Me interesó el tema de la nota de Krugman, aunque entendí poco los párrafos finales. Creo que hemos tenido en Argentina una experiencia –por finalizar, Deo gratias- de gente con mucha plata en el poder. Puse en negrita unos párrafos que me parecieron claves para entender algunas de las causas del fracaso estrepitoso de la gestión macrista.
En realidad, cuando fue el inicio de este Gobierno, siempre manifesté mis dudas en cuanto a que esa experiencia en el mundo empresario fuera, necesariamente, un buen antecedente para conducir un país. En primer lugar, la meritocracia –término falaz, si los hay- no se aplica decisivamente en las empresas, grandes, medianas o chicas. Los/las hijos/as (pero sobre todo los varones, obvio) del dueño van a ocupar cargos en la empresa, sean competentes o unos nabos o vagos. Como nuestro Presidente es un buen ejemplo de heredero de empresario rico, me voy a ahorrar mayores comentarios. Esto puede hacerse extensivo al novio de la nena, o algún/a sobrino/a inevitable.
Además, tomar decisiones en las empresas tiene poco que ver con la gestión pública. Un directivo o el dueño de aquéllas decide tomar una medida, y lo hace sin que haya muchas posibilidades de oponerse, es más, por lo que explica Krugman, siempre habrá chupamedias que alabarán su capacidad estratégica, aunque piensen que está equivocado.
En el Estado, aunque también hay chupamedias que buscan el calor del poder, hay más factores que intervienen en la toma de decisiones, y es necesario contar con una superior capacidad de negociación y persuasión.
También ha sido evidente que esta gente rica vive en una burbuja, y que no comprendió la realidad de Argentina ni del mundo, lo que le costó perder las elecciones a los cuatro años de un proyecto de, por lo menos, doce.
Lo que le faltó a analizar a Krugman es un tema clave, que, en el caso de funcionarios que son –o han sido- propietarios de empresas (o empleados jerárquicos, o cualquier tipo de relación incompatible con la función)- ha generado, y genera, hechos de corrupción, sobre todo en un país que no tiene un sistema legal que nos proteja de las tentaciones que producen el poder y la posibilidad de aprovechar la posición para apoderarse del dinero de los argentinos.
Ojalá que el próximo Gobierno logre –además de las muchas medidas de total urgencia- establecer un sistema anticorrupción eficaz que sea independiente de cualquier voluntad política de cualquier Gobierno.
Así combaten la corrupción en otros países, como EEUU, por ejemplo. Es necesario recordar -sobre todo a aquellos/as que piensan que es un problema de los argentinos, que somos malos y corruptos, no como en otros países, que están vías de beatificación- que la corrupción es un problema de los humanos, en cualquier país o época. Solo mencionaré dos casos recientes de Argentina: Autopistas del Sol S.A., cuya accionista era el Grupo Socma de la familia Macri y Parques eólicos, que demuestran que es relativamente fácil hacer negocios turbios.
No es que la corrupción la inventó el macrismo, y hay muchas causas en las que no tiene –creo- responsabilidad, pero, como parte de su estrategia política fue manejar decisiones judiciales para perjudicar a los rivales, o a quienes estorbaban sus propósitos, quedará para el próximo Gobierno lograr un acuerdo con el sistema judicial para terminar con esas causas, estableciendo culpabilidades reales, y las sanciones correspondientes.
O sea, la burbuja de los ricos en el Gobierno nos explotó para mal (hay encuestas en las que nadie encuentra una medida positiva en la gestión de Macri, lo cual parece una exageración, seguro, pero, si vemos los indicadores sociales y económicos del país, tiene su explicación).
Esto nos lleva a analizar otro factor que también nos afecta en Argentina: la creencia bastante generalizada de que la política no sirve para nada, de que los políticos tienen la culpa de todo lo malo que nos pasa. Recordemos el que se vayan todos del 2001 –de paso, se fueron muy pocos-, que quedó como cliché habitual de nuestra clase media urbana. Difícil negarlo, pero no deja de ser una simplificación que no explica la multiplicidad causal de las cosas que le suceden a los países. Hace unos días hemos podido elegir democráticamente y en paz otro modelo de Gobierno, eso es un enorme logro que nos pone a la cabeza, junto con México, de la política en América Latina (este mérito incluye a los/las políticos/as también). Además, ese cliché –en muchos/as- coincide con una falta de voluntad participativa en las acciones de la sociedad que nos afectan a todos/as, que es la política que podemos, y debemos ejercer.
No sé si se puede llamar a esto burbuja, pero, es una visión que debemos superar, si queremos que se terminen las crisis cíclicas, y que lleguen a los puestos de Gobierno, o legislativos, los idóneos que trabajen por los intereses de la mayoría de los argentinos.
APROVECHEMOS LA OPORTUNIDAD, NO ESPEREMOS DE LOS GOBIERNOS LO QUE ES NUESTRO DERECHO Y OBLIGACIÓN
Estallando la burbuja de los multimillonarios
En EEUU hubo dos eras económicas: una que termina por ahí en 1980 y la era de la creciente desigualdad a partir de allí.
Por Paul Krugman – Premio Nobel de Economía
Ser inmensamente rico no es bueno para tener sentido de la realidad.
Los multimillonarios no son necesariamente malas personas y la mayoría probablemente no lo sean. Sin embargo, algunos lo son y mi intuición anticientífica me dice que es más probable que los megarricos demuestren un mal juicio deformado por su ego incontrolado que el resto de nosotros, en particular en la esfera política.
