los excedentes de divisas a
financiar el incipiente crecimiento.
En contraste, Alberto recibirá un país con compromisos
pendientes que comenzarán a vencer la semana misma en la que asuma el poder.
Las chances de evitar una caída aun mayor dependerán de un respaldo popular lo
suficientemente contundente como para negociar desde una posición de fuerza con
el FMI, que a cambio de extender los plazos exigirá una serie de reformas. Si,
como todo indica, el Frente de Todos consigue una amplia legitimidad, el nuevo
gobierno podrá apelar a la amenaza del oso: el FMI depende tanto de Argentina
como Argentina del FMI, ya que nuestro país concentra la mitad de los préstamos
(2).
Otra diferencia importante es la gigantesca red de
protección que se mantiene en pie. Aprovechando la estructura de la ANSES, ese
“gran pagador” de la política modernizado durante el menemismo y transformado
en eficiente herramienta de contención social durante el kirchnerismo, el
gobierno de Cambiemos mantuvo la Asignación Universal por Hijo y las
jubilaciones universales, que perdieron capacidad adquisitiva pero no
desaparecieron del todo. Al mismo tiempo, incrementó la cantidad de planes
sociales focalizados –los viejos Argentina Trabaja y Ellas Hacen– hasta
llevarlos a 500 mil (3): la estructuración de la asistencia social focalizada
en cooperativas tras la crisis del 2001 permitió transformar en células
identificables y cuantificables lo que antes era una masa difícil de gestionar,
es decir que ayudó a gestionar el caos del territorio, y es una de las
explicaciones más convincentes de la notable tranquilidad social con la que se
está tramitando la transición pos macrista.
Exterior
Sin embargo, quizás la diferencia más significativa entre 2003
y 2019, y de la que menos se habla, sea el contexto internacional. Kirchner
llegó al gobierno en un momento de distracción relativa de Estados Unidos
respecto de América Latina: la caída del Muro de Berlín había cancelado el
riesgo de un alineamiento comunista alla
cubana y los atentados del 11 de Septiembre habían desplazado su atención hacia
Medio Oriente, lo que creó una cierta distensión geopolítica en su patio
trasero que permitió la llegada al poder de una serie de dirigentes y fuerzas
que en el pasado hubieran sido bloqueadas por vía de la desestabilización o el
golpe de Estado. En este marco, el primer kirchnerismo coincidió con –y
contribuyó a fortalecer– el giro a la izquierda, una ola regional impulsada por
los precios de las materias primas que fue construyendo un “parecido de
familia” entre diferentes gobiernos. Aunque los resultados en términos de
integración regional y productiva no fueron los esperados, la sintonía política
resultó clave para ciertas medidas: por caso, la decisión de Kirchner de pagar
la deuda y desengancharse del FMI fue anunciada tres días después de la de Lula
(y ocho meses antes de la de Tabaré Vázquez).
El menemismo también sintonizó con un momento de la región y
del mundo, en aquel caso marcado por la globalización y el Consenso de
Washington, al igual que Perón y su industrialización de posguerra. Y en este
sentido, si el peronismo es menos un partido que la astucia para amoldarse a un
cierto momento histórico, el arte de interpretar un tiempo, el gobierno de
Alberto Fernández asumirá en un panorama todavía difícil de descifrar, marcado
por el reflujo proteccionista de Estados Unidos, el ascenso de los
nacionalismos en Europa y una región en la que viejos amigos como Evo Morales
conviven con la imprevisibilidad de Jair Bolsonaro y la mochila de plomo del
chavismo venezolano.
La disputa cada vez más abierta entre Estados Unidos y
China, que, bajo la superficie de una guerra comercial esconde una batalla
tecnológica, política y militar, es el fondo sobre el que se recortan estos
movimientos. Y quizás también una oportunidad: con discreción y destreza, una
cancillería astuta podría aprovechar esta creciente bipolaridad para sacar el
máximo partido de ambas potencias, por ejemplo el apoyo de Estados Unidos en
los organismos internacionales y las inversiones de China en infraestructura,
que es más o menos el flirt de política exterior que vienen ensayando otros
países latinoamericanos insospechados de populismo, como Perú o Chile, y lo que
podría haber hecho Macri si no hubiera sido tan dogmático en su concepción del
mundo.
