Memorias impuras fue pensado originalmente como díptico. La primera parte “Los padres”, se publicó en 2007, y luego se presentó una edición definitiva y completa que incluye esa primera parte a la que se suma “Los huérfanos”.
Lo leí en el 2007. En el 2019 visité a Jorge Bodoc en su casa de El Trapiche, San Luis (cerca de su primera casa donde comimos un asado con mi esposa y Liliana, supongo que por el 2010). Entonces me contó cómo él y su familia estaban construyendo esta continuidad.
Pasó el tiempo y me enteré en Facebook que Roberto Chiavetta, el hermano de Liliana, estaba vendiendo Memorias de una alcahueta, publicado en Ediciones Hasta Trilce.
Así comienza el prólogo de esta obra:
“Hay aquí un amasijo de memorias impuras. Recuerdos de memorias previas que son rejuntes de jirones de quién sabe qué otras antiguas memorias. Un mapa reconstruido con fragmentos dislocados, ocres y de bordes quebradizos. Un pergamino indescifrable para la razón, pero coherente y útil para la sabia falta de lógica de la emoción.
No estamos ante una obra, sino ante un entramado dramático que es un efecto colateral de un proceso versátil y colectivo. Un tránsito donde se conjugan realidades, historias, ficciones, poemas y presagios. Esta obra más-que-teatral es un vástago inesperado de su ancestro: la novela Memorias Impuras y de todo el territorio simbólico que la orbita.”
Queda definida la obra: “es más-que-teatral”, que es casi como decir que es muy difícil clasificarla genéricamente.
En una entrevista (“Memorias Impuras” o el sencillo acto de la lectura comprometida” https://www.telam.com.ar/notas/201304/13914-memorias-impuras-o-el-sencillo-acto-de-la-lectura-comprometida.ht ), Liliana Bodoc dice: “Básicamente `Memorias…` es un sustrato histórico-realista y está libremente ficcionanalizado. Quiero ser clara -agrega- no es una novela histórica. No hay referencias reales, no existe un virreynato de Albora; puede ser el Del Río de la Plata o cualquier otro”.
En la misma entrevista se dice: “La autora de “Los días del venado” cuenta que “partí de una premisa, de una coyuntura espacio-temporal, por decir de alguna manera, de una utopía y de un género literario -que también podría denominarse novela histórica alternativa- no hay ninguna referencia histórica”, revela.”
En Memorias de una alcahueta se sintetiza cómo Liliana construyó sus universos ficcionales:
“Memorias Impuras, novela compuesta por dos partes inseparables, fue concebida en base a un dispositivo casi análogo al que la autora desplegó en su Saga de Los Confines: tomar un acontecimiento histórico crucial de nuestro mundo y extrapolarlo a un otro mundo ficticio donde los nombres, los territorios, los pueblos y las anécdotas son otras, pero preservan características esenciales de la historia como tal, ese conjunto impune de relatos que la sociedad considera “ciertos” y “científicos”.
En la Saga de Los Confines, la matriz histórica es la invasión europea a Abya Yala o América, y la consiguiente colonización y exterminio de los pueblos originarios. En cambio, en Memorias Impuras, la plataforma histórica es la época colonial o mejor, el comienzo del fin de las colonias europeas en Latinoamérica a raíz del surgimiento de los procesos libertadores que condujeron a la definitiva independencia de estas tierras del yugo de la corona española, forjando las identidades de las nuevas naciones, construidas sobre los cimientos de diversas ruinas.”
Es la historia de una gesta, que nos deja a las puertas de una revolución.
Tiempo de Dragones –una trilogía que se completará pronto, según espero, ya que la Editorial rescató el manuscrito en que estaba trabajando Liliana cuando murió- es otro proyecto cercano a los anteriores. En esta saga, la ficción gira en torno a la fraternidad entre los humanos y los dragones. “Se nos transporta a un tiempo sin tiempo donde la magia, el bien y el mal, la lucha por sobrevivir, las guerras y la esperanza tejen un destino vinculado (posiblemente) a un pasado ancestral” (lo leí en una reseña y me gustó)
Sin embargo, el dispositivo es semejante. Era su forma de novelar, de crear ficción, de crear mundos desde lo que somos, desde esta América Latina que buscó resignificar para que fuera ella misma más que nunca.
