by ariza_adolfo | Abr 12, 2020 | Temas políticos
En realidad, no
tenía mayores intenciones de publicar otra entrada en mi blog, pero esta mañana
encontré esta nota en Los Andes. Es extraño como ese matutino, poblado de notas
anti Gobierno, y/o pro liberales, publica las de Krugman o Stiglitz, que son
muy críticas del capitalismo neoliberal.
De todos modos,
bienvenidas sean.
He venido
publicando entradas que avanzan en el tema del capitalismo contemporáneo –responsable
de muchos de los males que castigan a la mayoría de los seres humanos, y al
planeta.
Está claro que hay más opiniones sobre cómo será el mundo
después del coronavirus que certezas, pero rápidamente se han manifestado –incluso
desde antes de la pandemia- situaciones sociales, geopolíticas, ambientales, en
las que las formas actuales del capitalismo, ya desde países, o corporaciones o
personas, tienen directa –y nefasta- responsabilidad.
Sin embargo, esta nota de Krugman es un buen aporte para quienes quieran comprender mejor este mundo bajo pandemia, y poder ser parte lo más activa posible de ese mundo que se dará, antes o después.
EEUU está viviendo una situación inédita, más terrible que la del 11S, y es muy difícil predecir el desenlace, así que este aporte del Premio Nobel es muy interesante.
Que les sea útil.
El Covid-19
despierta a los zombies habituales
Por Paul Krugman
– Premio Nobel de Economía. The New York Times. 2020
https://www.losandes.com.ar/article/view?slug=el-covid-19-despierta-a-los-zombies-habituales-por-paul-krugman
Permítanme
resumir la perspectiva de los medios del gobierno de Trump / de la derecha: es
un engaño o, en todo caso, algo sin importancia. Además, intentar hacer algo al
respecto destruiría la economía. Además, es culpa de China, por lo que
deberíamos llamarlo el “virus chino”.
Ah, y también los
epidemiólogos que han estado proyectando la propagación del virus a futuro han
sido objeto de un ataque continuo, acusados de ser parte de una conspiración
del “Estado profundo” contra Donald Trump, o quizás los mercados libres.
¿Todo esto no les
da una sensación de “déjà vu”? Debería hacerlo. Después de todo, es muy
parecida a la idea que tiene Trump / la derecha acerca del cambio climático.
Esto es lo que tuiteó Trump en 2012: “El concepto del calentamiento global fue
creado por y para los chinos con el fin de eliminar a la manufactura
estadounidense como competencia”. Ahí está: es un engaño y hacer algo al
respecto destruirá la economía, y China tiene la culpa de esto.
Además, los
epidemiólogos, asombrados al ver que sus mejores esfuerzos científicos eran
tachados de ser un fraude que obedecía a motivaciones políticas, debieron haber
sabido lo que ocurriría. Después de todo, sucedió exactamente lo mismo con los
climatólogos, quienes durante décadas han sufrido un hostigamiento constante.
Así que la reacción
de la derecha al Covid-19 ha sido casi idéntica a la del cambio climático,
aunque en una escala de tiempo muy acelerada. Pero, ¿qué hay detrás de este
tipo de negación?
Bueno, hace poco
publiqué un libro sobre el predominio de las “ideas zombis” en nuestra
política: ideas que, según pruebas contundentes, están equivocadas y deberían
desaparecer, pero que de alguna manera siguen arrastrándose y carcomiendo el
cerebro de la gente.
El zombi más
predominante en la política estadounidense es la insistencia de que los
recortes fiscales para los ricos producen milagros económicos y en realidad se
pagan solos; pero el zombi con mayores consecuencias, el que plantea una
amenaza a la existencia, es la negación del cambio climático. Y ahora el
Covid-19 ha despertado a todos los zombis habituales.
Pero, ¿por qué la
derecha está considerando una pandemia de la misma forma en que considera los
recortes fiscales y el cambio climático?
La fuerza que,
por lo general, permite que las ideas zombis sigan arrastrándose son los
intereses financieros personales. Los elogios a las virtudes de los recortes
fiscales los pagan de manera casi directa los multimillonarios que se
benefician de estos recortes. La negación del cambio climático es una industria
respaldada casi por completo por los intereses de los combustibles fósiles.
Como dijo Upton Sinclair: “Es difícil hacer que alguien entienda algo cuando su
salario depende de que no lo entienda”.
No obstante, es
menos evidente quién gana al minimizar los peligros de una pandemia. Entre
otras cosas, la escala de tiempo se comprime enormemente en comparación con el
cambio climático: pasarán muchas décadas antes de que se materialicen las
consecuencias del cambio climático, lo que les dará mucho tiempo a los
intereses de los combustibles fósiles para tomar el dinero y huir, pero ya
estamos viendo consecuencias catastróficas de la negación del virus después de
tan solo unas semanas.