No es difícil ver por qué: la gran riqueza atrae a gente dispuesta a decirle a un hombre extremadamente rico (o mujer, pero el egoísmo político es primordialmente una característica masculina) lo que quiere oír. En la arena política esto significa decirles a los multimillonarios que sus abundantes retribuciones financieras son tan solo una fracción de la enorme contribución que han hecho a la sociedad y que el pueblo les suplica que asuman el papel de líderes que les corresponde.
Pongámoslo de esta manera: hoy en día, a muchas facciones políticas se les acusa, con más o menos razón, de vivir en alguna especie de burbuja, fuera de contacto con la realidad estadounidense. Pero pocos viven tan inmersos en una burbuja como la élite multimillonaria y su séquito.
Ahora los multimillonarios en la burbuja se encuentran en un entorno en el que las preocupaciones sobre la creciente desigualdad, y la extraordinaria concentración de la riqueza en muy pocas manos, por fin parecen estar cobrando impulso político. Y no lo están tomando muy bien que digamos.
Por razones obvias, hablaré de Michael Bloomberg más adelante, pero, primero, permítanme hablar sobre la economía y la política de los multimillonarios en general.
Así que ¿los multimillonarios en general hacen enormes contribuciones a la sociedad?
Para decir eso, no basta con argumentar que se han ganado su riqueza haciendo cosas productivas. Hay que argumentar que su riqueza no es lo único que han añadido al ingreso nacional.
Y ese es un argumento difícil de hacer cuando analizamos cómo la mayoría de estas personas han hecho sus fortunas. Después de todo, muchos de ellos se hicieron ricos en las finanzas y la industria inmobiliaria.
Ahora bien, no hace mucho tiempo, la economía mundial estaba por los suelos debido al estallido de una enorme burbuja inmobiliaria, que desestabilizó un sistema financiero ya bastante debilitado por “innovaciones” que supuestamente nos trajeron más riqueza -y que ciertamente enriquecieron a algunos embaucadores-, cosa que no fue así, y que acabaron por ponernos en un mayor riesgo de crisis. ¿Realmente quieren pronunciarse a favor de que los multimillonarios de la industria financiera han sido grandes benefactores?
El siguiente grupo más grande de adinerados, por cierto, hizo su fortuna en la moda y las ventas minoristas. La tecnología apenas ocupa el cuarto lugar, y cualquiera que siga las noticias lo sabe, existen algunas preguntas serias sobre hasta qué punto las grandes fortunas tecnológicas son versiones modernas de los botines monopólicos obtenidos por capitalistas obsoletos y sin escrúpulos.
También vale la pena destacar que a la economía estadounidense solía irle bien sin tantos millonarios como los que tiene ahora.
La historia económica estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial casi se puede dividir en dos mitades: una primera era, que termina por ahí de 1980, durante la cual la fiscalización progresiva, los sindicatos fuertes y las normas sociales limitaron la acumulación de extrema riqueza en el estrato más alto de la sociedad, y la era de la creciente desigualdad a partir de entonces. ¿Acaso la nueva prosperidad de los plutócratas “se filtró” al país en conjunto? No, al menos no según las medidas que yo conozco. Por ejemplo, la “productividad multifactorial”, la medida económica estándar del avance tecnológico (no pregunten), ha aumentado solo la mitad desde el punto de quiebre de 1980 en comparación con la era anterior.
¿Qué hay de la política? Muchos en Wall Street y una parte importante de la punditocracia son liberales en lo social, pero conservadores en lo económico, o al menos se inclinan hacia ese lado. Es decir, están a favor de la igualdad racial y los derechos LGBTQ, pero en contra de los aumentos de impuestos importantes a los ricos y la gran expansión de los programas sociales. Y ese es un punto de vista perfectamente coherente.
No obstante, en el interior de la burbuja de los multimillonarios, todos creen que sus posturas tienen un amplio atractivo popular. Pues no es así. La mayoría de la gente, incluidos muchos que se dicen republicanos, quieren ver impuestos más elevados a los ricos y un mayor gasto en programas sociales; pero, muy poca gente combina esos sentimientos con la hostilidad racial y el iliberalismo (Sistema de gobierno en el que, a pesar de que tienen lugar elecciones, los ciudadanos están apartados del conocimiento de las actividades de quienes ejercen realmente el poder debido a la carencia de libertades civiles, y por ello no es una “sociedad abierta”) social, razón por la cual parecen votar en contra de sus propios intereses económicos.
A lo sumo, podemos decir que el distrito a favor del liberalismo social más el conservadurismo fiscal abarca solo un porcentaje mínimo del electorado. Cuando Howard Schultz (¿lo recuerdan?) apareció ondeando esa bandera para ver si alguien estaba de acuerdo, solo alrededor del 4% de los electores lo estuvieron. Y los primeros indicadores no muestran que a Bloomberg le esté yendo mejor, aun cuando, siendo alguien que dirigió con éxito Nueva York, tenga mejores argumentos que ofrecer.
No estoy diciendo que la sociedad estadounidense esté necesariamente lista para alguien como Elizabeth Warren o Bernie Sanders. Me preocupa en especial la política de “Medicare para todos”, no debido al costo, sino porque proponer la abolición de la seguridad privada podría inquietar a decenas de millones de electores de clase media.
Pero la idea de que Estados Unidos solo está esperando a que un empresario multimillonario sea el salvador que hace su entrada cabalgando sobre un corcel blanco, o más bien, como pasajero en una limusina negra, es sencillamente tonta. De hecho, es el tipo de cosas que solo un multimillonario podría creer.
© The New York Times 2019.
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