Pero Memorias de una alcahueta va hacia algo muy profundo, que estuvo siempre, pero que ahora hay que destacar porque la Lili ya no está en este plano, y como dice para cerrar la síntesis biográfica del libro, cuando pone la fecha de su partida: “Y desde entonces, no ha dejado de expandirse.”
Eso le da sentido a la dramatización que son las Memorias en las que la alcahueta –Cusi-, el poeta y los Baguales nos ponen frente al Poeta que rehúsa escapar del Principal que ordena que le corten la lengua, para que no haya más palabras rebeldes.
“CUSI
Que habiendo recibido el lenguaje y el huevo del que nace el lenguaje, tenemos la obligación de cantar para que escuchen los vivos, los muertos, ¡y todos los que están entre unos y otros!
PRINCIPAL
(Se espanta y piensa)
Entonces, si el buen rebelde se queda sin palabras se quedará sin armas. La sentencia es una fruta madura, lista a caerse. ¡Su lengua! ¡Queremos su lengua! ¡Traigan su lengua! ¡Deslengüen al poeta!”
Así lo explica el Poeta:
“Y en fin el río es río cuando corre, la luz es luz cuando ilumina, y el hombre es hombre cuando sueña.”
Así lo explica Berlino, uno de los Baguales:
“Tienen toda la libertad de ser Baguales junto a nosotros. ¡Vamos! Demostremos que si le cortan la lengua a un poeta, entonces nacerán miles de poetas más… ¡Juguemos juntos a ser poetas!”
Las palabras mías, nuestras, ligadas con las de otros, son las armas de nuestros pueblos.
USÉMOSLAS. ES LO QUE NOS PIDE EL POETA, ES LO QUE NOS PIDE LILIANA BODOC. SOÑEMOS PARA SER HOMBRES, COMO LA LILI.
Está bueno leer Memorias de una alcahueta. No se vende en librerías, pero les dejo los datos de contacto para los que quieran conseguirla.
Hace mucho que sigo la columna Dar la palabra de Nené Ramallo en Diario Los Andes. Soy Profesor de Lengua como ella (trabajamos juntos también), y siempre me interesó el origen de las palabras y la normativa que ella ha desarrollado tan bien.
Hoy me encuentro con esta nota, que, dentro de su temática habitual, toca no solo usos de la Lengua castellana, sus orígenes y evolución y su corrección normativa, sino la importancia de entenderla desde lo que es y significa para la sociedad, antes y ahora.
Desde los diez y ocho años he trabajado en política, y un tema que he comentado más de una vez es el de la política y la ideología.
En algún momento de esa militancia, en la etapa universitaria, creí que lo central era la ideología, en consonancia con cierto acercamiento al marxismo, y llegué a decir que “todo es ideología”. La misma militancia y mi encuentro con el peronismo en 1973, me hicieron entender que lo que importa es la política, no la ideología, porque es aquella la sirve para mejorar el mundo y hacerlo más justo y equitativo.
Esto no significa despreciar la ideología, que es la que le da el marco al proyecto político, que es la que nos ayuda a comprender los movimientos y acciones de la política, pero es esta y no aquella la que permite construir un mundo mejor y defender los derechos y necesidades de la sociedad.
Desde hace un tiempo, coincidiendo con la radicalización de las posiciones en la vida social, en las que las derechas mundiales han tomado empuje, hay sectores de la sociedad que han adherido a proyectos políticos que proponen medidas represivas contra los que protestan porque quieren un mundo más justo y se encierran en conservadurismos teñidos de fascismo, la caracterización ideológica ha adquirido relevancia.
Es más, esta situación ha justificado actos violentos y discriminatorios en muchos lugares del mundo. Esa posición encontró lugar en los proyectos del capitalismo neo liberal con tanto vigor que, desde los ’70, formó parte de los Gobiernos latinoamericanos, que, primero por la fuerza, y después, con metodologías seudo legales, basadas en el uso del poder económico de las corporaciones concentradas que la globalización posibilitó, tomaron el poder en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, y algunos otros países.
