Arg-é Bam (ارگ بم en persa, Ciudadela de Bam) era la mayor edificación del mundo realizada con barro moldeado, combinando técnicas como el adobe y el tapial. Se encontraba en Bam, una ciudad de la provincia de Kermán, en el sudeste de Irán. Junto con sus alrededores está considerada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. La enorme ciudadela, situada en la ruta de la seda, fue construida con anterioridad al año 500 a. C. y continuó siendo habitada hasta 1850. No se sabe con certeza la razón por la que fue abandonada.
El 26 de diciembre de 2003 la ciudadela fue destruida casi por completo por un terremoto, junto con gran parte de Bam y sus alrededores. Pocos días después del terremoto, el presidente iraní Mohammad Khatami declaró que la ciudadela sería reconstruida. (Wikipedia)
“El lugar, además, inspiró “El desierto de los tártaros”, una de las grandes obras maestras de la literatura del siglo XX.
La ciudadela, que según algunas fuentes está toda derrumbada, es la famosa Fortaleza Bastiani del libro escrito por Dino Buzzati y publicado en Italia en 1940, símbolo y mito del escenario de la espera existencial en la que se deteriora una vida.” https://cadenaser.com/programa/2021/08/22/un_libro_una_hora/1629619208_421683.html
Allí Valerio Zurlini filmó en 1976 la versión cinematográfica de “El desierto de los tártaros”.
Mi primera impresión, al comenzar la lectura, fue dubitativa: me parecieron largas las descripciones y muy minucioso el relato, como sucede en la cabalgata del oficial Giovanni Drogo, el protagonista, hacia su primer nombramiento en la Fortaleza Bastiani.
Inclusive me llamó la atención el prólogo de Jorge Luis Borges, del que cito el final:
“Este libro, que es acaso su obra maestra y que ha inspirado un hermoso filme de Valerio Zurlini, está regido por el método de la postergación indefinida y infinita, caro a los eleatas y a Kafka. El ámbito de las ficciones de Kafka es deliberadamente gris y mediocre y sabe a burocracia y a tedio. Tal no es el caso de obra. Hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres.”
No veía la epopeya, solo el relato de la vida de los militares en la Fortaleza Bastiani, un lugar perdido entre montañas altísimas, y asomado al desierto del Norte, por el que alguna vez atacarán los tártaros. pueblos enemigos del norte, a los que desde hace muchísimos años no se los ve.
Aquella antigua misión en el presente ha perdido interés por lo que la actividad militar se ha reducido a una rutina repetitiva, casi sin sentido, un mero trámite administrativo de cambios de guardia y protocolos de defensa sin ningún justificativo.
Drogo, como los otros militares que están allí, acepta –inclusive lo elige- vivir y consumir su vida en esa Fortaleza ya descuidada, aunque con buena comida como se menciona en la novela.
A pesar del detalle de la descripción de la fortaleza y del paisaje donde está enclavada, nos queda la sensación de estar ante un espacio difuso, inasible. Podría ser un paisaje alpino, pero esa ventana rodeada de montañas agudas frente a un desierto, que podría ser africano, nunca se siente como real, sino como algo casi imposible.
Tampoco la vida en la Fortaleza parece real: es cierto que la vida militar se muestra con detalle, y Buzzati es un buen escritor, pero nunca nos sentimos convencidos de que todo eso pase de verdad. La gente –como Drogo cuando llega o a la Fortaleza o cuando lo sacan enfermo, muchos años después, en su viaje final-, se mueve a caballo o en carroza, por lo que podría ser en el siglo XIX, pero eso es también parte de la vaguedad que instala la novela. Más bien, todo eso simboliza otra cosa: es una metáfora de cierto tipo de vida que a alguna gente – ¿a toda? – le pasa.
“No hay escenas felices, ni alegres, todo es rigor militar llevado al máximo extremo, que por momentos roza el absurdo.
Estos elementos hacen que la crítica coloque su obra en la misma línea de Kafka. Siempre hay un inocente solitario que es víctima del sistema. Ciudadanos K.
De planteamiento kafkiano, El desierto de los tártaros analiza en profundidad el tema de la postergación, el aplazamiento, la pasividad existencial del individuo, sin lucidez que le permita cuestionarse la posibilidad de estar equivocado. No se atreve a vivir el futuro, como si el tiempo no huyera de su lado, porque para él, ese futuro nunca llega.” (https://elplacerdelalectura.com/2013/02/el-desierto-de-los-tartaros-de-dino-buzzati.html)
Esta síntesis es buena, y, además nos lleva –como Borges- a Kafka.
Es real que la vida de Drogo nos deja esa sensación kafkiana: su vida transcurre –desde ese camino final a la fortaleza hasta su final, cerca de la edad del retiro, solo y enfermo-, sin nada que la haga, en alguna manera, valiosa.
Ya describí el ambiente de la Fortaleza, y esa vida repetitiva, con rutinas absurdas, que incluso llevan a que un guardia mate a otro por no dar una contraseña, también podría analizarse como kafkiana.