Confederación
peronista
Por los motivos señalados, un panorama complejo espera al
probable gobierno de Alberto, cuyo éxito económico dependerá también de su
capacidad para construir una coalición amplia y estable que articule las
diferentes instancias de lo que Julio Burdman llama el “Estado peronista” (4):
los gobernadores, esos mini-gobernadores sin recursos que son los intendentes
del conurbano, los sindicatos, las heterogéneas mayorías parlamentarias y el
movimiento político-cultural kirchnerista. Por personalidad, experiencia y
porque su candidatura es el resultado de un fenómeno eminentemente partidario,
Alberto podría convertirse en el jefe de esta confederación, un facilitador y
coordinador capaz de ser un poco Néstor, pero también un poco Duhalde.
Pero antes deberá atravesar la transición. El extravagante
panorama que dejaron las primarias de agosto –un presidente prácticamente
electo que aún no fue votado y otro que es formalmente el presidente, pero carece
de poder– define los contornos de un escenario frágil, que se tambalea con una
nueva disparada del dólar y un desplome de las acciones y los bonos.
Las medidas anunciadas por Hernán Lacunza al cierre de esta
edición buscan contener el precio del dólar y evitar una espiralización de la
crisis que arrastre al sistema financiero y termine en un nuevo default
desordenado de la deuda. Para ello, el ministro convocó a los referentes
opositores y anunció el envío de un proyecto de ley al Congreso Nacional que le
dé cierta solidez al paquete.
Pero Alberto es institucionalmente apenas un candidato más.
Su propuesta es renegociar los compromisos con el Fondo, tarea que no podrá
encarar hasta tanto no sea elegido formalmente presidente. Resulta difícil, por
otro lado, explicitar un programa económico en este momento, cuando no se sabe
cuánto va a costar el dólar, si la inflación va a superar el 50 por ciento, si
el Banco Central conservará un nivel razonable de reservas y si los bancos
sufrirán una corrida.
El casi seguro próximo presidente camina por una cornisa
finita. Para no caerse requerirá acuerdos sólidos, una política económica capaz
de encarar muchos problemas de manera simultánea y un extraordinario sentido
del equilibrio. γ
El 10 de septiembre mi esposa trajo a mi casa el ejemplar
del día del Diario Jornada, una publicación de distribución gratuita de
Mendoza. Como nota de opinión encontré lo que comparto abajo. Lo hago no por la
novedad del tema, ni por su actualidad, ya que hace referencia al golpe militar
que recordamos el 6 de septiembre, sino porque agrega aspectos no tan
habituales en los análisis de este hecho histórico
El primero es el título: LA PRIMERA
DICTADURA
No es lo mismo hablar de un golpe militar que de una
dictadura que inició un largo y triste ciclo de intervenciones militares en el
gobierno de los argentinos que retrasaron y perjudicaron el ejercicio de la
democracia en nuestro país. Es un clásico en los anti populistas, como los que
proliferan en el macrismo, decir que el Peronismo es el culpable de todos los
males de nuestro país. No es mi objetivo discutir esta afirmación, sesgada e
inexacta, sino destacar que no es tan común leer análisis que comprueben,
describan y objetiven el nefasto papel que han tenido estas dictaduras
militares en lo político, en lo social y en lo económico.
Una vez comencé a hacer un listado de esos golpes militares
para publicarlo en mi blog, pero después descarté la idea porque hubiera sido
muy cansadora su lectura. De todos modos, si se pone el tema en Google, vamos a
encontrar esa información que evidencia el impacto negativo de esos Gobiernos
cívico militares.
Solo voy a destacar cómo nos influyó el más reciente de esos
golpes
Rodolfo Walsh, en los despachos -copiados a mimeógrafo- de
la Agencia Clandestina de Noticas (ANCLA) en noviembre de 1976, decía:
“Desde abril, Martínez de Hoz liberó los precios,
congeló los salarios, derogó la legislación laboral sancionada a lo largo de
medio siglo de luchas obreras, anunció la desnacionalización de todas las
empresas estatales que no guardaran directa vinculación con la defensa, preparó
una ley de radicación de capitales que coloca a los inversores extranjeros en
las mismas condiciones que los argentinos y suprime las trabas para la remesa
de utilidades, eliminó el derecho de huelga que puede ser castigado con prisión
de 10 años, anuló las preferencias impositivas y crediticias para las pequeñas
y medianas empresas nacionales, despejó de gravámenes la importación de bienes
que se producen en la Argentina, viajó a Estados Unidos, Europa y Japón en
procura de créditos para responder a los vencimientos inmediatos de la
apremiante deuda externa de 12.000 millones de dólares, firmó un acuerdo de
stand by con el FMI, inició un plan de despidos de agentes estatales que creará
casi un millón de nuevos desocupados sobre una población laboral activa de poco
más de seis millones, elevó en cinco años la edad necesaria para jubilarse y
redujo los haberes que se pagan a los ancianos retirados del trabajo. De este
modo precipitó un agudísimo cuadro recesivo, en el que la industria trabaja a
menos del 50% de su capacidad y los asalariados ven reducidos sus ingresos
reales a la mitad de lo que valían en 1960. Un millón de argentinos no tienen
empleos y la inflación sigue superando holgadamente a la que cualquier otro
país del mundo con un índice mayor del 500% anual”.