Hoy estamos viviendo la reacción a esa situación, en varios casos porque la asimetría generada por ella ha llevado a actitudes violentas de los sectores postergados, y en otros, como en Argentina, porque la madurez política de un sector mayoritario de la sociedad usó las elecciones para buscar otro proyecto político que reemplazara al que no la había beneficiado.
En este contexto el movimiento feminista (al que considero el hecho político más relevante de los últimos tiempos) ha tomado un auge sin precedentes, y a lo que parece, imparable. En ese marco se dan los cuestionamientos a todas las expresiones que se puedan relacionar –con o sin justificación-con la historia patriarcal y machista de la sociedad. Allí adquirió relevancia el término “matria” (aunque Nené Ramallo lo incluye en usos anteriores como éste: “Miguel de Unamuno (la “matria vasca”)”.
A partir de esta palabra, partiendo de “patria”, la autora hace un análisis excelente con un objetivo claro: “Seamos custodias de las palabras y no las disfracemos de intencionalidades que ellas no poseen.”
El tema es que estas búsquedas y descalificaciones de todo lo que sea o parezca patriarcal han provocado muchos cuestionamientos a la palabra “patria” (la relación es clara) con un sentido peyorativo.
La nota de Ramallo es muy precisa en la mostración de la evolución de esta palabra y de otras de la familia, y sirve para entender que no hace falta caer en extremismos y tratar de reemplazarlas por otras que parecieran ideológicamente más representativas del movimiento feminista.
Aclaro que siempre defendí y valoré el movimiento feminista, y he tenido discusiones por esto; también que siempre respeté la propuesta del lenguaje inclusivo, aunque no la use (prefiero todas y todos) porque me pareció ideológica, y la lengua no procede así. Si el uso la incorpora al lenguaje general, la utilizaré.
Creo que esta nota desarrolla un buen ejemplo de cómo la ideología no es la mejor vía para usar bien la Lengua, que hay criterios mejores que tienen que ver, en primer lugar, con la verdad y la realidad, y, después con avanzar en hacer cosas que mejoren la vida, que nos ayuden a encontrarnos en un proyecto común, y no dividirnos.
Pienso que este modo de planear las cosas se puede ampliar a otras áreas de la vida en las que se manifiesten actitudes determinadas por planteos ideológicos, y que no colaboren en la convivencia de los argentinos/as.
Por eso, comparto con ustedes esta nota.
Tal vez haya ido demasiado lejos en la extrapolación de la nota a un nivel sociopolítico, pero creo que ese análisis de esta situación cotidiana del uso de la Lengua con intencionalidades que exceden y falsean la verdad, demuestra que se puede salir por arriba de las confrontaciones ideológicas y avanzar en mejores propuestas para la vida en sociedad de nuestra patria.
En defensa de las palabras
El término “matria” no es un vocablo de creación reciente; lo respetamos y admitimos, pero reivindicamos el valor de “patria”.
Nené Ramallo
LAS PALABRAS HAN ATRAVESADO LOS SIGLOS. Y SIGUEN ALLÍ, COMPAÑERAS DE JORNADAS Y DE REALIDADES, A VECES, MUY DISTANTES Y DISTINTAS DE LOS ENTORNOS EN QUE SE ENGENDRARON.
Fascinada por el poder evocativo de las palabras, quisiera cerrar el año 2020 refiriéndome a toda la magia que se esconde en el corazón de un término. Y lo hago a partir de las afirmaciones de Álex Grijelmo en el comienzo de su obra “La seducción de las palabras”: “Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano”.