Es cierto que tal
vez haya algunos multimillonarios que se imaginan que negar esta crisis les
traerá algunas ventajas financieras. Justo antes de que Trump hiciera ese
llamado aterrador para reactivar el país antes de Pascua, sostuvo una
conferencia telefónica con un grupo de administradores de fondos que quizá le
dijeron que terminar el distanciamiento social sería bueno para el mercado. Eso
es disparatado, pero nunca se debe subestimar la codicia de estas personas.
Recordemos que Steve Schwarzman de Blackstone, uno de los hombres que participó
en la conferencia, una vez comparó las propuestas de acabar con una exención
tributaria con la invasión de Adolf Hitler en Polonia.
Además, a los
multimillonarios les ha ido muy bien con los recortes fiscales de Trump y tal
vez teman que el daño económico del coronavirus tenga como consecuencia la
derrota de Trump y, por tanto, un aumento a los impuestos para personas como
ellos.
Pero yo creo que
la reacción desastrosa al Covid-19 se ha basado menos en los intereses
personales directos y más en dos formas indirectas en que se vinculan las
políticas públicas por la pandemia con el predominio general de las ideas
zombis en la mentalidad de la derecha.
La primera es que
cuando existe un movimiento político construido casi por completo en torno a
que son falsas las afirmaciones de cualquier experto, se tiene que promover una
actitud de desprecio hacia los conocimientos que penetre en todo. Cuando
ignoramos a las personas que analizan las pruebas sobre los efectos del recorte
fiscal y los efectos de las emisiones de gas de efecto invernadero, ya estamos
preparados para ignorar a las personas que analizan las pruebas sobre la
transmisión de la enfermedad.
Esto también
ayuda a explicar el papel central que tienen los conservadores religiosos que
odian a la ciencia en el conservadurismo moderno, el cual ha tenido una
influencia importante en la respuesta deficiente de Trump.
La segunda es que
los conservadores tienen una creencia verdadera: a saber, que existe una
especie de efecto halo en torno a las políticas exitosas del gobierno. Temen
—tal vez con razón— que si la intervención pública puede ser eficaz en un área,
los electores quizás consideren más positiva la intervención del gobierno en
otras áreas. En principio, las medidas de salud pública para limitar la
propagación del coronavirus no deberían tener gran repercusión para el futuro
de programas sociales como Medicaid. En la práctica, la primera tiende a
aumentar el apoyo para la segunda.
Como resultado,
la derecha a menudo rechaza las intervenciones del gobierno incluso cuando es
evidente que son para el bien común y no tienen nada que ver con la
redistribución del ingreso simplemente porque no quieren que los electores vean
que el gobierno está haciendo algo bien.
La conclusión es
que, así como con muchas cosas, Trump, la atrocidad de hombre que habita la
Casa Blanca, no es todo lo que hay detrás de las terribles políticas públicas.
Desde luego que es ignorante, incompetente, vengativo y totalmente falto de
empatía. Pero su incompetencia en cuanto a las políticas públicas relacionadas
con la pandemia se debe tanto al carácter del movimiento al que sirve como a
sus ineptitudes personales.
by ariza_adolfo | Abr 11, 2020 | Espiritualidad
Soy uno de los tantos católicos argentinos,
que cumplen formalmente los sacramentos, pero cuya vida no tiene en cuenta lo que
esa fe supone, aunque siempre me interesó lo espiritual.
Como Profesor, empecé a trabajar en una
Escuela católica, de los Misioneros de la Consolata, allí me invitaron a
participar de los Cursillos de Cristiandad. Fue una experiencia conmocionante,
que me llevó a practicar el culto con mucho fervor. Aunque el Cursillo no me
interesó para participar de sus actividades, seguí profundizando mi fe y mi
conocimiento del tremendo significado de vivir en Cristo. Me involucré en
actividades misioneras porque comprendí que ese era el llamado que significaba
ser parte de la Iglesia Peregrina. También hice estudios formales de materias
teológicas, y hasta llegué a escribir algún artículo sobre estos temas.
Después
fui buscando otros modos de espiritualidad, dejé de participar regularmente en
el culto, pero siempre fui católico militante.
En
este proceso el papado de Francisco tuvo un enorme significado para mí, porque significó
un reverdecer de esa Iglesia de la que enamoré después del Concilio Vaticano
II: la que se enfocó en ser “la opción de los pobres”. Por eso, sigo su
apostolado y sus directivas.
Dentro
de todo este proceso personal, la Pascua de Resurrección fue siempre una etapa central
en mi vida religiosa: porque Jesús es el Resucitado, y con él resucitó la
humanidad.
Me
llegó el texto de la Homilía de Francisco en la misa de la Vigilia Pascual. Me
pareció una buena manera de decirle Felices Pascuas al que me lea.
Felices Pascuas.
ÉL VIVE
Homilía de Francisco en la misa de la
Vigilia Pascual:
«Pasado el sábado» (Mt 28,1) las mujeres
fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el
sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de
la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos
más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados
en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en
los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima
demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor
se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y
después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria
herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más
oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se
quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del
remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad.
Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes
para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la
oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado,
rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo,
esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer
día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la
tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres,
con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas
personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas
mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de
afecto, de oración.
Al amanecer, las mujeres fueron al
sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha
resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después
encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les
dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de
la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las palabras que Dios nos
repite en la noche que estamos atravesando.
En esta noche conquistamos un derecho
fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una
esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una
palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia. Es un don
del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos
constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y
haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y
el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La
esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios
conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.
El sepulcro es el lugar donde quien entra
no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida
donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada,
tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba,
puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la
resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos
esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha
venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz
iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más
oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la
esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen
la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.
Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio,
está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a
un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el
Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el
camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te
dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo
puede otorgar uno mismo» (A. MANZONI, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No
te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la
oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón
para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de
mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no
turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que
debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú
estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras
incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el
amor que nos tienes.
Este es el anuncio pascual; un anuncio de
esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos
que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de vosotros a
Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede. Es hermoso saber que
camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para
precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos
evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la
esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también
el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea
es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Necesitamos retomar
el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita.
Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos
de prueba.
Pero hay más. Galilea era la región más
alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo
geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la
Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios
cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les
pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de
la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que
hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo
hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1
Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que
llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en
tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región
de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos
hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras.
Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no
fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el
corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo
necesario.
Al final, las mujeres «abrazaron los pies»
de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a
nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies
que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros,
peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le
damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.
by ariza_adolfo | Abr 11, 2020 | Temas políticos
En línea con una entrada anterior (EL MUNDO DESPUÉS DEL
CORONAVIRUS https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/04/06/el-mundo-despues-del-coronavirus/), ando
buscando aportes sobre ese mundo todavía lejano, pero incierto y casi
impredecible.
Esta nota de Pepe Natanson es una buena lectura en ese
sentido de búsqueda, sobre todo desde la geopolítica.
Que les sea útil, a mí me lo ha sido.
Lo imposible
Por José Natanson
© Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur
EDICIÓN ABRIL
2020 | N°250
La escena ocurrió
en el invierno de 1347, en el inicio de la peste negra, la epidemia que asoló
Europa, Asia y el Norte de África cobrándose, según los relatos más fiables, unos
20 millones de vidas. Liderados por Jani Beg, que había heredado el trono de su
padre tras asesinar a sus dos hermanos, hordas de mongoles recientemente
islamizados asediaban el puerto genovés de Caffa, hoy Feodosia, en el Mar
Negro, en busca de las riquezas de una ciudad que recibía unos 200 barcos
diarios repletos de mercancías. Frente a la obstinada resistencia de los
sitiados y ante la evidencia de que sus propias tropas estaban cayendo víctimas
de una enfermedad desconocida que se propagaba como pólvora, el khan ordenó, en
lo que probablemente sea una de las primeras operaciones de guerra
bacteriológica de la historia, utilizar las catapultas para bombardear de
cadáveres contagiados el interior de las murallas, obligando a los sitiados,
que pensaban erróneamente que la enfermedad se contraía por el contacto de los
cuerpos, a escapar. Pero la peste ya se había propagado a través de su
verdadero vector, las ratas, y la huida la trasladó a Génova, de ahí a
Constantinopla y finalmente a medio mundo civilizado.
Difusa pero
angustiante, la sensación de fin del mundo se extiende hoy por el planeta,
conforme más y más países decretan la cuarentena y ven cómo se eleva el número
de contagiados y muertos. Apocalipsis con arresto domiciliario, según la buena
definición del periodista Boris Muñoz: ni siquiera podemos salir a la calle a
ver cómo termina esto. Por eso quizás algunos se apuran a buscar responsables:
las hipótesis conspirativas, explica el investigador especializado en estudios
del futuro Ezequiel Gatto (1), nos tranquilizan moralmente porque permiten
identificar un culpable, sea éste el gobierno chino, un laboratorio secreto de
Estados Unidos, un plan para acabar con los viejos al estilo de La guerra del
cerdo o un chino que se comió un murciélago. O un khan ambicioso que ataca una
ciudad bombardeándola con cadáveres. No importa que se trate de hipótesis
incomprobables, del mismo modo que la historia de los cuerpos contagiados de
peste bubónica volando por arriba de los muros podría ser falsa, una temprana
fake news, según corrobora el historiador Ole J. Benedictow en su libro La
peste negra (2). Lo importante, apunta Gatti, es que identificar un responsable
permite suponer que alguien pensó el futuro de todo esto, que esto ocurre
porque alguien así lo planeó y que todo tiene un sentido: uno sólo.