Claro que hay Gobiernos democráticos que también han tenido
políticas semejantes, como el de Menem y Macri, y aquí aparece un segundo
factor clave –que destaca la nota referida- en estos Gobiernos de facto: son
cívico militares.
En los primeros golpes, como el que estamos tratando, la
presencia de civiles fue explícita y ostensible. Después se tornó menos
visible, casi detrás del trono, pero en más de un caso han sido y son- los
verdaderos instigadores: el poder detrás del poder. Es más, son los principales
beneficiarios de sus políticas económicas.
Así comenzaron las dictaduras. Hoy en democracia se han
modificado las estrategias: pasaron las épocas de la Escuela de las Américas y
del Plan Cóndor, pero ahora se usan los golpes blandos y el law fare. Sin
embargo, estos militares pro yanquis, como Bolsonaro, son descendientes de
aquellos que derrocaron Gobiernos democráticos.
Entonces, leamos la nota, pensemos y
no olvidemos, así podemos terminar con este modelo cíclico, y construir una
opción mejor, en conjunto con la mayoría de los argentinos, en un consenso que
necesitamos.
LA PRIMERA DICTADURA
Se cumplieron 89 años de la primera dictadura militar. Fue
cuando el 6 de setiembre de 1930, el movimiento cívico-militar liderado por el
general José Félix Uriburu derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen,
quien fue recluido en la Isla Martín García. Dio comienzo así lo que se llamó
“la Década Infame” de la historia argentina, y también, a conocerse
lo que sería el terrorismo de Estado.
Los golpistas no consideraron el delicado estado de salud
del presidente: Yrigoyen fue arrestado y luego de pasar varios días en un buque
de la Armada, lo trasladaron a la isla Martín García. No fue respetada su
voluntad de exiliarse en Montevideo o quedarse en su casa de la calle Brasil.
El general Uriburu se hizo cargo del gobierno, y pronto
apareció dentro del sector militar un segundo frente liderado por el general
Agustín P. Justo, que proclamó su adhesión a la Constitución de 1853 y buscó
una salida electoral “protegida”, respetuosa de las formas legales pero
fraudulenta en su gestión.
El año 30, se sabe, fue la primera gran ruptura histórica e
historiográfica de la Argentina del siglo XX.
Debemos recordar que la “Década Infame” se produjo
en el mundo de entre-guerras, marcado por las disputas frente a la hegemonía
mundial imperialista, la gran depresión del 29 y un importante ascenso
revolucionario de la clase obrera. La quiebra de la bolsa de Nueva York en 1929
repercutió directamente en nuestras tierras con la caída de los precios de
materias primas en el mercado internacional.
Los 30 abrirán así una crisis política en Argentina, entre
los sectores de clase dominante, por cómo responder a las nuevas necesidades
económicas para mantener las ganancias y por las relaciones que debían
sostenerse con las distintas fracciones del capital extranjero: Estados Unidos
y Gran Bretaña.
El primer golpe y la implantación de una dictadura militar
resumen esta confluencia de derrumbes y emergencias que fraguaron los
derroteros y extravíos de décadas siguientes. Allí nace la secuencia de inestabilidad
político-institucional, el papel tutelar de las Fuerzas Armadas y la confusión
entre liberalismo, nacionalismo y autoritarismo que marcará el pulso del país
hasta 1983.
La actitud de los vencedores no tenía precedentes en la
etapa constitucional argentina: saquearon e incendiaron casas particulares,
comités del radicalismo, confiterías céntricas de Buenos Aires, y diarios como
“La Época” y “La Calle”. Implantarían el terrorismo de Estado
para mantener el control, que serviría de modelo a otros que los continuarían:
Ramírez, Lonardi, Rojas, Onganía, Lanusse, Videla, Massera, Viola, Galtieri.
Con el derrocamiento de Yrigoyen, se iniciaba una
experiencia traumática, en la que el gobierno ya no representaría al pueblo de
la Nación sino a sí mismo y a las fuerzas que lo habían consagrado. Se
ingresaba en la ley de la selva de la que la Argentina no habría de salir sino
medio siglo después, a raíz de una guerra perdida y del desprestigio militar
por desaparecidos y niños secuestrados a padres asesinados.