Las palabras han atravesado los siglos. Y siguen allí, compañeras de jornadas y de realidades, a veces, muy distantes y distintas de los entornos en que se engendraron; escucho y me sorprendo cuando se rechaza un término porque se lo vincula al varón y, en su lugar, se crea otro sin ahondar en la riqueza léxica que nos brindan tantos años de historia del español: se ha cuestionado, junto a tantos otros, el término “patria” porque se lo ha vinculado, exclusivamente, al vocablo “pater”; el desconocimiento del idioma latino ha llevado a mirar en forma parcial el significado de “patria”; en efecto, la “patria” era la tierra de los ancestros, porque el sustantivo “pater”, metido en el corazón semántico de “patria”, no aludía exclusivamente al “padre biológico”: su plural, “patres”, eran todos los antepasados, mujeres y hombres. Y esa raíz indoeuropea está presente en otros vocablos, como “Júpiter” (“el padre de los dioses”); en “patrocinio” y “patrocinar” (“defender, proteger, amparar, favorecer”). Y en “patrimonio” (“hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes”); en “patricio/a” (“que pertenece a la clase social alta”), en “padrón” (“registro de los vecinos de un municipio”) y en “patrón” o “patrono” (“persona que emplea trabajadores”). ¿Dejaremos de usarlos por una interpretación parcial de su valor semántico? ¿Y no llamaremos más “¿Madre Patria” a España, cuando allí “patria”, que provenía del adjetivo “patrius -a -um” es equivalente a “de los antepasados”?
A veces, la palabra “padre” está muy disimulada, como ha sucedido con el hipocorístico “Pepe”, que se usa para invocar familiarmente a alguien que se llama José; en efecto, este término proviene de llamar a San José, “pater putativus Christi” (“padre putativo de Cristo”). Se tomó la costumbre de colocar, en lugar de toda esa frase desarrollada, la forma abreviada “P.P.” que, en la oralidad, se lee “Pepe”.
Erróneo es pensar que la “p” es siempre exclusivamente signo de género masculino y la “m”, de femenino; veamos casos en que esta creencia se contradice: el latín tenía “maritus”, que dio en español “marido”; en el núcleo de este término, hallamos “mas”, que significaba “macho” y que encontramos en el comienzo de “masculino”; la “m” no vincula, pues, el género. Si se quiere eliminar del habla todo vestigio de género, deberíamos suprimir vocablos como “maridar” y “maridaje”, relacionados con aquel “maritus” y con su núcleo “mas”; los dos términos hoy son muy usados en el ámbito de la gastronomía. En efecto, este verbo, aparte de significar “unirse en matrimonio”, sirve para nombrar la correspondencia o unión de dos cosas diferentes: “maridar vino y comida”, “maridar música árabe y rock”. No cuestionamos el término.
Y, para no generar confusiones, sobre todo de intereses, se hace imperioso marcar bien las diferencias semánticas y fonéticas entre “matrimonio” y “patrimonio”, en donde no reside el valor de uno u otro vocablo en la consonante inicial.
A la inversa, poseemos vocablos que comienzan con “m” y que se vinculan a lo femenino, pero que la comunidad no discrimina a la hora de usarlos, aunque designe objetos masculinos: “matriz”, más allá de indicar el útero, tiene otros valores tales como el molde, de cualquier clase, con que se da forma a algo; también, en la imprenta, los espacios en blanco de un texto impreso; y en el ámbito matemático, es un conjunto de números o símbolos algebraicos colocados en líneas horizontales. ¡Lo femenino ha invadido un ámbito masculino! ¿Y el que se matricula tendrá en cuenta, si es varón, que su “matrícula” (diminutivo de “matriz”) debería ser “patrícula”?
Seamos custodias de las palabras y no las disfracemos de intencionalidades que ellas no poseen. Mi deseo de ver los últimos cambios en el aula ha provocado que, siguiendo muy de cerca todas las discusiones en torno a “presidente” y “presidenta”, enseñara a mis estudiantes de diferentes edades que está totalmente autorizado decir “presidenta”. He llevado al aula la obra académica, consensuada por las veintitrés academias de lengua española diseminadas en el mundo, para indicar el femenino de ese sustantivo, no solamente con el artículo, sino con su terminación “-a”. Siempre cuento que ya en el siglo XIX estuvo permitido a Leopoldo Alas publicar su magistral obra “La regenta”, palabra análoga por su terminación a “presidenta”. Entonces, con justicia, también debo decir, sin rasgarme las vestiduras, que el término “matria” no es un vocablo de creación reciente: hicieron uso de él autores famosos como Edgar Morin (la “matria Europa”) o Miguel de Unamuno (la “matria vasca”); lo respetamos y admitimos, pero reivindicamos el valor de “patria”. En ese sentido, con verdadera maestría, Borges reivindica el sentido profundo de “patria”, no circunscripta exclusivamente al ámbito masculino; en su “Oda al sesquicentenario”, en bellos versos nos hace reflexionar:
“Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo / cargado de batallas, de espadas y de éxodos / y de la lenta población de regiones / que lindan con la aurora y el ocaso, /y de rostros que van envejeciendo / en los espejos que se empañan /y de sufridas agonías anónimas /que duran hasta el alba /y de la telaraña de la lluvia sobre negros jardines.