Hay algo
igualador en la incertidumbre, en el hecho de que nadie –de Donald Trump al
último obrero chino- sabe realmente cómo va a terminar la pandemia, aunque
desde luego el virus no afecta del mismo modo a todos. Como señala Gatto, es la
primera vez en la historia que el mundo parece plegarse sobre un sólo elemento
que define “nuestro tiempo”, lo que explica la sensación un poco aterradora de
que somos víctimas de una incursión extraterrestre, algo externo que nos pone a
todos en un único conjunto. Porque además
todo sucede en tiempo real, en la tiranía del minuto a minuto: vivimos
pandemias por radio y televisión, pero nunca a través de las redes sociales,
que aceleran la dinámica de los hechos (todos los días contamos el número
global de muertos) y dispersan la información: las pocas fuentes fiables –la
Organización Mundial de la Salud sobre todo– recuperan centralidad y
protagonismo.
El futuro está
abierto, hoy más que nunca. Por eso, antes que pensar el fin del mundo (o del
capitalismo, que a esta altura es casi lo mismo), quizás sea más sensato tratar
de pensar qué cambiará cuando la crisis finalmente pase. Slavoj Žižek sostiene,
en un libro de reciente aparición sobre el coronavirus que debe haber escrito
siguiendo el método Fogwill, que la pandemia abre la oportunidad de replantear
horizontes hasta hace poco impensables, aunque su proyecto de construir un
“comunismo con coordinación y colaboración global” suene un tanto inalcanzable
(3). ¿Qué cambiará entonces? No es sencillo imaginarlo, porque están ocurriendo
las cosas más insólitas: el FMI acepta tan campante que el gobierno argentino
no pague su deuda por cinco años, 1.300 millones de indios son confinados a sus
hogares en la cuarentena más masiva de la historia y los patos se pasean por
los canales de Venecia (y los carpinchos por Nordelta).
¿Qué saldo
dejará la pandemia?
En primer lugar,
observamos la reubicación en el centro de la escena internacional de dos
cuestiones que nunca se fueron, que siempre estuvieron ahí, pero que venían
sufriendo ataques y erosiones: el Estado-nación y la ciencia.
Como ha sido
señalado en estos días, el gran protagonista de la respuesta a la crisis fue el
Estado. No ocurre siempre, pero a veces las crisis totales, como la que estamos
atravesando, conllevan un reempoderamiento del Estado: sucedió después de la
Segunda Guerra Mundial, con la construcción del Estado de Bienestar, y puede
que termine ocurriendo ahora, en momentos en que se hace evidente que la
sociedad civil y los actores económicos pueden contribuir a buscar soluciones
pero que la respuesta general sólo puede venir del Estado, que distribuye
cheques de 3.000 dólares a todas las familias en Estado Unidos, renacionaliza
los sistemas de salud en Europa o decreta las cuarentenas en medio planeta.
También cascoteada
últimamente, hostigada desde los frentes diversos del fanatismo religioso (que
niega la teoría de la evolución), el hipismo irresponsable (que niega las
vacunas) y los intereses económicos (que niegan el cambio climático), la
ciencia recupera protagonismo. En momentos de incertidumbre y confusión, la
ciencia provee certezas: el coronavirus tiene tal ADN, se contagia de tal
forma, se testea de esta otra. Lo demostrable, lo verificable. Una de las pocas
instancias de coordinación internacional que sobreviven al ascenso de los
nacionalismos, la Organización Mundial de la Salud, se erige en un espacio
fundamental de coordinación de esfuerzos. Como sostiene Yuval Noah Harari (4),
la gran ventaja del hombre en la lucha contra el virus es la capacidad de
intercambiar información. Un coronavirus en Corea y un coronavirus en España no
pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero Corea
puede enseñar a España lecciones valiosas. Si el Estado es nacional, la ciencia
es, por definición, universal: quizás otro de los saldos de la pandemia sea un
fortalecimiento de la comunidad científica internacional y de los organismos
que la representan. Leviatán y positivismo para salvar al mundo.
Geopolítica
El fondo sobre el
que se recortan estos movimientos es la desglobalización, el proceso de
reversión de la tendencia a la integración planetaria cuyo inicio hoy, con la
distancia que da el tiempo, podemos situar claramente en la crisis financiera
de 2008/2009, que marcó el comienzo del declive de la Unión Europea como actor
global, produjo un auge de los nacionalismos y parió una serie de liderazgos
proteccionistas que, como Donald Trump y Boris Johnson, denuncian los acuerdos
comerciales y se amurallan detrás de sus fronteras. Con la fuerza demoledora de
su irrupción sorpresiva, el coronavirus cancela vuelos comerciales, quiebra las
cadenas globales de suministros, detiene los flujos de mercancías. Salvo
excepciones, los líderes mundiales reaccionan con reflejo nacional, compiten
antes que cooperan, como ilustra la intención de Trump de adquirir de prepo la
propiedad de un laboratorio alemán que estaba trabajando en una vacuna.
Es cierto, como
apunta Julio Burdman (5), que la globalización desborda a los gobiernos, que
líderes que intentaron una salida original, como Trump o Johnson, tarde o
temprano tuvieron que subordinarse a la estrategia general, que hay un momento
en que sus opiniones valen menos que la de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director
general de la OMS. Pero también es verdad que una vez que pase lo peor el
resultado será menos, y no más, integración global. Cuando superemos la
pandemia, ¿Estados Unidos seguirá aceptando que la mayor parte de los
principios activos de los remedios que consume o los chips imprescindibles para
ensamblar sus computadoras y celulares se produzcan fuera de sus fronteras?