“El síndrome
de «hubris» (SH) es un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta a personas
que ejercen el poder en cualquiera de sus formas. Se ha descrito en multitud de
campos, desde la política a las finanzas. La relación médico-paciente también
es una relación de poder. La falta de humildad y empatía en su ejercicio puede
hacer que cualidades como la confianza y seguridad en uno mismo se transformen
en soberbia, arrogancia y prepotencia.” (https://www.neurologia.com/articulo/2018355)
Si quiero
traducir hýbris (en griego antiguo ὕβρις)) la mejor palabra es desmesura. Generalmente
la hybris es el tópico de toda la tragedia griega. El héroe sobrepasa las
capacidades humanas y desarrolla unos sentimientos o unas aspiraciones
desmedidas en su actuación. La tragedia clásica contrapone a la hybris, la
sophrosynê (σωφροσύνη), esto es, la moderación que respeta los límites que se
imponen al hombre.
Hago esta
introducción –en parte, seguramente, porque soy Profesor de Griego, y vi este
tema cuando alumno-, pero, sobre todo, porque aparece mucho en política.
Llevado al extremo, es una “paranoia” del poder.
De hecho,
Nelson Castro lo aplicó a los dos últimos Presidentes argentinos: Cristina
Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. A pesar de ser un excelente periodista,
no parece, como muchos/as de sus colegas, una garantía de análisis objetivo.
Creo, sin dudas, que la hubris es un
riesgo latente en cualquier actividad humana que nos ponga cerca del éxito, de
la riqueza o del poder.
Está claro
que puede manifestarse en jugadores famosos de fútbol u otro deporte popular o
en artistas encaramados en millones de seguidores en Instagram, o, claramente,
en la política.
Es que la
política, además, nos pone cerca, de la manera que sea, del poder, la riqueza y
del éxito. Estaremos rodeados de gente que nos alabará, aunque seamos unos
pavos, nos seguirá obsequiosamente, y tratará de sacar tajada personal de la relación.
No es fácil mantener el equilibrio en política, pero es necesario, más aun,
imprescindible.
No voy a
opinar sobre si los Presidentes que mencioné padecieron este síndrome, porque
creo que haría falta una formación técnica de la que carezco.
A pesar de lo desagradable de la sensación que deja saber en
qué manos está el imperio más poderoso de la historia de la humanidad, y los
riesgos que nos genera a todos/as los/las que habitamos este planeta, es
conveniente conocer la realidad, y comprenderla acabadamente.
Eso siempre mejorará la posibilidad
de tomar mejores decisiones y de no vivir en un mundo irreal.
Empeorará – Por Rosa Montero
La hybris es un estado de soberbia tan absoluto que te deja
sordo y ciego.
Hay un ensayo que me encanta y sobre el que ya he escrito
alguna vez: En el poder y en la enfermedad (Siruela, 2010), del neurólogo
británico David Owen, más conocido como político, porque fue dos veces
ministro, de Sanidad y de Exteriores, con los laboristas. Su libro,
documentadísimo y deliciosamente escrito, trata de la enfermedad en los
políticos.
De cómo la ocultan, sobre todo. Y entre otras cosas dice
que, según un estudio de 2006, el 29% de todos los presidentes de Estados
Unidos sufrieron dolencias psíquicas mientras ejercían el cargo, y que el 49%
presentaron rasgos que indicaban trastorno mental en algún momento de sus
vidas. Unas cifras aterradoras por lo elevadas, sobre todo si tenemos en cuenta
que, según la OMS, la prevalencia de la población general estaría en torno al
22%.
Leí el libro de Owen cuando fue publicado en España, hace
casi 10 años, pero al releerlo ahora sus palabras me han parecido
espeluznantemente actuales. Sí, claro, sé que me entienden: estoy hablando del
inaudito Donald Trump. Aunque, bien mirado, creo que el trastorno psíquico es
una realidad demasiado seria y no justificaría lo que este señor es.
Yo diría más bien que debe de tener una de esas
personalidades que no son consideradas enfermedad mental en los tribunales, un
carácter psicopático, narcisista y ególatra.
En su formidable libro, Owen desarrolla una teoría propia
sobre la borrachera de poder en la que caen demasiados políticos. Él bautiza
esta enfermedad con el nombre griego de hybris. Esquilo decía que los dioses
envidiaban el éxito de los humanos y que, para vengarse, enviaban la maldición
de la hybris a quien estuviera en lo más alto, volviéndole loco. La hybris,
pues, es un estado de soberbia tan absoluto que te deja sordo y ciego,
haciéndote perder todo sentido de la realidad. A los poderosos les es sumamente
fácil caer en esta dolencia: lo sabían bien los romanos, que por eso tenían al
esclavo que iba susurrando el famoso “recuerda que eres mortal” al oído de los
generales victoriosos. Ahora bien: si incluso Julio César podía perder la
cabeza con el poder, imaginen lo que la hybris puede hacer con un tipo
exhibicionista y mercurial como Trump.