La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo. […] Nuestro deber es la gloriosa carga /que a nuestra sombra / legan esas sombras que debemos salvar. /Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante /, ese límpido fuego misterioso. (Borges, J. L. “Oda al sesquicentenario”).
Como cierre, más allá de la palabra poética, valiosísima y elocuente, me quedo con la definición, neutra, que nos dan los diccionarios: “Patria es la tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Y también, añade el diccionario, es el “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”.
Esta introducción la escribí después de terminar la entrada, porque me pareció que había empezado con un planteo y después fui avanzando en otra dirección, que no es divergente, sino concurrente, por lo menos en mi cabeza, pero que merece una explicación.
La globalización marcó el inicio de un mundo diferente. Nos mintieron cuando dijeron que había terminado la Historia, y que venía un mundo mejor.
En realidad, si uno analiza lo que hacía el hombre a fines del siglo XIX y en la primera parte del XX, no ve tantas diferencias entre los que exterminaban focas a palos para desollarlas, o cargaban barcos con hombres, mujeres y niños africanos para hacer trata de esclavos, con los que incendian la Amazonia o bombardean Siria, pero, la capacidad de daño es tremendamente superior, sin posibilidad de comparación.
Si no comprendemos estas cosas, es difícil que podamos hacer algo para que el mundo sea mejor.
Empecé leyéndola interesado en el tema de las elecciones en EEUU, pero me llamó la atención otra cosa desde el copete:
“Fake news, polarización, discursos de odio… la capacidad de injerencia de las redes sociales en la arena política está en el centro del debate internacional…”.
El tema excede a la política, en realidad tiene que ver con el modo en que las big tech nos manejan, por supuesto, para hacer negocios –cada vez tienen más poder, y más concentrado-, pero lo importante es que entendamos que así logran crear la Matrix en que creemos vivir.
Claro, estamos hablando de algo nuevo, que todavía no alcanzamos a comprender, pero está actuando sobre nosotros: la “economía de la atención”. Para tratar de aclarar el tema, copio un fragmento de una nota (https://www.bbc.com/mundo/noticias-45509092):
“Sean Parker, cofundador de Facebook, declaró el pasado noviembre que la manera en el que se construyeron algunas aplicaciones (como Facebook) se basó en fundamentos psicológicos.
“Pensamos en cómo podemos consumir la mayor parte de tu tiempo y captar tu atención en la medida de lo posible. Eso significa darte un poco de dopamina de vez en cuando porque alguien hizo clic en ‘Me gusta’ o comentó en una foto que publicaste”, dijo el empresario.
“Es el tipo de cosa que a un hacker como yo se le ocurriría. Explotamos una vulnerabilidad de la psicología humana”.
“Hoy día, todo consiste en hacer que la gente quiera cosas y en lidiar con el hecho de que tenemos una capacidad de atención limitada. Quien se adentre en la mente de la gente gana… y los demás pierden”, explica Wu.
Y cuanto más saben las apps sobre nosotros, mejor pueden captar nuestra atención y más dinero hacen.”
Es real que esto no es novedoso: volveré a recordar a Goebbels, el temido Ministro de Propaganda de Hitler: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.” Y Durán Barba –clave en el triunfo electoral del macrismo- dijo cosas semejantes: “… las elecciones se ganan polarizando al electorado, sembrando el odio hacia el candidato ajeno” y que “es clave estudiar al votante común, poco informado, ese que dice ‘no me interesa la política’ como hizo Donald Trump.”