En esencia, la
desglobalización puede ser vista como la respuesta defensiva de actores en
situación de declive hegemónico a la transición de poder global motorizada por
el ascenso de China. Contra los que se apuraron a ver la crisis como un golpe
fatal al régimen chino, como el Chernobyl del Partido Comunista Chino, la
reacción rápida mostrada tras un primer momento de ocultación terminó
convirtiendo al país en el gran protagonista de la crisis. Frente a las
dificultades de Italia y España para imponer el distanciamiento social, los
desvaríos de Trump y la absoluta descoordinación del sistema norteamericano,
donde cada Estado y cada ciudad toman un rumbo diferente, China respondió de
manera asombrosamente eficaz.
Como señaló
Byung-Chul Han en un comentadísimo artículo publicado en estos días (6), esto
fue posible por el mix único de la tradición confucionista de una sociedad
acostumbrada a la disciplina colectiva y el despliegue de un Estado digital de
vigilancia total: cuando los sensores del metro de Pekín detectan a un pasajero
con fiebre el sistema de reconocimiento facial lo identifica y le envía un
mensaje a su celular instándolo a que se acerque en un plazo perentorio al
centro de control más cercano a hacerse el test, al tiempo que rastrea a
quienes compartieron el vagón para que hagan lo mismo. Para Han, la soberanía
ya no reside en quien es capaz de cerrar las fronteras sino en quien controla
los datos. Soberano no es el que decide; es el que sabe. Dotado de un panóptico
digital compuesto por 170 millones de cámaras, el Estado chino logra niveles de
trazabilidad que le permiten encontrar y aislar a los contagiados, pero esto
sólo es posible en un país en el que las empresas de telecomunicaciones no tienen
inconvenientes en compartir los datos con el Estado porque son públicas y en el
que los derechos civiles directamente no existen.
No hay muchas
dudas: los sistemas centralizados –autoritarios o semi-autoritarios– de Asia
respondieron mejor al estrés de la crisis que la mayoría de las grandes
democracias occidentales (con la singular excepción, una vez más, de Alemania).
Como sostiene Andrés Malamud en esta misma edición de El Dipló, si en Oriente
la crisis fortaleció el statu quo político, en Occidente lo puso en cuestión.
La decisión del gobierno chino de enviar profesionales y equipos médicos a
países no sólo del tercer mundo –el primero en recibirlos fue Italia–, junto a
la postal de ciudadanos chinos escapando de España para volver a su patria, confirman
quién está ganando la batalla cultural de la pandemia.
1. https://medium.com/@ezequielgatto/sacar-del-medio-ee385072f915
2. Editorial Akal, 2011.
3. Pandemic! Covid-19 Shakes the World, OR Books, 2020.
4. “The world after coronavirus”, Financial Times, 20-3-20,
www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75
5. Entrevista a El economista, www.eleconomista.com.ar/2020-03-burdman-alberto-fernandez-esta-condenado-a-ser-un-estadista-durante-todo-su-mandato/
6.El País, 22-3-20 https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
by ariza_adolfo | Abr 6, 2020 | Vida cotidiana
Vi una nota en la Revista Rumbos del fin de semana, a
partir de otra de Pilar Jericó. Me pareció útil, y que es un aporte en esta
difícil época, en que mucho de lo que nos llega nos confunde y asusta más de lo
que nos alivia.
Una de las cosas que intento hacer siempre, mucho más en
estos tiempos del coronavirus, es ser organizado, tener planes, no desordenarme,
por eso, este aporte con formato de guía, me parece que puede ayudar.
Ojalá sea así.
Guía para
superar el impacto emocional del coronavirus
PILAR JERICÓ
Debemos afrontar
la situación con una mentalidad positiva. Para eso necesitamos conocer las
etapas a las que nos vamos a enfrentar
https://elpais.com/elpais/2020/03/16/laboratorio_de_felicidad/1584365848_234280.html
El coronavirus
nos ha superado a todos. Nos enfrentamos a emociones incómodas, nos agobia el
miedo, nos estremece escuchar a los sanitarios informando de las situaciones
que viven, y no parece que las cosas vayan a mejorar en el corto plazo. Sin
embargo, existe una verdad incuestionable: todo pasa. El coronavirus también.
Como ha sucedido con otras pandemias o en otras situaciones difíciles que hemos
vivido. Debemos afrontar el problema con una mentalidad positiva. Para eso
necesitamos conocer las etapas y las emociones a las que nos vamos a enfrentar.
Reconocerlas nos ayudará a afrontarlas de un modo más amable. A desarrollar una
mentalidad positiva a pesar de las circunstancias. Esta posición nos permitirá
entender que, en todo cambio, por difícil que sea, siempre existen
oportunidades para seguir aprendiendo y avanzar como personas y como sociedad.
