Juan José Saer (1937-2005) publicó El entenado en 1983, hace 38 años.
La había comprado hace varios años, pero –no sé por qué- no la había leído. Mi hija, a la que le gustó mucho, me lo mencionó como tema para el blog. Le hice caso, y no me arrepiento.
El entenado narra en primera persona la vida de un grumete de una expedición española. Se basa en un hecho histórico, que la Introducción de la edición de Planeta cuya tapa muestra esta entrada presenta así: “El hecho histórico en el que se basa remite a octubre de 1515, cuando Juan Díaz de Solís sale del puerto de Sanlúcar de Barrameda con tres carabelas y alrededor de sesenta tripulantes hacia las Malucas. A principios de 1516 llega a un estuario al que llama Mar Dulce, que sería conocido después con el nombre de Río de la Plata y donde desembocan los ríos Paraná y Uruguay. Al desembarcar con un grupo de hombres en una de sus costas, cayó en manos de los indios charrúas o guaraníes, que los ultimaron con flechas y se los comieron, ante la presencia de quienes habían quedado en las naves. Sólo sobrevive Francisco del Puerto, posiblemente porque es pequeño y estos indios sólo comían los cadáveres de hombres adultos. Este grumete de la expedición de Solís permanece en la región durante diez años, hasta la llegada de Gavoto, a quien luego acompaña en varias expediciones y le sirve de intérprete; según se presume, no regresa jamás a España.”
Ese es el hecho que narra la novela: el grumete llega al Río de la Plata y cae en manos de los indios colastinés, que acaban con sus compañeros, pero a él lo mantienen con vida durante años (entenado quiere decir hijastro). Dado que los colastinés son pacíficos, pero antropófagos, y que el muchacho no habla su lengua, su vida junto a ellos es un intento continuo de descifrar lo que dicen y comprender esa vida de la que termina siendo parte por los muchos años que vive allí.
Todo esto lo sabemos cuando lo escribe, a la luz de una vela, sesenta años después, de vuelta en Europa. Allí el grumete -Saer es también un grumete que viaja por mundos externos- relata su vida desde que se lanzó al mar, casi sin otras opciones, desde una orfandad interminable.
Es el relato de un observador que intenta comprender modos y relaciones profundas en la realidad.
Saer se preocupaba mucho por percibir y tratar de describir todo esto. Dijo alguna vez: “El mundo es difícil de percibir. La percepción es difícil de comunicar. La descripción es imposible. Experiencia y memoria son inseparables. Escribir es sondear y reunir briznas y astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen determinada”. En ese armado dedica extensos párrafos a sus interpretaciones y análisis del tiempo y el devenir, a lo que se puede entender del mundo, a la incertidumbre de la percepción y del conocimiento.
En ese mundo de arena amarilla, “que espesaba el azul del cielo”, a la vera del gran río, el grumete llega a aprender la lengua de los aborígenes y con ella entra un mundo distinto del que provenía, y en esa contraposición se le revelan, sin certeza, las convicciones y hechos que gobiernan ese mundo. Habla del valor del saber –y cree que no hay otro- “que reconoce que sabemos únicamente lo que condesciende a mostrarse.”
Después de muchos años, los indios lo suben a una canoa cargada de comida, y lo mandan de vuelta con los suyos.
¿Para qué? “De mí esperaban que duplicara, como el agua, la imagen que daban de sí mismos, que repitiera sus gestos y palabras, que los representara en su ausencia…” “Amenazados por todo eso que nos rige desde lo oscuro, manteniéndose en el aire abierto hasta que un buen día, con un gesto súbito y caprichoso, nos devuelve a lo indistinto, querían que de su pasaje por ese espejismo material quedase un testigo y un sobreviviente que fuese, ante el mundo, su narrador.”
Eso intenta hacer el grumete haciendo correr la pluma sobre el papel. Ser el testigo de la incandescencia fugaz de ese mundo que lo dejó vivir, sin comérselo, con esa misión. Lo demás es negrura espesa que puede absorber aquella claridad definitivamente.
Me está costando sintetizar el sentido de El entenado para que alguien pueda decidir si lo lee o no. No es lectura fácil, y casi mi animaría a decir que no recuerdo un libro igual, que me haya dejado tantas reflexiones sobre la vida y el mundo sin ser un libro filosófico, porque es una novela con elementos de las crónicas de Indias y de los relatos de los viajeros del siglo XIX.
La he sentido casi preciosista, sin ninguna intención descalificadora, sino más bien para resaltar la perfección de la construcción del relato y del mundo de ideas que invoca.
Pero lo terminé con la sensación de que también a mí me habían subido a una canoa de vuelta a un mundo que quizás exista, de alguna manera.
Saer, en sus relatos, pone en duda la capacidad de nuestros sentidos para aprehender el mundo circundante. Esta es la novela que, junto con La ocasión (la historia se ubica hacia 1860) y Las nubes (es el relato de un viaje que tiene lugar en 1804), son su trilogía sobre el pasado. Hay otra sobre el tiempo, pero siempre hay una constante: el paisaje como el ámbito donde se manifiesta el pensamiento.
Agua, cielo, playas amarillas, son los ámbitos por donde va y viene, como paciente observador, el narrador, el entenado.
Deberíamos acompañarlo, como hice yo, pero con la comprensión de que, como él, tenemos que observar para intentar comprender un mundo profundísimo: el mundo narrativo de Saer.
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