Solo incluyo estas citas a título referencial, porque me interesa lo siguiente, que plantea la nota de Le Monde diplomatique:
“El problema es global. En los próximos años vamos a asistir a mucha discusión en este sentido. Pero no hay que centrar la discusión solo en las grandes plataformas, sino en cómo se constituye el ecosistema, el entorno mediático, en cada caso particular. Creo que el tema es cuando las otras instituciones están en crisis. Porque si hay medios tradicionales más o menos sanos, que gozan de niveles de credibilidad transversales a las diferentes posiciones políticas dentro de una sociedad, hay defensas contra estos problemas”. En síntesis, la desinformación, las fake news y la circulación de discursos de odio ni son problemas nuevos ni son males que dependan únicamente de las redes sociales. En todo caso, hay que analizar cómo operan las dinámicas de las redes en un entorno mediático más amplio y en un contexto político y social en cada caso.”
O sea, la única defensa que tenemos es nuestra capacidad social e institucional para comprender la realidad, para darnos cuenta de que el producto que interesa a las corporaciones, o a los proyectos políticos, somos nosotros, por eso nos regalan aplicaciones o dispositivos, para que estemos todo el día con el celular debajo de la nariz, haciendo clicks.
Más abajo dice: “En octubre, un comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos publicó un informe en el que se señalaba a Google, Apple, Facebook y Amazon como monopolios. “Compañías que en un momento eran startups que amenazaban el statu quo se convirtieron en especies de monopolios como los que habíamos visto por última vez en la era de los barones del petróleo y magnates del ferrocarril”, destacaba el texto, de más de 400 páginas, que sugería una serie de posibles cambios en la ley antimonopolio para atender dicha situación.
Teniendo en cuenta este panorama, la regulación de contenidos por parte de las propias empresas, ¿es la cura (insuficiente o hipócrita, dicen algunos) o un síntoma más del problema? Si la democratización del nuevo entorno mediático es el objetivo, ¿la auto regulación es el camino?”
Esto parece lo ideal, pero no es sencillo: una vez que la gente escuchó tantas veces lo mismo, en los medios de comunicación, en las redes sociales, y en todo lo que se usa para difundir noticias, verdaderas o falsas, ya no cree otra cosa. Es más, si tratamos de hacerle ver la verdad, dirá que somos mentirosos, aunque tengamos datos que demuestran que decimos la verdad.
Es lo mismo que planteaba Goebbels, pero en otro mundo: el de la globalización. El poder de fuego es tan enorme que parece ingenuo e inútil hablar de luchar contra él.
Sin embargo, tenemos que hacerlo, si no, estamos en camino de ser zombis, aunque lo de un chip en la cabeza parezca ficción barata.
El producto que buscan es nuestra atención, que estemos todo el día con el smart en la mano, como millones de personas lo hacen. No la regalemos, es nuestra. Si seguimos siendo dueños de ella, sin caer en los miles de trampas que nos tienden, todavía tendremos el control.
La nota también dice: “Ahora aparece la regulación de contenido que me parece problemática, porque la regulación pública es difícil por razones logísticas y la auto regulación es muy peligrosa porque estás dejando a un actor privado, corporativo, opaco, tomar decisiones acerca de qué es un discurso aceptable y qué no lo es.”
Esto hay que entenderlo: hay gente que trabaja todo el tiempo para hagamos lo quieren, aunque lo camuflen diciendo que esa decisión es producto de nuestro ejercicio de la libertad.
Por eso, la propaganda de un neo liberalismo que intenta instalar Gobiernos propios, exalta nuestra libertad para hacer lo que les conviene a ellos.
Un ejemplo: en las últimas marchas anti cuarentena, en Argentina y en otros lugares del mundo, hemos visto a los libertarios, que Wikipedia define así: “filosofía política y legal que defiende la libertad del individuo en sociedad, los derechos de propiedad privada y la asignación de los recursos a través de la economía de mercado (capitalismo)”. Esto defiende el capitalismo neo liberal promovido por las corporaciones y los proyectos políticos propios como el mejor sistema socio político, y económico, claro.
Es la libertad para destruir la Amazonía, por ejemplo.
