Escribo sobre este tema porque se están planteando mucho los aspectos negativos de las redes sociales a pesar de que tienen millones de usuarios, o por eso mismo.
Incluso en mi última entrada comenté cómo el aparentemente inocente Tik Tok es usado como herramienta política (https://www.miradasdesdemendoza.com.ar/2020/09/17/cual-es-el-papel-del-odio-hoy-en-la-politica-y-en-la-sociedad/), por lo que se hace necesario que comprendamos cómo funcionan estas redes, quiénes la utilizan, y para qué.
Hay una idea que tiene que quedarnos en claro: si el acceso a las redes sociales es gratuito, es porque el producto que se comercia somos nosotros/as.
La nota menciona un documental de Netflix sobre el tema y, precisamente, el objetivo del autor es destacar aspectos que no han sido mencionados; por lo tanto, parece necesario verlo, lo cual no debería ser una dificultad dada la cantidad de usuarios que tiene la plataforma, pero no me gusta mucho hacerle propaganda porque su desarrollo se basa en las mismas estrategias que estamos cuestionando.
En la nota se indica algo que todos/as hemos vivido: “Y no solo vas a “confirmar” que hay que quemar barbijos, sino que probablemente se te genere la sensación falsa de que todo el mundo piensa así.” Más de una vez me ha pasado que, en una polémica, encontrarme con gente de este tipo: convencidos/as de que están defendiendo una causa que toda la gente –como ellos/as- comparte, y el que no, o es un corrupto pago, o un fanático. No hay ninguna posibilidad de intercambio de opiniones.
Voy a agregar un aspecto –mencionado muchas veces- que es clave, y que tiene que ver no con cómo son las redes sociales, sino con el uso aprovechado de sus características por empresas, sectores políticos, religiosos, y por todo aquel que entiende el juego, y no tiene escrúpulos en sacar provecho de él para lograr que compremos lo que ellos quieren (que muchas veces no es lo que nos conviene), o votemos a un candidato, o apoyemos a un gobernante, aunque nos esté perjudicando.
La lista se puede ampliar bastante.
Este el aspecto clave que quiero plantear para agregar a los que analiza Rearte: uso positivo, de acuerdo con principios solidarios y éticos para lo cual hay que entender lo que son las redes.
LÉANLO, PIENSEN Y SEAN RESPONSABLES.
Lo que no dice el documental de Netflix sobre las redes sociales
Leonardo Rearte
El documental “El dilema social” explica, palabras más, palabras menos, por qué las redes están arruinando el mundo, pero, aun así, no lo dice todo.
1. El documental “El dilema social” (Netflix) explica, palabras más, palabras menos, por qué las redes están arruinando el mundo. Cuenta cómo estas simpáticas plataformas te persuaden para que estés atado a ellas la mayor cantidad de tiempo… porque esa es la forma de vender más publicidad. ¿Se entiende? La red es gratis porque vós sos el producto que compra el cliente que pone publicidad en las redes. Y para venderte a vós, y tus amigos, necesitan tu información.
Pero no, no te roban los datos. Los toman. Porque la info que buscan no es tu clave Banelco; les alcanza con saber qué fotos posteás, con quiénes te relacionás, en qué lugar estás, a qué dedicas el tiempo libre (más o menos, las mismas dudas de Perales).
A la hora de usar anzuelos, no importa qué es verdad y qué no. Todo vale. Es decir, que si sos un antivacuna, que cree que el barbijo destruye el sistema inmunológico, y las antenas 5G nos manejarán a control remoto; lo más probable es que el algoritmo (cerebrito) de las redes detecten esto, y te entregue material a lo pavote en este sentido. Y no solo vas a “confirmar” que hay que quemar barbijos, sino que probablemente se te genere la sensación falsa de que todo el mundo piensa así.
Una de las recetas para hacerle frente a los daños propiciados por las redes sociales es sostener que hay ciertas verdades que los seres humanos tenemos que convenir. Sabemos que la tierra no es plana, y eso no debiera discutirse. Otro ejemplo: no se pueden negar los genocidios, es un dato irrebatible. Las vacunas, salvan empíricamente. Y así podríamos seguir. La verdad es una construcción que requiere consensos. Ese discurso consolidado, esa base de acuerdos mínimos, es necesario. Porque la verdad lo es.
2. Por eso, el creador del Me gusta, la diseñadora que empezó en Instagram, el pionero de Pinterest, entre otros, están convencidos de que las redes están multiplicando las “grietas” en todo el mundo. Y lo dicen en este documental que debiera ser de visionado obligatorio en las escuelas.
Pero no solo porque describe el mecanismo de estas burbujas de desinformación, que le han bajado tanto el precio a la verdad científica. Sino porque también le achacan a las redes la culpa sobre la adicción a las pantallas, el bullying, y el socavamiento de la personalidad.
Es mentira que Bill Gates quiere ponerle un chip a la futura vacuna. Pero sí es verdad que el creador de Microsoft les prohibió a sus hijos acceder a celulares hasta bien grandecitos. Porque el chabón, algo sabe.
3. Hay cosas que el documental de Netflix no dice. Por ejemplo, la desgracia de que la gente consuma las noticias todas mezcladas en una plataforma que no jerarquiza la información y que no dependa de editores directos. Que dos o tres grandes empresas de Silicon Valley se lleven la mayor parte de toda la torta publicitaria del mundo es una de las razones de la destrucción de miles de redacciones de diarios, radios, y canales de TV regionales. Y esto a su vez ha provocado, entre otras consecuencias, que no existan tantos profesionales chequeando información como hace una década.
El documental de Netflix tampoco dice que quizá mucha gente llegó a él siguiendo los propios algoritmos de Netflix, que es la base de la crítica del envío. Una “hermosa” contradicción que nos debe alertar sobre lo incrustado que está en la sociedad este sistema.
Así y todo, “El dilema social” es una de las obras más relevantes del año. Porque nos permite reflexionar sobre un hecho que nos invade tanto, que ya como que nos estábamos acostumbrando. Como la rana que al ser cocinada paulatinamente no salta de la olla… El documental es una especie de termómetro que avisa que ya nos estamos quemando, aunque seamos incapaces de percibirlo.
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