Aunque no hace falta imaginarlo: lo estamos viendo. Ya saben
que, por cuestiones de impresión, este artículo se escribe 15 días antes de su
publicación. Tal como están las cosas, no descarto que en estas dos semanas el
señor Trump haya lanzado al mundo otras dos o tres peligrosas bravuconadas.
Está muy subido, muy crecido, hybrido total, que diría el sabio Owen. Porque
además no creo que haya nadie en su entorno que aventure una crítica. Vamos,
para mí Donald Trump tiene toda la pinta de mandar a la horca a quien le
contradiga. Y esto es lo que los psicólogos llaman “pensamiento de grupo”
(también viene en el libro), un fenómeno habitual en los poderosos, y que
consiste en la creación de un pequeño grupo cerrado que se jalea a sí mismo
apasionadamente, demoniza las opiniones ajenas y niega cualquier dato objetivo
que contradiga sus creencias. Como es evidente, unir la hybris y el calentón
del pensamiento de grupo trae consecuencias catastróficas.
Sí, Trump está muy crecido. Tiene la desfachatez de querer
comprar Groenlandia, porque el deshielo del calentamiento climático ha hecho
que su riqueza en tierras raras sea más fácilmente explotable (junto con su
epígono Bolsonaro, parece dispuesto a expoliar la Tierra, a saquearla), y
cuando los daneses le dicen que no está en venta, anula su viaje presidencial a
ese país con alucinante pataleta, un gesto zafio y feroz semejante al empellón
que el matón de la escuela da a un niño en el patio. Acto seguido, ordena a los
empresarios norteamericanos que se vayan de China, cosa que me ha dejado
turulata: pero ¿no era Donald Trump el adalid del liberalismo? ¿No se oponía
con todas sus fuerzas a que el poder público y los políticos se inmiscuyeran en
la sacrosanta libertad de mercado? La hybris parece estar haciendo tales
estragos en él que incluso actúa como un tirano contra sus propias ideas. Yo
diría que tiene grandes planes megalomaniacos y una cabeza demasiado pequeña
para albergarlos. Me temo que esto sólo puede empeorar.
Por lo tanto, me pareció muy
importante subir otra entrada con la nota que menciono porque todo lo que ayude
a estimular y enriquecer la voluntad de un acuerdo entre los argentinos es una
obligación de Patria hoy. Por lo demás, incorpora la visión del Papa Francisco,
necesaria referencia hoy para la construcción de un mundo mejor.
Desde las recientes PASO, los argentinos nos encontramos
ante una coyuntura histórica que puede significar un volver a una realidad
política trillada y perversa o encontrar, finalmente, una luz para salir del
túnel del fracaso y de la creciente desesperanza.
Y no me refiero a que un determinado candidato o partido sea
favorecido en las elecciones de octubre sino a la enorme posibilidad y
responsabilidad que los ciudadanos tenemos -y tuvimos desde el año 1983,
siempre dejada descartada- de “ponernos de acuerdo” sobre qué Nación y qué
futuro queremos para nuestra querida y tan maltratada patria.
Providencial
oportunidad
Siento que estamos ante la gran oportunidad de
replantearnos, desde las raíces y de frente a los continuos fracasos institucionales
y colectivos, qué representa -en los hechos- ser ciudadanos y vivir en
democracia, y qué papel juega la política (las/los políticos) para lograr que
democracia y ciudadanía sean realidades tangibles y no palabras vacías que,
desde hace muchos años, nos están llevando a vivir de mal en peor.
Básicamente, me refiero a la verdad de lo que se dice y a la
forma en que, de hecho, lo dicho se realiza o se traiciona.
Y me refiero, igualmente, a lo que todos quieren oír y
creer, alimentando las “falsas verdades”. Se trata de cuestiones sociales y
éticas, de la defensa de la justicia y de la vida, que no pueden separarse y
que conciernen a todos, no sólo a uno u otro partido o exponente político.
Porque, digámoslo, lo
que hoy “domina” es el principio económico y tecnológico que inevitablemente
empuja hacia un individualismo despótico, despojando de todo sentido a la vida
de cada persona y de la sociedad en su conjunto.
Desde hace más de treinta años, algunos ciudadanos venimos
bregando para que, entre los distintos partidos políticos, se establezcan
“concordancias y consensos básicos” a fin de que la “Nación”, que todos
conformamos, se desarrolle cada vez mejor y sus logros perduren en el tiempo;
más allá del color político de quienes, en una etapa, asumen la tarea de
preservar y de ayudar a caminar a la Nación.