Las
investigaciones en las que basé mi libro Héroes cotidianos sirven para entender
de manera sencilla qué emociones vamos a vivir estos días. Las detallo en esta
página en voz y con ejercicios prácticos.
1. Llamada: “Hay un virus en China”. Ese fue el comienzo.
Toda llamada a la aventura puede ser de dos tipos, como dice paradójicamente la
medicina tradicional china: llamada del cielo, cuando es algo deseado, o
llamada del trueno, cuando no lo buscamos y rompe nuestros esquemas. El
coronavirus pertenece a las llamadas del trueno para la mayor parte de los
mortales. Pocos esperaban que sucediera.
2. Negación: “Esto no va a ocurrir aquí”. La negación es una
fase habitual en casi todos los cambios no deseados. Se trata de la más difícil
de asimilar. Nunca creemos que nos vaya a afectar a nosotros. Nos llenamos de
excusas, como que China está muy lejos o que solo es una gripe más, y nos
olvidamos de las evidencias: de que el mundo está globalizado, incluso hasta
para las enfermedades, o que estas pueden resultar tan contagiosas que pueden
colapsar el propio sistema. Durante el periodo de negación, cuando nos damos
cuenta de que sí nos puede afectar, podemos desarrollar una variante: la ira o
la rabia. Nos enfadamos con el sistema, con la falta de medidas que toman las
autoridades, con los eventos deportivos, manifestaciones o reuniones que nos
han expuesto al contagio. El enfado hay que pasarlo, tengamos razón o no. Si
nos quedamos en esta fase, estamos perdidos, porque desaprovecharemos la
oportunidad de aprendizaje que existe ante cualquier crisis.
3. Miedo: “¿Qué nos va a pasar?” Esta es la emoción más
profunda y paralizante que existe. Hay un miedo sano, que es la prudencia, que
nos obliga a protegernos y a quedarnos en casa. Y existe otro, el miedo tóxico,
que nos lleva a la histeria colectiva, a las compras compulsivas o a no dormir
por las noches. El miedo es otra fase que tenemos que transitar rápidamente. Es
inútil dejarse vencer por la emoción, que en muchas ocasiones llega a ser más
contagiosa que la propia enfermedad. Posiblemente, porque nos daña
profundamente y nos vacía de la posibilidad de afrontar la crisis desde la
mentalidad positiva del cambio, el sentido común y la fuerza.
4. Travesía por el desierto: “Estoy triste y soy vulnerable”. Ya no
hay miedo ni rabia, solo desazón y tristeza en estado puro. Estamos abatidos
por las cifras de enfermos y fallecidos, conocemos personas afectadas o lo
estamos nosotros mismos. Es un momento de aceptación pura de la realidad. En la
crisis del coronavirus, la travesía por el desierto hay que afrontarla. La
mentalidad positiva sin tocar el desierto es falsa y temporal (excepto para
quien vive en el positivismo artificial constante o tiene problemas con la
empatía, que no deja de ser negación). La buena noticia es que los desiertos
también se abandonan. Nos podemos quedar atascados en la rabia o en la
negación, pero la mayoría de las personas, tarde o temprano, conseguimos
remontar la tristeza.
5. Nuevos hábitos y confianza: Una vez aceptada la realidad comienzan
los nuevos hábitos y la confianza en nosotros mismos. Normalizamos la realidad.
Si estamos recluidos, encontramos los aspectos positivos. Nos ofrecemos a
ayudar a otros desde la serenidad y no desde el miedo; nos reímos de la
situación y, lo más importante, nos abrimos al aprendizaje. Cuanto más nos
esforcemos en ver qué aspectos quiere enseñarnos esta nueva crisis, más rápido
podremos atravesar la curva del cambio.
6. Fin de la aventura: El coronavirus ha pasado y soy más fuerte. Esta
crisis será historia, como todas. Vendrán otras, nuevos problemas, y eso
significa que estamos vivos. Si hemos sido conscientes del proceso y hemos
aprendido como personas y como sociedad, habrá valido la pena, a pesar de las
numerosas pérdidas que hayamos tenido en el camino.
Las fases
descritas no son lineales, pero sí progresivas. Es decir, podemos estar en el
desierto y regresar por momentos a sentir rabia o miedo. Casi siempre sucede, pero
no hay que sentirse culpable por ello. Cuanta más conciencia pongamos, más
sinceros seamos con nosotros mismos, más rápido podremos atravesarlas y más
capacidad tendremos para despertar el valor que cada uno de nosotros llevamos
dentro. En la épica personal también hay espacio para el optimismo.
by ariza_adolfo | Abr 6, 2020 | Temas políticos
Desde hace bastante este tema del fracaso y decadencia
del neoliberalismo me anda rondando.
Encontré la excelente
nota de Yaccar que se menciona más abajo, y cuyo epígrafe es: “¿Se viene un capitalismo más feroz o un comunismo
renovado?”, y me surgió la pregunta ¿Y
entonces qué?
