El Dr. Humberto Podetti me hizo llegar este importante documento. Desde hace bastante estamos viendo como los Gobiernos –tanto de países centrales como de periféricos-, avanzan en sentido contrario de los intereses de la humanidad.
Extraigo una cita del documento que comparto:
“Nos preguntamos si luego de esta crisis… ¿Seguirá la economía del trabajo esclavo, semi esclavo, indigno, infantil? ¿La exclusión de la sociedad de millones de personas? ¿Seguirá la depredación de la naturaleza? ¿La contaminación del agua, la tierra, el aire? ¿Seguirá destruyéndose la vida en todas sus formas? ¿Seguirá la economía global, regional y nacional en la que las grandes empresas y las grandes naciones imponen las condiciones del comercio, las más de las veces con cláusulas abusivas?”
De la respuesta a estos interrogantes depende nuestro futuro –no tan lejano- y tal vez la supervivencia de la raza humana.
Por eso, aunque parezca utópica, la propuesta de Francisco es crucial, y esta circunstancia límite de la pandemia es una oportunidad para echar a rodar una bola de nieve que siga creciendo, aunque lleve años lograr masa crítica.
No es nuevo el reclamo de la Iglesia católica sobre la necesidad de una autoridad política universal con el objetivo de lograr “el bien común de todos los pueblos” (Pacem in terris, 1963), pero la gravedad de la crisis mundial en sus diversos aspectos hace imperioso redoblar esfuerzos para que haya una oportunidad mejor de vida para la sociedad.
Me parece un documento de lectura necesaria, y de reflexión profunda, y, mucho más, de inicio de acciones para que se logren avances en ese sentido.
DECLARO QUE ESE ES MI COMPROMISO, Y LES PIDO QUE SEA EL DE USTEDES TAMBIÉN.
Reflexión de la Comisión Nacional de Justicia y Paz en relación al Magisterio de la Iglesia acerca de la necesidad de constituir una autoridad política universal
Julio 2020
“…para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial.” (Francisco, Laudato Si´, 175)
1. Situación de la humanidad y la naturaleza
La grave pandemia que vive el mundo se prolongará hasta que se descubran la vacuna para evitar nuevos contagios y las medicinas para curar a los enfermos. Aún luego subsistirá el riesgo de una nueva pandemia por las mutaciones del virus o la aparición de nuevos virus, de acuerdo a la OMS.
Simultáneamente el planeta afronta situaciones que “provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo” y se manifiesta con signos concretos, amenazantes, como el crecimiento global del hambre y la pobreza, en este momento agravada por el aislamiento preventivo; la inequitativa distribución que deja afuera a la mayoría, cada vez más lejos del bienestar de una minoría feliz (EG, 56); el maltrato y las laceraciones a nuestra casa común, las mayores de los últimos dos siglos; en el despliegue de una ideología dominante e individualista que se repliega sobre sí misma negando el valor de todo lo que no responda a sus intereses; de nuevas formas de poder derivadas de un paradigma tecno económico que terminarán arrasando no solo con la política sino también con la libertad y la justicia (LS, 53).
Gracias a Dios no todo es oscuridad y hay luces que anuncian la posibilidad de un amanecer. En muchas partes renace la naturaleza ante la forzada reducción de actividades impuesta por la pandemia; se multiplican muestras de solidaridad y creatividad ante situaciones hasta el momento desconocidas; toma fuerza el coraje en tantas personas que no dan vuelta la cara ante las adversidades y se comprometen en el cuidado de enfermos y con la preservación de la vida, aún con peligro de la propia.
Nos preguntamos si luego de esta crisis… ¿Seguirá la economía del trabajo esclavo, semi esclavo, indigno, infantil? ¿La exclusión de la sociedad de millones de personas? ¿Seguirá la depredación de la naturaleza? ¿La contaminación del agua, la tierra, el aire? ¿Seguirá destruyéndose la vida en todas sus formas? ¿Seguirá la economía global, regional y nacional en la que las grandes empresas y las grandes naciones imponen las condiciones del comercio, las más de las veces con cláusulas abusivas?