Son las “políticas de Estado” que sobrepasan abundantemente
las responsabilidades del partido gobernante en un determinado período. Sobre
todo, cuando ese partido gobernante intenta realizar su cometido como si antes
de él nada hubiese existido, o peor, intentando demostrar que lo que se hizo,
se hizo mal. Y, entonces, se vuelve a la postura individualista y dogmática del
“yo tengo la verdad”. Postura largamente extendida entre las/los argentinos,
lamentablemente.
Políticas de Estado
La Constitución, que nos “constituye como
Nación”, debe ser cumplida a rajatabla. Hoy, muchos de sus enunciados son
palabras muertas o son incumplidos a sabiendas.
La División de Poderes. Se habla y se cacarea
mucho sobre esto. Pero poco se observa. Creo que, en la Argentina, así como
algunos se enorgullecen de “la avivada criolla”, del mismo modo, muchos
políticos practican el “como si”, conscientes de la trampa cívica que
significan los favores mutuos entre los Tres Poderes.
La Justicia Social. Teniendo como base lo que
cada persona aporta a la comunidad y lo que cada persona recibe de ella. “No
hay democracia con hambre, ni desarrollo con pobreza, ni justicia en la
inequidad”. “La economía de los papeles, la democracia de discursos y la
multimedia concentrada, generan una burbuja que condiciona todas las miradas y
opciones desde el amanecer hasta la puesta del sol”. “Este proceder, además de
poner en serio riesgo la democracia de los países, generalmente es utilizado para
minar los procesos políticos emergentes y propender a la violación sistemática
de los Derechos sociales”. “La defensa o priorización de los Derechos sociales
sobre otros tipos de intereses, llevará (a los jueces) a enfrentarse no sólo
con un sistema injusto sino también con un poderoso sistema comunicacional del
poder, que distorsionará, frecuentemente, el alcance de sus decisiones”. (Papa
Francisco)
La Educación en valores y en criterios para
actuar. En otras ocasiones he hecho mención a la diferencia que existe entre
“educar e instruir”. No abundaré sobre esto. De lo que se trata es de
testimoniar con el ejemplo de cada uno/a las conductas que propenden al respeto
y cuidado mutuo, al reconocimiento de legítimos derechos y al cumplimiento de
las responsabilidades individuales y sociales. “No hagas a otros lo que no
deseas que te hagan”. (Jesús) Advirtiendo que estamos siendo “colonizados
culturalmente” por las economías de los países que dominan el planeta y que
promueven una “invasión de costumbres” en los países emergentes. En la base, de
un “distinto” paradigma social se encuentra “la cultura del encuentro”.
Política y Movimientos populares. “El antídoto
al populismo y a la política-espectáculo está en el protagonismo de los
ciudadanos organizados” “Los pobres no son solamente los destinatarios
preferidos de la acción de la Iglesia, los privilegiados de su misión, sino que
también son ‘sujetos activos’. Ellos anhelan la felicidad del “vivir bien” y no
el ideal egoísta de la “buena vida” La “globalización de la indiferencia” ha
generado un “nuevo ídolo”: el del miedo y la seguridad. “En este estado de
parálisis y desorientación, la participación política de los Movimientos
Populares puede vencer a la política de los ‘falsos profetas’, que explotan el
miedo y la desesperación y que predican un bienestar egoísta y una seguridad
ilusoria”. (Papa Francisco)
Las tres “T”. Tierra, Techo y Trabajo, son derechos
inalienables y fundamentales que representan los prerequisitos indispensables
de una democracia no solo formal sino real, en la cual todas las personas,
independientemente de su ingreso o de su posición en la escala social, son
“protagonistas activos y responsables”, “actores del propio destino”.
Sin participación, la democracia se atrofia, llega a ser una
formalidad porque deja al pueblo fuera de la construcción de su propio
destino.
“Estoy convencido, desde hace tiempo, que en el mundo
postindustrial no hay futuro para una sociedad en la que solamente existe el
“dar para tener” o el “dar por deber”. Se trata “de crear una nueva vía de
salida” a la sofocante alternativa entre las tesis neoliberales y las
neoestatales”. (Papa Francisco).
José Natanson, en una
nota del 21 de agosto (The end of the grieta, última parte – https://www.pagina12.com.ar/213502-the-end-of-the-grieta-ultima-parte), analiza los resultados de las PASO y
hace una síntesis que me parece valiosa en esta etapa tan decisoria para el
futuro de la Patria.
