Esta nota de El Ancasti me sirve como contexto para analizar un tema que ha tenido –y tiene- mucho que ver con la política en América del Sur (me limito a este ámbito solo por interés, aunque podría aplicarse a otros).
La nota hace un análisis bastante elemental y desde una visión anti populista, en el sentido que los poderes centrales han utilizado desde hace un tiempo para descalificar a los Gobiernos de base popular y nacional.
Por supuesto, es real que la concentración de poder político en un dirigente, sin renovación y sin participación de los militantes, es negativa y afecta al desarrollo político de un país y a la región. Sin embargo, establecer una relación directa entre este problema y el subdesarrollo no tiene justificación racional, salvo desde el prejuicio ideológico que señalo más arriba.
Pero el problema es más profundo, y tiene que ver con la naturaleza de la política: esta tiene que ver con la felicidad y la realización de los pueblos, y debe concretarse desde un proyecto político de esos mismos pueblos. Lo dijo Perón: “Mi único heredero es el pueblo”, aunque no pudo en vida consolidar un proyecto político que posibilitara un desarrollo que nos pusiera a salvo de los cíclicos vaivenes que hemos vivido, como nos sucede ahora mismo. No sabemos qué hubiera pasado si los militares no hubieran interrumpido la democracia tantas veces desde 1930 en adelante, pero seguramente los países de América del Sur y sus dirigentes hubieran tenido mejores posibilidades de éxito.
Por eso, antes de comentar el tema del liderazgo, quiero declarar terminantemente que esta “debilidad de las instituciones de la democracia”, como descalifica la nota, tiene un factor causal determinante que es el de las interrupciones de los procesos democráticos en América Latina por gobiernos de facto encabezados por militares y civiles, como estamos viendo en Bolivia en un triste reverdecer de viejas prácticas contra los Gobiernos que buscan concretar países más justos y equitativos.
Pero también es real que esos avances anti democráticos aprovechan debilidades de los proyectos de base popular y nacional, como fracasos de planes económicos. Estos muchas veces han sido provocados o agudizados por aquellos poderes centrales y grupos económicos concentrados que actúan conjuntamente, con acciones de lockout empresario o, directamente, con bloqueos económicos salvajes, como en Cuba o Venezuela.
Por lo tanto, es clave consolidar los proyectos políticos con más y mejor política: estamos hablando de participación y organización social, en un país mejor que ponga en marcha estrategias y políticas de Estado eficientes. Para esto hay que abrir el juego: no sirven los grupos reducidos de Gobierno: la gente tiene que participar válidamente, no siendo invitados para leerles conclusiones ya elaboradas, como aplaudidores, sino para aportar y ser parte del proyecto.
Veamos los ejemplos de Ecuador y Bolivia: en ambos casos fueron Gobiernos valorados por sus sociedades, pero que fracasaron al tener que pasar el mando a otros dirigentes. Tanto Evo como Correa no pudieron –o no supieron- encontrar sucesores que le dieran continuidad al proyecto político. Lenin Moreno en Ecuador traicionó la propuesta volcándose a un modelo neoliberal. Evo quiso perpetuarse, pero les dio la oportunidad a los grupos de derecha que estaban esperando el momento para recuperar el poder.
“La organización vence al tiempo”, decía Perón, y esa definición sigue teniendo total validez.
Lamentablemente, ese combo de debilidad política y acciones organizadas de EEUU y poderes económicos concentrados (recordemos el papel de los medios de comunicación como Clarín y O Globo o las tramoyas de law fare que hemos vivido) consiguió que Gobiernos como el de Correa, Evo Morales y Lula fueran reemplazados por Lenin Moreno, Añez y Bolsonaro.
No quiero hacer el planteo simplista de que basta con organización y participación popular para que los proyectos políticos se mantengan y triunfen, porque la política de un país es más compleja, pero, con certeza, afirmo que son imprescindibles para que los países de América del Sur podamos desarrollar un proyecto continental como el que nos permitiría defender nuestros intereses, historia y modo de vida.
Liderazgos personalistas y subdesarrollo
domingo, 23 de febrero de 2020
Los liderazgos personalistas, tan propios en la política argentina y por lo general de la política de los países de Latinoamérica, deberían ser caracterizados como la evidencia de una debilidad de las instituciones de la democracia. Incluso como un rasgo que delata subdesarrollo.
Lo importante en política no deberían ser tanto los hombres y mujeres que se postulan para ejercer cargos públicos a través de las estructuras políticas, sino las ideas que sustentan el funcionamiento de los partidos que compiten electoralmente.
Por cierto, siempre es necesario que haya liderazgos, hombres y mujeres que tengan una ascendencia mayor que el resto de los dirigentes, que señalen el camino a seguir y que sean referentes del resto de los militantes, adherentes y simpatizantes de sus fuerzas políticas. Pero un líder no puede convertirse en imprescindible, porque desnaturaliza el espíritu de la democracia y más temprano que tarde termina condicionando, y debilitando el contenido ideológico del partido que encabeza.
El peronismo ha tenido desde su aparición en la vida política argentina fuertes liderazgos personalistas que han provocado, a través de las distintas etapas de la historia argentina de los últimos 70 años, notorias dificultades para generar los reemplazos necesarios.
Un líder político no puede convertirse en imprescindible porque desnaturaliza el espíritu de la democracia.
Hoy, el debate sobre la necesidad de renovar o replantear el liderazgo se da en la oposición nacional, potenciada por el regreso a la actividad política de Mauricio Macri. El radicalismo, que fue clave para los triunfos electorales de Cambiemos en 2015 y 2017, paradójicamente tuvo un papel insignificante durante el Gobierno finalizado el 10 de diciembre pasado. Y por esa razón, luego de la derrota electoral, aunque por el momento no peligra la continuidad de la alianza con el Pro, no está dispuesto a aceptar que el expresidente tenga un rol preponderante.
Alfredo Cornejo, presidente de la UCR, ya lo anticipó con claridad: “No va a haber un líder único” de la oposición, dijo, agregó que Macri cometió un “abuso” del “empoderamiento” que le dio el radicalismo y remató sosteniendo que “no puede y no va a haber un líder único de la oposición y no lo ha habido desde la muerte de Raúl Alfonsín”.
El primer paso para empezar a resolver los problemas que generan los personalismos en política es un reconocimiento de la necesidad de que no haya liderazgos únicos, absolutos, que hegemonicen las decisiones y, de ese modo, empobrezcan el resultado de las políticas que resulten de esas disposiciones tomadas en soledad o, a lo sumo, en el contexto mezquino de una “mesa chica” de dirigentes.
No es solo un problema de la dirigencia, sino en general de la sociedad, que no solo tolera, sino que además alienta las conducciones políticas personalistas.
Es, en definitiva, un problema cultural que solo se resuelve con más democracia y construcción de ciudadanía: mayor apertura de los partidos políticos, aceptación de las voces críticas, generación de espacios de discusión donde todas las opiniones sean respetadas, creación de estructuras participativas en las tomas de decisiones, y educación para la democracia en las escuelas.
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