Acabo de leer en un medio digital: Milei, Espert y Rosales lanzaron el frente “Avanza Libertad”. Gracias por colaborar tan fuertemente con esta entrada de mi blog.
De todos modos, lo que quiero es resaltar una idea que ha estado siempre en Miradas desde Mendoza: es imprescindible desarrollar una opinión y capacidad de decisión propia, hay que buscar fuentes de información confiables y diversas (aunque sean tan escasas), hay comunicarse con personas que tengan un pensamiento independiente, más allá de la militancia política y social que tengan.
Insisto: si las corporaciones dedican tanto tiempo y dinero para quedarse con nuestra atención, valorémosla con la misma intensidad. NO LA REGALEMOS.
Si nos llenan de noticias sobre los peligros del Comunismo, como en la época de la Guerra Fría del Siglo XX, no seamos pavos y no creamos esa, o cualquier otra tontería.
Si nos quieren consumistas, no caigamos en la trampa, compremos solo lo necesario. DEFENDAMOS A TODOS/AS LOS/LAS QUE LUCHAN POR UN MUNDO SUSTENTABLE Y SOSTENIBLE. TENEMOS LAS ARMAS EN LAS MANOS: USÉMOSLAS POR LA SALVACIÓN DE LA HUMANIDAD, QUE ES LA NUESTRA.
Aunque empezó a escribir a edad muy temprana, no publicó su primera novela, Nosotras que nos queremos tanto, hasta 1991. Esta obra fue además la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1994), y también en 1994, del premio de la Feria del Libro de Guadalajara (México) a la mejor novela hispanoamericana escrita por una mujer. La tenía en mi biblioteca para leerla después, pero compré para mi esposa El manto y, cuando lo terminó, lo hojeé, y me interesaron el tema y el enfoque, y me puse a leerlo.
La lectura me dejó una sensación fuerte, por varias razones:
El tema, la muerte.
En noviembre de 2017, después de un largo y duro proceso, un cáncer terminó con la vida de la periodista Margarita Serrano, una de sus cuatro hermanas. Entonces, decidió que durante cien días se alejaría del mundo y se encerraría para vivir su duelo. “La Margarita” había muerto y con ella no sólo se había acabado el periodismo combativo que ejercía, sino también se había roto la unidad de cinco hermanas: Elena, Paula, Margarita, Marcela y Sol.
En estas circunstancias de vivir en pandemia, la muerte se nos ha hecho más evidente. Quién no tiene parientes o amigos/as muertos/as. No es fácil no haber sentido miedo en algún momento.
Y con la muerte aparece el duelo, que es el tema de esta novela.
El país, Chile, y el tiempo en que se desarrolló una buena parte de la historia narrada.
En general, los mendocinos conocemos mucho a Chile, con el que Argentina comparte 5308 kms. de frontera, Cordillera de los Andes por medio, y hay aspectos culturales comunes.
La autora narra la vida de su familia en su país y nos quedan grabados costumbres, ambientes, paisajes. En este espacio ocurrió la dictadura de Pinochet, la puerta de entrada para el ensayo neo liberal en el Sur de América, y para gobiernos militares genocidas, como el que también tuvimos nosotros. Cuando leía la novela, recordé la tarde del 11 de septiembre de 1973, en la casa de mi maestro Borello, cuando escuchábamos cómo bombardeaban el Palacio de La Moneda o cuando fuimos a la vieja estación de ferrocarril de la calle Perú a recibir los restos de Elena, una compañera de la Facultad de Filosofía y Letras, fusilada por los militares chilenos. También padeció el exilio forzado, otra situación dolorosa que conocemos.
Por eso, sentí El manto con tanta intensidad, ya sea en lo negativo, o en las alegrías de las chicas que crecían libres en ese mundo tan pleno.
La mujer:
Es una de las autoras que mejor ha sabido ahondar la temática de la mujer latinoamericana, aunque tenga una visión cosmopolita.
Otras de sus obras son:
Antigua vida mía (1995)
El albergue de las mujeres tristes (1997)
Nuestra Señora de la Soledad (1999)
Un mundo raro (dos cuentos-2000)
Lo que está en mi corazón (2001), obra finalista del prestigioso Premio Planeta.