Quiero comentar un hecho que me parece relevante: la novela es de 1940, y ese contexto de guerra, después de que el mundo vivió la Primera Guerra –la Gran Guerra, la que iba a terminar con todas las guerras-, la crisis de 1929, la Guerra Civil española, terrible y cruel, y, finalmente, la Segunda Guerra Mundial, hacen que la desesperanza y el pesimismo invadan a la humanidad, y, por supuesto, a los escritores.
Por ejemplo, en Argentina, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga (aunque este tenía una enfermedad terminal) se suicidan.
La realidad es que a lo largo de toda la novela sentimos que estamos frente a una realidad patética, melancólica e inquietante. Veamos el final:
“El cuarto se había llenado de obscuridad, sólo con gran esfuerzo se podía distinguir la blancura de la cama y todo lo demás estaba negro. Al cabo de poco saldría la luna.
“¿Tendría tiempo, Drogo, de verla o debería irse antes? La puerta del cuarto palpitaba con un crujido ligero. Tal vez fuera un soplo de viento, un simple remolino de aire de aquellas inestables noches de primavera. Tal vez fuese, en realidad, ella quien entrara, con paso silencioso, y ahora estuviese acercándose al sillón de Drogo. Haciendo fuerza, Giovanni levantó un poco el busto, se arregló con una mano el cuello del uniforme, echó otro vistazo afuera por la ventana, un brevísimo vistazo, para su última ración de estrellas. Después, en la obscuridad, aunque nadie lo viera, sonrió.”
Esta sonrisa, punto final de una vida dilapidada a la espera de la noticia de que, finalmente, llegan los tártaros, es uno de los pocos actos que significan una esperanza de que algo ha valido la pena.
Hay una situación semejante: en una excursión a la montaña para ver si había realmente enemigos, el Teniente Angustina se deja morir de frío, arropado solo con su capote en una posición que le recuerda algo a Drogo:
“Había, en una sala de la Fortaleza, un viejo cuadro que representaba el final del príncipe Sebastián. Mortalmente herido, el príncipe Sebastián yacía en el corazón del bosque, apoyando la espalda en un tronco, con la cabeza un poco abandonada hacia un lado, el capote cayendo en armoniosos pliegues; nada había en la imagen de la desagradable crueldad física de la muerte; y al mirarlo nadie se asombraba de que el pintor le hubiera conservado toda su nobleza y una suma elegancia.”
Y así describe el final de la vida del Teniente Angustina:
“Cuando el viento hizo una pausa, Angustina levantó unos centímetros la cabeza, movió despacio la boca para hablar, le salieron sólo estas dos palabras: «Mañana habría…», y después nada más. Dos palabras sólo, y tan débiles que ni el propio capitán Monti advirtió que había hablado.
Dos palabras, y la cabeza de Angustina se dobló hacia adelante, abandonada a sí misma. Una de sus manos yació blanca y rígida dentro del pliegue del capote, la boca consiguió cerrarse, de nuevo en sus labios fue formándose una sutil sonrisa.”
Se deja morir con la nobleza y el heroísmo que no tenían su triste vida de oficial en la Fortaleza.
Así se cierra el capítulo:
“Al renegar Monti, le respondió sólo, desde el precipicio negro, la voz del viento. «¿Qué querías decir, Angustina? Te has marchado sin terminar la frase; quizá era algo absurdo e insignificante, quizá una absurda esperanza, quizá incluso nada».
¿Alcanza esto para romper la sensación –mejor la certeza- de “la infinita postergación” que menciona Borges?
Tal vez para esa época terrible, lo fuera.
Repito la novela es una metáfora de la vida, en la que aparecen los más hondos problemas de la existencia humana: la seguridad como valor contrapuesto a la libertad (Drogo renuncia a la mujer por la que había sentido amor, para volver a encerrarse en la Fortaleza), la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de realización, la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia.
En este momento del comentario, siento que valió la pena la lectura.
Fue una inmersión en un micro mundo en el que se manifiestan vidas y sus modos de resolver la existencia.
Podrían parecer solo vidas grises y sin sentido, pero muchas vidas son así y, en las épocas de crisis existencial, pueden llegar a la conclusión de que la vida no vale la pena, ya sea que me deje morir, o me suicide, o, como Drogo, transcurra tristemente hasta el fin de sus días.
Esta es una época parecida, en la que cuesta encontrar motivos de esperanza para mantener la vida en alto.
Formar parte de este micro mundo durante la vida de Drogo me ayudó a visualizar el riesgo y las consecuencias de afrontar la vida con pasividad existencial, sin capacidad de plantearse alternativas, ni de tener el valor y la fuerza para realizar una vida mejor.
Tal vez esta sea la epopeya que menciona Borges.
Eso solo justificó la lectura.
Además, es una buena novela, brillantemente escrita, con un manejo excelente de los tempos de la vida de los personajes.
LÉANLA, Y DÉJENSE LLEVAR A ESE MUNDO, OPRESIVO EN MUCHOS MOMENTOS, ES UNA MANERA DE COMPRENDER MEJOR LA VIDA, DE AYER Y DE SIEMPRE.
#ELDESIERTODELOSTARTAROS #DINOBUZZATI
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