El futuro nos exige nuevas respuestas. Otro mundo es posible si estamos dispuestos a retomar el camino de un humanismo basado en la fraternidad y la solidaridad. Por cierto, serán necesarios muchos cambios que no lograrán las personas y los países cada uno por su lado. No será posible sin una globalización de la solidaridad, acuerdos firmes y organismos mundiales con capacidad de aplicarlas.
2. La respuesta: el año Laudato Si’ 2020/2021 y el decenio de Jubileo universal 2021/2031
El Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha respondido al desafío convocando a todos los habitantes del planeta a crear un “nuevo paradigma de un mundo más solidario, fraterno, pacífico y sostenible” (DSDHI, Laudato si’ Año Aniversario Especial 2020-2021). Y nos ha recordado a todos que “esta crisis es una oportunidad única para transformar la destrucción que nos rodea en una nueva forma de vivir”.
La Iglesia nos invita a vivir este año y el decenio 2021/2031 “una experiencia de verdadero Kairós que se traducirá en un tiempo de ‘Jubileo’ para la Tierra, para la humanidad y para todas las criaturas de Dios”.
En 2021 serán invitadas un cierto número de instituciones a comenzar un camino de siete años de ecología integral. En 2022 se invitará a un nuevo grupo del doble del anterior. Cada año del nuevo decenio se creará una nueva red Laudato Si’ que crezca exponencialmente. De ese modo se espera “llegar a la ‘masa crítica´ necesaria para la transformación radical de la sociedad invocada por el Papa Francisco en Laudato Si’”.
El Programa destaca que “la urgencia de la situación requiere respuestas inmediatas, holísticas y unificadas en todos los niveles: local, regional, nacional e internacional”.
3. La urgente necesidad de crear una Autoridad Política Mundial
Una de esas respuestas en el nivel internacional es la constitución de una Autoridad política mundial (LS, 175). El reclamo de Francisco recoge una petición en la que nuestra Iglesia insiste desde hace casi sesenta años.
Ya en 1963, en una situación del planeta y de la humanidad menos grave que la de nuestros días, San Juan XXIII pidió al mundo que “como el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las naciones, y como semejantes problemas solamente puede afrontarlos una autoridad pública cuyo poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un alcance mundial, resulta, en consecuencia, que, por imposición del mismo orden moral, es preciso constituir una autoridad pública general” (Pacem in terris, 137).
Dos años después, el Concilio Vaticano II insistió en la necesidad del “establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos” (Constitución Gaudium et spes, 82).
San Pablo VI en 1967, reiteró el reclamo en Populorum progressio, recordando el discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en el que les preguntó a los jefes de estado y gobiernos del mundo: “Vuestra vocación es la de hacer fraternizar no solamente a algunos pueblos, sino a todos los pueblos… ¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a instaurar una autoridad mundial que pueda actuar eficazmente en el terreno jurídico y en el de la política?” (Populorum progressio, 78).
San Juan Pablo II en 2003 sumó su voz a la de sus predecesores: “Ante un mundo que se hacía cada vez más interdependiente y global, el Papa Juan XXIII sugirió que el concepto de bien común debía formularse con una perspectiva mundial. Para ser correcto, debía referirse al concepto de «bien común universal». Una de las consecuencias de esta evolución era la exigencia evidente de que hubiera una autoridad pública a nivel internacional, que pudiese disponer de capacidad efectiva para promover este bien común universal. Esta autoridad, añadía enseguida el Papa, no debería instituirse mediante la coacción, sino sólo a través del consenso de las naciones. Debería tratarse de un organismo que tuviese como «objetivo fundamental el reconocimiento, el respeto, la tutela y la promoción de los derechos de la persona” (XXXVI Jornada Mundial de la Paz, 5).