Estamos frente a una variedad –tan diversa como interesada-
de interpretaciones del momento histórico post PASO: sin mayor detalle, en
general vienen de ambos lados de la “grieta” (para usar la denominación del
relato macrista).
Hace poco leía al mismo Natanson, que decía: “La grieta es
una forma de gobernar la Argentina desde una minoría intensa.” (Devorados por
la grieta, José Natanson, Le Monde Diplomatique). Este concepto me interesó,
porque explica los vaivenes de la República Argentina, y sus crisis cíclicas.
Más de allá de que el análisis completo merecería alguna discusión (habría que
considerar el papel de las Fuerzas Armadas, que interrumpieron muchas veces la
continuidad democrática y sus proyectos de país), es real que las minorías
intensas no han podido consolidar una estrategia de desarrollo que haya
permanecido en el tiempo, como sí lo ha logrado Chile, más allá de la opinión
que nos merezca este modelo de país.
O sea que las minorías intensas pueden permitir ganar
elecciones, como lo hicieron el kirchnerismo y el macrismo, pero se hace muy difícil
establecer un proyecto de país que incluya al resto de sus habitantes.
Es bastante conocida la descripción de Argentina que
establece que un cuarto de su población es macrista y otro peronista. Más de
allá de la discusión de los porcentajes en más o en menos, es una división
real, y ganaron elecciones, y fueron Gobierno, pero no lograron concretar un
proyecto valorado positivamente por el resto de la sociedad, y el necesario
éxito para lograr continuidad.
No voy a intentar analizar el tema de la grieta (la nota de
Natanson es muy interesante, léanla), sino el de la oportunidad inigualable de
superarla.
Hay varias razones concurrentes para sostener lo de
inigualable: el fracaso de ambas propuestas en construir un proyecto en el que
se puedan encontrar la mayoría de los/las argentinos/as; el rechazo que genera
en muchos/as de nosotros/as la actitud facciosa e intolerante de sectores de
esas fuerzas; el deterioro social que hace insostenible seguir así, sin
acuerdos básicos que integren a la mayoría de la población; la aparición de
fuerzas renovadoras que pretenden una sociedad mejor y más equitativa, como el
feminismo; la importante capacidad del país para aspirar una sociedad más
desarrollada y equitativa, como la Educación y Salud pública, la estructura
científico tecnológica, el sistema industrial, las redes de la sociedad civil
que están permitiendo que el país no
estalle, y bastante más. Es cierto que el deterioro que ha producido este
pésimo Gobierno es mucho, pero, si logramos estos acuerdos de que hablo, se
puede empezar otra vez, como tantas otras, pero con una expectativa de un
proyecto perdurable que permita que los/las argentinos/as tengamos la calidad
de vida que merecemos.
No ha sido un camino producto de un plan, sino de sucesivas
pruebas y errores, que nos han traído hasta esta instancia preelectoral, en una
situación ya vivida de default (selectivo, técnico, virtual, o como se llame),
pero, de cualquier manera, estamos frente a una propuesta que busca construir consensos,
con la mayor cantidad de gente incluida y que la mayoría de los sectores
sientan que pueden mejorar con ella, porque van a encontrar alguna solución a
sus necesidades y problemas.
Debemos aprovecharla: informarnos, participar, no creer sin
chequear otras fuentes en la marea de información (mucha falsa o sesgada, o
interesada, o todo junto) que nos llega, y elegir candidatos/as desde nuestra
conveniencia, más allá de las influencias que nos acosan.
Ya las PASO, y las elecciones municipales del 1/9/2019 han
mostrado que una buena parte de la sociedad entiende esto.
Profundicémoslo en lo posible: no nos
dejemos engañar: hace un buen tiempo que el Gobierno de Cornejo realiza una
profusa campaña electoral que muestra, a costa de fondos públicos, los logros
de su gestión. Es un lugar común de la política accionar en función de lo que
le dicen las encuestas o los grupos focales (focus groups) y no por una
estrategia de Gobierno basada en planes a corto, mediano y largo plazo y en una
concepción política que determine que es lo mejor para la sociedad. Entonces,
se pavimentan quince cuadras (es solo un ejemplo, pero basada en la observación
de la realidad), y se dejan pendientes las anteriores o posteriores, o se hacen
obras vistosas y que se pueden vender en los medios, en lugar otras más
necesarias, pero no tan mediáticas. Estoy eludiendo intencionadamente
referencias concretas para no caer en polémicas, pero las hay, y muchos/as de
ustedes las conocen.
Seamos decididos, nos estamos
jugando, no solo nuestro futuro, y el de nuestros/as hijos e hijas. Tengo
varios amigos que los han despedido porque buscan horizontes que les permitan
realizarse.