Porque, además de
coincidir en el análisis de la autora, tampoco me siento muy seguro de que el
mismo neoliberalismo, aunque más no sea como muerto vivo (terrible zombie), no
vaya a seguir habitando este mundo. Es cierto que todo les está saliendo mal,
pero hay demasiados intereses y ninguna actitud de auto crítica para no pensar
que van a querer seguir con sus planes, por inescrupulosos y destructivos que
sean.
¿Y entonces qué?
Voy a citar al gran
Methol Ferré en AMERICA DEL SUR: DE LOS ESTADOS-CIUDAD AL ESTADO CONTINENTAL
INDUSTRIAL (http://www.metholferre.com/obras/conferencias/capitulos/detalle.php?id=72)
“El “populismo” era
decretado inferior. Pero es el único pensamiento importante que surgió en
América Latina desde sí misma, y generó a Haya de la Torre en el Perú, a Vargas
en Brasil, a Perón en Argentina, a Ibáñez en Chile, a Lázaro Cárdenas en
México, a Rómulo Betancourt en Venezuela.”
Como se ve, este
“populismo latinoamericano”, como lo llama Methol, no fue un hecho aislado en
América Latina, si bien el peronismo es la propuesta más consolidada y
perdurable.
Es cierto que no
ha sido un camino fácil: la izquierda lo menospreció, e incluso se alió con el
conservadurismo en contra de él desde el comienzo. En las elecciones de 1946, a
Perón lo enfrentó la Unión Democrática, una extraña alianza de conservadores,
radicales, socialistas y comunistas, con el apoyo de los EEUU (Braden
(embajador de ese país) o Perón, fue la consigna con que el peronismo llegó al
poder).
Las patas en la fuente, imagen histórica del 17 de octubre de 1945, fecha
fundacional del peronismo, como Día de la Lealtad, tampoco fue algo fácil de
digerir para los grupos de dirigentes prohijados por el establishment económico
de la época. Siempre conspiraron contra el peronismo, y las Fuerzas Armadas
fueron su brazo ejecutor para derrocarlo en 1955, y después en 1976.
Sin embargo, el peronismo volvió a ganar las elecciones
en 1919, y es Gobierno nuevamente.
¿Por qué lo
planteo como un proyecto político que podría ser una alternativa como las que
analizan los filósofos que cita Yaccar?
Este es un tema
que merece un desarrollo por sí mismo, por ahora solo citaré el pensamiento de
Perón en ECONOMÍA PERONISTA, en su presentación:
“Como doctrina
económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al
servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social”.
Verdad 16 del
Justicialismo Peronista
Más abajo dice: “Mal puede distribuir
equitativamente los bienes económicos de la comunidad un país cuyos intereses
son manejados desde el exterior por empresas ajenas a la vida y al espíritu del
pueblo cuya explotación realizan. La felicidad del Pueblo exige, pues, la
independencia económica del país como primera e ineludible condición.
El mundo del porvenir será constituido sobre la base de
naciones socialmente justas, económicamente libres y políticamente soberanas, o
será destruido irremediablemente” (1/5/1952).
Esto no es lo que está sucediendo en América Latina (es
más, se hace evidente lo de la destrucción como amenaza cierta), y el macrismo
fue un fiel exponente de ese pensamiento que se opone a un proyecto nacional y
popular, como el de los “populismos latinoamericanos”.
Por lo tanto, creo que este pensamiento debe de ser
considerado como una alternativa válida. Y
se los propongo.
El neoliberalismo es la primera víctima fatal del coronavirus
La pandemia y el
fin de una era
Por Atilio A.
Boron
https://www.pagina12.com.ar/257122-la-pandemia-y-el-fin-de-una-era
El coronavirus ha
desatado un torrente de reflexiones y análisis. Sobran las razones para
incursionar en esa clase de conjeturas porque si de algo estamos completamente
seguros es que la primera víctima fatal que se cobró la pandemia fue la versión
neoliberal del capitalismo. Decimos la “versión” porque el COVID-19 liquidó al neoliberalismo,
pero no a la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción
y como sistema internacional. La era neoliberal ya es un cadáver aún insepulto
pero imposible de resucitar. El capitalismo, en cambio, aún resiste y su futuro
es incierto. Pero nada autoriza a darlo ya por muerto.
Simpatizo mucho
con la obra y la persona de Slavoj Zizek pero esto no me alcanza para otorgarle
la razón cuando, en la estupenda nota de María Daniela Yaccar en PáginaI12 del
29 de marzo
(https://www.pagina12.com.ar/255882-la-filosofia-y-el-coronavirus-un-nuevo-fantasma-que-recorre-
) sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema
capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste
debería caer muerto a los cinco segundos. No ha ocurrido y no ocurrirá porque,
como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no
existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo
sobrevivió a la pandemia de la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos
vio la luz en la base militar Fort Riley (Kansas) , y que según los imprecisos
cálculos de su letalidad, exterminó entre 20, 50 y 100 millones de personas.