En 2005, el entonces Consejo Pontificio de Justicia y Paz, hoy incorporado al DSDHI, publicó el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en el que se recogió la petición inicial de San Juan XXII, el Concilio Vaticano II y San Pablo VI: “La solicitud por lograr una ordenada y pacífica convivencia de la familia humana impulsa al Magisterio a destacar la exigencia de instituir ‘una autoridad pública universal’ reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. En el curso de la historia, no obstante, los cambios de perspectiva de diversas épocas, se ha advertido constantemente la necesidad de una autoridad semejante para responder a los problemas de dimensión mundial que presenta la búsqueda del bien común” (Compendio DS, 441).
Benedicto XVI sostuvo con fuerza la necesidad en 2009: “urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (Caritas in veritate, 67). Y Francisco la retomó en Laudato Si’, señalando, hace ya cinco años, la misma urgencia que reclamaba su predecesor, respondiendo al clamor de la naturaleza y al clamor de los pobres ante un mundo gobernado por el paradigma tecnocrático.
4. El valor de las organizaciones internacionales
En el proceso de formación de la Autoridad política mundial, la DSI ha destacado el significativo papel cumplido por las organizaciones internacionales. En el párrafo 440 señala: “La Iglesia favorece el camino hacia una auténtica «comunidad» internacional, que ha asumido una dirección precisa mediante la institución de la Organización de las Naciones Unidas en 1945. Esta organización «ha contribuido a promover notablemente el respeto de la dignidad humana, la libertad de los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el terreno cultural e institucional sobre el cual construir la paz». La doctrina social, en general, considera positivo el papel de las Organizaciones intergubernamentales, en particular de las que actúan en sectores específicos, si bien ha expresado reservas cuando afrontan los problemas de forma incorrecta. El Magisterio recomienda que la acción de los Organismos internacionales responda a las necesidades humanas en la vida social y en los ambientes relevantes para la convivencia pacífica y ordenada de las Naciones y de los pueblos.”
5. Naturaleza y características de la Autoridad política mundial
San Juan XXIII describió la naturaleza y características que debe tener la Autoridad política mundial. “La autoridad general, cuyo poder debe alcanzar vigencia en el mundo entero y poseer medios idóneos para conducir al bien común universal, ha de establecerse con el consentimiento de todas las naciones y no imponerse por la fuerza. La razón de esta necesidad reside en que, debiendo tal autoridad desempeñar eficazmente su función, es menester que sea imparcial para todos, ajena por completo a los partidismos y dirigida al bien común de todos los pueblos. Porque si las grandes potencias impusieran por la fuerza esta autoridad mundial, con razón sería de temer que sirviese al provecho de unas cuantas o estuviese del lado de una nación determinada, y por ello el valor y la eficacia de su actividad quedarían comprometidos” (Pacem in terris, 138).
En el mismo sentido, San Juan Pablo II nos dijo en 1987 que “la humanidad, enfrentada a una etapa nueva y más difícil de su auténtico desarrollo, necesita hoy un grado superior de ordenamiento internacional, al servicio de las sociedades, de las economías y de las culturas del mundo entero” (Sollicitudo rei socialis, 43).
En el Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de la Paz, en 2004, refiriéndose a la propuesta de San Juan XXIII, San Juan Pablo II precisaba que “Es importante evitar tergiversaciones: aquí no se quiere aludir a la constitución de un super estado global. Más bien se piensa subrayar la urgencia de acelerar los procesos ya en acto para responder a la casi universal pregunta sobre modos democráticos en el ejercicio de la autoridad política, sea nacional que internacional, como también a la exigencia de
transparencia y credibilidad a cualquier nivel de la vida pública. Confiando en la bondad presente en el corazón de cada persona, el Papa Juan XXIII quiso valerse de la misma e invitó al mundo entero hacia una visión más noble de la vida pública y del ejercicio de la autoridad pública. Con audacia, animó al mundo a proyectarse más allá del propio estado de desorden actual y a imaginar nuevas formas de orden internacional que estuviesen de acuerdo con la dignidad humana”.
Benedicto XVI precisó otras características: “Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante, los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas” (CV, 67).