ESTÁ EN JUEGO NUESTRO MODO DE VIDA,
NUESTRA EXISTENCIA COMO CLASE MEDIA, DEFENDÁMOSLO DE LA MEJOR MANERA POSIBLE,
VALE LA PENA.
Les dejo un fragmento de la nota en la que he subrayado lo que me
parece más relevante para el sentido de la nota:
“La perspectiva moderada del Frente de Todos –la
propuesta de salir del laberinto por el centro- prevaleció sobre la apuesta
polarizante del macrismo, aderezada ahora con el macartismo de Miguel Angel
Pichetto. Por primera vez desde 2011, la gente eligió otra cosa. La
macroeconomía de Nicolás Dujovne pudo con la microsegmentación de Marcos Peña.
Y, sin embargo, por debajo de triunfos y derrotas, la sociedad macrista
persiste: un tercio de los argentinos dispuesto a votar a Macri aún en las
peores circunstancias y un tercio dispuesto a pensar su voto de acuerdo a una
serie de factores, de los cuales el económico, para felicidad de los politólogos,
sigue siendo el principal. Y así como ese tercio duro, y en menor medida ese
tercio blando, siguen presentes, también las corrientes sociales y las
sensibilidades que les dieron vida: la meritocracia, el valor del esfuerzo
individual, la desconfianza respecto del Estado, la idea de que ascender
socialmente implica privatizarse (en salud, educación, seguridad de barrio
cerrado); todo lo que –en fin- le permitió al macrismo ganarle al peronismo en
dos oportunidades y ahora lo esperanza con la posibilidad de retener su tercio.
La sociedad argentina salta cruelmente de la hegemonía a
la explosión. El alfonsinismo, el menemismo y el kirchnerismo también lo
tuvieron todo en un momento, y nada o casi nada al día siguiente. ¿Qué quedaba
del alfonsinismo en julio de 1989, después de la entrega anticipada del mando?
¿Qué del menemismo en junio del 2001, con el ex presidente paseando por los
jardines de su prisión domiciliaria en la quinta de Gostanian? ¿Y qué quedaba
de Cristina en diciembre de 2017, después de la tercera derrota consecuentiva
en la provincia de Buenos Aires, antes de que decidiera iniciar el camino que
terminaría en Alberto? Si en el pasado los ciclos políticos duraban décadas,
hoy todo se acelera: Emannuel Macron también pasó de Napoleón al presidente
peor valorado de Europa en unos años. Podemos pasó del sorpasso a la derrota.
El tic tac late frenético, pero el “pueblo macrista” va a seguir ahí,
incorregible, con sus choriplanes y sus Tigres Verón.
Encender la economía, restañar la herida social y cerrar la
grieta, tal los mandatos de Alberto. Recuperar la impronta nestorista del
2003-2007, recrear un kirchnerismo pre 125, lo que a su vez plantea dos
cuestiones. La primera es económica: ninguna de las condiciones que habilitaron
el éxito de crecimiento y bienestar del primer kirchnerismo se verifican hoy
(China ya no crece a tasas chinas, la soja vale la mitad y la Argentina no se
encuentra en default, es decir que hay que seguir pagando la deuda). La segunda
es política: el imperativo de Alberto es cerrar la grieta y abrir el gobierno,
más que renovar la política. Porque además ya no está claro qué significa
renovar la política, tras una década de ministros sub-40 y embajadores sin
corbata, de importación de figuras de la sociedad, el deporte y la empresa.
Entonces abrir, como en su momento hizo Néstor (con Alberto) sumando a una
Graciela Ocaña, una Marta Oyhanarte, pero también buceando entre los restos del
Frepaso, conquistando a los radicales de saldo. Quizás ahora el camino consista
en pensar en territorios, sectores y sensibilidades descartados por el
kirchnerismo, apelar a una pedagogía infinita para seguir yendo a Córdoba,
recuperar el diálogo con el agronegocio y la clase media de Caballito. ¿Qué
significa ser nestorista hoy? ¿Qué ESMA hay que convertir en qué museo? Y la
pregunta que se viene: ¿cómo se construye un nestorismo de la escasez?
La posición constructiva de Alberto en estos días de dólar
al palo e ingobernabilidad, la tranquila sobriedad de su diálogo con Marcelo
Longobardi y el cruce telefónico con Macri revelan la ubicación de un dirigente
consciente de que todavía no es presidente y que tiene la chance de estirar la
victoria (hasta la Ciudad está hoy en disputa), pero que cuando asuma se
encontrará con una situación complicadísima que exigirá mucha responsabilidad y
litros de sangre fría.”
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