Hasta siempre mujercitas (2004)
La llorona (2008)
Es común en esta producción la reflexión sobre la condición femenina. Hay un eje central que es la defensa de la mujer y su retrato íntimo presentado desde un sentir profundo y diferencial de mujer Su obra pone en el tapete todos sus temores, miedos, esperanzas, vacilaciones, desengaños y fracasos, pero también sus amores y éxitos.
Dijo en algún momento: “No tengo ningún pudor en escribir como escribe una mujer. Al revés, pegaría un grito para decirles a todas las mujeres que por favor escriban distinto de los hombres… Porque creo que nosotras sí tenemos otro lenguaje”.
El título de la novela es muy revelador. Cuando murió Nicanor Parra (hermano de Violeta), “su ataúd fue cubierto por este manto cosido por su madre hace mil años para él…”, nos cuenta Marcela Serrano.
En una nota (https://www.telam.com.ar/notas/202009/510723-marcela-serrano-nueva-novela-el-mando-chile-literatura-escritura.html) dice: “La idea del manto sobre el ataúd me la inspiró Nicanor Parra. A él lo cubrieron a su muerte con un manto confeccionado por su madre años y años atrás, de muchos pedacitos de tela diferentes. Ella era costurera y usaba los retazos. Un collage. Un patchwork. Me fascinó esa idea: en vez de la bandera chilena, ya que se veló en la Catedral de Santiago, cubrirlo con algo tan humilde y cercano para él. Mi ilusión era cubrir a mi hermana con mis palabras.”
Ese es el sentido de toda la novela, contar cómo caminó el duelo por su hermana, en el que va desgranando su vida, la de su familia, y la del mismo Chile. En la misma nota dijo: “La escritura es un tremendo antídoto contra la soledad y la pena.”
La novela se plantea cosmopolita, en parte por el exilio político de la autora, pero también por su vida exitosa de novelista. Pero, la autora va dejando sus opiniones sobre su país: “Instalamos allí (para atender a su hermana en su etapa final de enfermedad) un home clinic (que país tan siútico e invadido, lleno de palabras en inglés.” (Siútico: que pretende ser fino, elegante y distinguido, pero suele resultar ridículo, de mal gusto o pretencioso.)
Al mismo tiempo, nos cuenta cómo fue el velatorio: “yo he vivido largamente en México y aprendí de ellos esta otra forma de honrar la muerte. Fue muy lindo el velorio, llorábamos y nos reíamos al unísono, comíamos, tomábamos, nos deteníamos a mirarla largamente, luego seguíamos. Nada de iglesias ni de frío ni de penumbras.”
También nos cuenta que es su primera obra escrita en primera persona, una experiencia extraña para ella: “estoy tan acostumbrada a hablar desde los personajes, y a estar siempre atenta a la coherencia de un personaje, y de repente no había personaje, no tenía que estar atenta a nada, era la voz propia, no más, y era un alivio que no hubiera personajes, me parecía tan fácil.”
También para mí la lectura fue una experiencia no habitual, como de estar mirando a alguien en su intimidad. Por eso, este acompañamiento en su duelo, en momentos que mucha gente también tiene que hacer el mismo camino, es doloroso por momentos, pero ayuda a que lo hagamos mejor, dentro de lo posible.
Como la misma Marcela lo dice: “Freud es fantástico porque se tira todos unos párrafos geniales sobre cómo uno entra en el duelo, de lo importante que es hacerlo como Dios manda, en el sentido de dedicarse al duelo y que después, el duelo se va a liberar, y el duelo termina y uno empieza una vida normal, pero Freud no se hace cargo de que esa vida normal va a ser con ausencia. Esa ausencia uno la vive siempre con uno.”
Aunque más no sea por vivir esa experiencia –literaria, pero que la excede- vale la pena leer la novela, tan distinta, aunque muy bien escrita, de lo que solemos encontrar en la narrativa.
Es auto biográfica, pero no es una biografía común: es la misma vida de Marcela Serrano y su duelo desenvolviéndose ante nosotros.
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