Por fin, cerrando de modo conclusivo la pregunta acerca de la naturaleza y característica de la necesaria y urgente Autoridad política mundial, Francisco nos dijo en Laudato Sí: “La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar”. Para alcanzar esos objetivos “urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (LS, 175).
6. ¿Es posible lograr el consenso de las naciones y los pueblos para constituir la Autoridad política mundial?
La pregunta decisiva es si es posible alcanzar el consenso necesario para constituirla. Y, en particular, por qué las grandes potencias prestarían el acuerdo a una Autoridad que las limitaría en el ejercicio de su poder, actualmente sin control alguno.
Es muy probable que los trabajadores de los astilleros de Gdansk, Polonia, se hicieran una pregunta semejante en la Navidad de 1979. Eran unas pocas familias que sólo contaban con su pobreza y su dignidad. Enfrentaban al gobierno de Polonia y a la Unión Soviética. Pero respondieron la pregunta fundando el Sindicato Solidaridad. Diez años después, el pueblo berlinés, sumado al torrente nacido de aquel pequeño charco a orillas del Báltico –como recordaba Lech Walesa en Un camino de esperanza– derribó ladrillo a ladrillo el muro que dividía la antigua capital alemana. Las armas empleadas para derrotar en diez años a uno de los ejércitos más poderosos de la historia humana, fueron simples: convicción moral y entereza espiritual. Como recordaba San Juan Pablo II, en 2004, “el hecho de que los Estados casi en todas las partes del mundo se sientan obligados a respetar la idea de los derechos humanos muestra cómo son eficaces los instrumentos de la convicción moral y de la entereza espiritual. Estas fuerzas fueron decisivas en aquella movilización de las conciencias que originó la revolución no violenta de 1989, acontecimiento que determinó la caída del comunismo europeo” (San Juan Pablo II, Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de la Paz, 6, 2004).
Diez años antes San Juan Pablo II había advertido que aún quedaba mucho camino por recorrer. Era 1995, apenas seis años después de la culminación del proceso de Solidaridad. Los poderes del nuevo mundo unipolar, leyendo al revés la demolición popular del muro de Berlín, afirmaban que había llegado el fin de la historia. San Juan Pablo II advirtió al mundo, en cambio, que el progreso científico y tecnológico ha hecho surgir “una verdadera cultura de muerte…promovida por corrientes culturales, económicas y políticas portadoras de una idea de la sociedad basada en la eficiencia” … que permitía hablar “de una guerra de los poderosos contra los débiles” (Evangelium vitae, 4a, 12).
La consecuencia de esa guerra es el mundo de nuestro tiempo, fundado en el paradigma tecnocrático sumamente poderoso, pero también de altos costos y de graves consecuencias. Expresa el enorme y bien defendido muro que separa a buena parte de la humanidad del derecho a tener y ejercer derechos y a vivir en armonía con la naturaleza. Pero ante la convicción moral y la entereza espiritual encarnada en los pueblos no hay sistema suficientemente fuerte ni muros que no puedan ser demolidos.
La pandemia ha hecho visible a los ojos de toda la humanidad la situación del mundo. Simultáneamente ha hecho resonar en todos los espacios el clamor de la naturaleza y el clamor de los pobres y vulnerables. Y ha erosionado el sistema de poder mundial.
Estamos ante una situación excepcional que ha puesto de manifiesto la irracionalidad del sálvese quien pueda. Esta situación exige proponer que los estados medianos y pequeños alcancen un consenso y juntos exijan la constitución de la Autoridad Política Mundial propuesta por la Iglesia Católica. También que todas las religiones del mundo acompañen la propuesta. Y que los pueblos de todas las naciones del mundo, aún de los grandes estados, se pronuncien por su creación.
Nos preguntamos, como también se preguntaba San Juan Pablo II en el ya citado Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de la Paz: ¿No es éste quizás el tiempo en el que todos deben colaborar en la constitución de una nueva organización de toda la familia humana, para asegurar la paz y la armonía entre los pueblos, y promover juntos su progreso integral?
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