En la entrada anterior traté de colaborar con la comprensión de las razones que llevaron a los mendocinos a elegir continuar con un Gobierno que es parte del macrismo que ha devastado Argentina.
Mirando medios digitales, encontré en Página 12 del 10 de octubre de 2019, esta nota que reproduzco abajo. Realmente, me pareció excelente porque logra una descripción y una explicación excelentes de lo que Halperín llama el Capitalismo de derecha, lo que es una mejor denominación de este “neoliberalismo progresista” (en Argentina es solo el nombre, claro).
Tal vez alguien podrá discutir los conceptos del autor, pero en verdad me quedó una visión integral de la situación actual, y encontré sentido a muchos términos o posiciones que andan dando vuelta por ahí: anti populismo, rechazo de organizaciones y políticas populares, defensa de un republicanismo externo, alianza con el mundo empresario, operaciones judiciales contra la oposición, Gobiernos de derecha, etc.
No es difícil sentir que este mundo de hoy es contradictorio, paradojal y cargado de incertidumbre, por eso me pareció muy bueno que alguien intentara su explicación integral.
La comparto, estaría bueno que, si hay otras opiniones, o aportes, se incorporaran al blog: entender lo que nos pasa, sobre todo en estas instancias electorales, es mejorar nuestra capacidad de intervención en la realidad.
Finalmente, es importante entender que este macrismo en retirada, casi en desbande, fue una mala versión de este neoliberalismo global en extinción, que fracasó por ineptitud, pero también por incapacidad de entender la política que requiere el mundo y qué es Argentina, su historia, sus organizaciones, sus ideas.
El progresismo ya no es lo que era
Por Jorge Halperín
https://www.pagina12.com.ar/224433-el-progresismo-ya-no-es-lo-que-era
Si algo tiene de distinta la última versión neoliberal en Argentina, la de Macri, es que enamoró a amplios sectores de clase media, como el gobierno de Menem, pero también sedujo en su momento a muchos intelectuales progresistas que fueron enemigos de Menem en los ’90, y que en 2015 llegaron a saludar a Cambiemos como una “derecha moderna”.
¿Cómo lo logró? En gran parte hay que atribuirlo a un enemigo común, el peronismo kirchnerista, que es tanto el fenómeno maldito de la sociedad burguesa que hoy hablamos de progres de derecha. En otras palabras, el peronismo de los primeros 15 años del milenio provocó reacciones no sólo en la oligarquía y en clases medias aspiracionales sino también en izquierdas y en gente frustrada de las izquierdas.
¿Qué clase de categoría es progres de derecha?
Lo define Nancy Fraser, que es una filósofa política y feminista estadounidense de quien acaba de publicarse entre nosotros el libro “¡Contrahegemonía ya!”.
En una conversación celebrada el año pasado con Shray Mehta, sociólogo de South Asian University, en Nueva Delhi, Fraser plantea que la agenda de justicia social de la izquierda fue secuestrada por lo que ella llama el “neoliberalismo progresista”. Y cree que, como solución, una economía política marxista matizada puede guiar a la izquierda para reconquistar a las masas con una agenda adaptada a nuestro tiempo.
El hindú le habla de lo que califica como “alarmante” ascenso de líderes populistas en el mundo, pero está pensando en los votos masivos que dieron triunfos a Trump, el Brexit, a Modi o al Movimiento Cinco Estrellas en Italia.
Es decir, un populismo de derecha.
Y Fraser define que el populismo es síntoma de una crisis hegemónica del capitalismo –o, mejor dicho, de una crisis hegemónica de la forma específica que hoy presenta el capitalismo: una variante globalizante, neoliberal y financiarizada–.
Dice que este régimen capitalista financiarizado sustituyó al modelo anterior de capitalismo gestionado desde el Estado, y redujo las conquistas de las clases trabajadoras.
Afirma Fraser: “He llamado a este bloque ‘neoliberalismo progresista’”. Como poder dominante, el neoliberalismo progresista se centró en los estados más poderosos del norte global, aunque hizo avanzadas en todas partes, incluyendo América y el Asia Meridional. Son ejemplos el Nuevo Laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos recientes del Partido del Congreso en la India.
¿Cómo identificarlos? Porque combinan políticas económicas regresivas y de cuño liberal con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. Su política económica se centra en el “libre comercio”, lo que significa, en realidad, el libre movimiento del capital, y en la desregulación de las finanzas, que da más poder a inversores, bancos centrales e instituciones financieras globales para dictarle políticas de austeridad al Estado por decreto y mediante el arma de la deuda (Lagarde en Argentina).
Mientras tanto, esta derecha seduce y gana reconocimiento con una comprensión liberal del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ [lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer].
Son plenamente compatibles con la financiarización neoliberal. ¿Por qué? Porque estas comprensiones son meritocráticas, esto es, no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar que unos cuantos individuos “con talento” de “grupos poco representados” –sólo unos cuantos– puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase!
Lo que no se dice, en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el techo de cristal”, todos los demás siguen atrapados en el sótano.
El reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente regresivo. Ha facilitado que el neoliberalismo se presente como cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado –en oposición a unas aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes clases obreras–.
Muy bien, agrega Fraser: el neoliberalismo progresista fue hegemónico durante un par de décadas. Presidiendo grandes aumentos de la desigualdad; entregó una gran prosperidad principalmente al 1% más rico, pero también al estrato profesional directivo.
Quienes fueron atropelladas fueron las clases trabajadoras del norte, que se habían beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del sur, que sufrieron un renovado despojo por medio de deudas a escala masiva. Y también sufrió un creciente sector urbano sometido a la precariedad en todo el mundo.
Lo que se ha llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el neoliberalismo progresista. Votando a Trump, el Brexit, a Modi o al Movimiento Cinco Estrellas en Italia han manifestado que no quieren seguir siendo corderos sacrificados en un régimen que no tiene nada que ofrecerles.
Y el liberalismo tiene una larga historia en lo que se refiere a intentar deslegitimar su oposición –estigmatizando a su oponente por ser, por ejemplo, “estalinista”, “fascista”, lo que sea–. Esto es sin duda lo que está ocurriendo en la actualidad con el término “populismo”.
Desde luego que Cambiemos ha sido una muy adulterada versión de aquel neoliberalismo progresista. Tienen mucho mayor impacto sus diatribas contra el populismo que sus escasos tintes “progres”, pero estos también forman el combo: el ambientalismo simbolizado por las bicisendas y vaciado por el rabino Bergman; el apoyo a Margarita Barrientos y sus comedores; la nueva mirada de género apenas esbozada al estimular el debate sobre la legalización del aborto, debate rápidamente abortado por Macri; las ideas de “libertad” y “República”, retóricas e insípidas pero útiles para descalificar al populismo peronista.
La naturaleza esencialmente retrógrada del modelo de Cambiemos, concebido casi exclusivamente para los grandes grupos de negocios, ha producido un colapso que deja a la intemperie a esos sectores progres que sucumbieron en 2015. Pero el ímpetu revulsivo del peronismo de la inclusión sigue siendo un factor de rechazo para estos liberales tardíos.
No cederán. En todo caso, emprenderán su viaje por el desierto, a la espera de un nuevo canto de sirena.
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