Resistió también al derrumbe global producido por la Gran Depresión,
demostrando una inusual resiliencia para procesar las crisis e inclusive salir
fortalecido de ellas. Pensar que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y
políticas anticapitalistas ahora se producirá el tan anhelado deceso de un
sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la
naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis
concreto. Zizek confía en que para salvarse la humanidad tendrá que recurrir a
“alguna forma de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas.
Dependerá de si “los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir
viviendo como antes”, cosa que por ahora no sabemos. Pero la coyuntura presenta
otro posible desenlace: “la barbarie”. O sea, la reafirmación de la dominación
del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica,
coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de
su hasta ahora intacta dictadura mediática y de la eficacia de su imperio de
vigilancia global.
En la nota ya
aludida el filósofo de Byung-Chul Han se arriesga a decir que “tras la
pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.” Creemos que se equivoca
porque si algo ya se dibuja en el horizonte es el generalizado reclamo de la
sociedad a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar
los efectos desquiciantes de los mercados en la provisión de servicios básicos
de salud, vivienda, seguridad social, transporte y para poner fin al escándalo
de la concentración de la mitad de la riqueza del planeta en el 1 % más rico de
la población. Ese mundo post-pandémico tendrá mucho más estado y mucho menos
mercado, y éstos estarán más regulados, con poblaciones “concientizadas” y
politizadas por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar
soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” en países como
Estados Unidos, nos recuerda Judith Butler, repudiando el desenfreno
individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el
neoliberalismo.
En una entrevista
reciente Noam Chomsky habla del “monumental fracaso” de los mercados y los
gobiernos neoliberales en cuidar la salud de la población.”
(https://www.youtube.com/watch?time_continue=61&v=t-N3In2rLI4 )
“Reagan y
Thatcher decían que el problema era que los gobiernos sofocaban a los mercados”
y que, por lo tanto, “había que acabar con los gobiernos” y su intervención en
las áreas de salud, seguridad social, vivienda, educación, transporte, etcétera.
En EEUU ese programa se cumplió escrupulosamente: Trump anuncia una gran
operación antinarcóticos en el Caribe para hostigar a Venezuela y Cuba y en la
misma nota el Washington Post reproduce la opinión oficial de que la pandemia
podría “causar entre 100 y 240.000 muertes.” ¿Por qué tantas? Porque según la
American Hospital Association el número de camas de hospital disminuyó en un 39
% en los últimos años a fin de aumentar la tasa de ocupación de las camas
(hasta oscilar en torno al 90 %) y aumentar la rentabilidad de los hospitales.
Según esta misma fuente el país dispone de 924,100 camas pero muchas de ellas
están ocupadas por pacientes crónicos y las que cuentan con Unidades de
Cuidados Intensivos (UCI) son a lo sumo 64.000 camas. El Johns Hopkins Center
for Health Security informó el mes pasado que si la pandemia es moderada
requeriría hospitalizar a un millón de personas, 200.000 de las cuales
requerirían camas aptas para las UCI. Una pandemia severa enviaría a los
hospitales casi 10 millones, y unos 2.9 millones requerirían camas con UCI.
Obviamente, muchísima gente morirá fuera de los hospitales. La destrucción de
la salud pública se corrobora también cuando se observa que los centros de
salud locales y estaduales tienen un 25 % menos de personal que en el 2008; que
el presupuesto del crucial Center for Disease Control cayó un 10 % en términos
reales bajo Trump y que éste desmanteló la oficina de la Casa Blanca para
coordinar las luchas contra las epidemias creada por Obama para combatir el
Ébola en 2014.
Las estadísticas
de la destrucción del sistema de salud revelan el contubernio entre gobiernos
neoliberales y los traficantes de la salud: hospitales e industria
farmacéutica. Difícil que después del desastre que se avecina vaya a haber
mucha gente en EEUU que se burle de Bernie Sanders cuando hable de la medicina
socializada. Después de esta pandemia, y de la debacle económica que dejará
como saldo, el mundo será muy distinto al que conocimos. Casi 10.000.000 de
nuevos desocupados se inscribieron en el Seguro Social esta semana. Además,
¿qué ocurrirá con los 80 millones que o no tienen seguro de salud o que el que
tienen no les sirve? ¿Seguirán votando por mantener la “privatización” de la
salud? ¿Querrán morir a los 70 años, como pide el Vicegobernador de Texas, para
reanimar a la economía? ¿Cómo va a actuar el 45 % de la fuerza de trabajo sin
licencia paga por enfermedad? Deberá elegir entre ir a trabajar y contagiar o
contagiarse de otros, o comer. Lo que parecía normal, hasta “natural”, antes de
la pandemia ahora aparece como una monstruosidad. Por eso, el mundo que ya
destruyó no volverá a renacer. Estamos en las vísperas de una nueva era, y si
nos concientizamos, luchamos con inteligencia y nos organizamos adecuadamente
podremos crear un mundo mejor, mucho mejor.
Comentarios recientes