Es una novela de terror. Tengo poca experiencia en este subgénero de la novela, y aquí debo hacer una digresión personal:
Cuando era niño, -tal vez diez años- escuchaba todas las tardes, por radio, una novela de Tarzán, el Rey de la selva, mientras tomaba el café con leche. En mi casa de Las Heras, teníamos una radio bien grande, de madera, sobre la heladera, frente a la mesa de la cocina. Un día, empezó un capítulo que tenía que ver con algunos seres sobrenaturales de los que recuerdo sus quejidos fantasmales. Me asusté mucho, apagué la radio y no volví a escuchar la novela de Tarzán.
Supongo que por eso –yo, un lector total, ya entonces- no leí casi nunca novelas de terror, salvo una ojeada a Frankestein. Evité el género, incluso, y más, en el cine.
Casualmente, si existiera la casualidad, dentro de las lecturas elegidas para este blog, leí y comenté
“-El peso del género de terror en la literatura argentina contemporánea es cada vez más evidente. Lo atribuyo a que vamos cayendo en la cuenta de que pocos géneros se prestan mejor a contar la experiencia vivida en este país durante el último medio siglo. Con la excepción de un par de interregnos, estuvimos casi todo el tiempo inmersos en una de terror. Es lo que ya vienen haciendo desde algún tiempo autoras como Samanta Schweblin y Mariana Enríquez: abrirnos los ojos para que entendamos que nuestra sociedad no conoce nada parecido a lo que podríamos llamar “normalidad”. Nuestra norma, en todo caso, es la crueldad de los más poderosos y lo siniestro que se oculta detrás de lo mundano.”
Fue un relámpago en mi cabeza: vislumbrar una propuesta distinta para las novelas de terror, no tanto en lo histórico, sino en lo contemporáneo y argentino, aquí y ahora.
Esta, su octava novela, se desarrolla en un escenario de terror también: Buenos Aires de finales de 2001, en las once semanas terribles que antecedieron al estallido del 19 y 20 de diciembre, todavía vívidos en la memoria de los argentinos/as.
Volveremos sobre esto, después de hacer algunos comentarios sobre lo que son las novelas de terror.
Si intentáramos definir el subgénero por el propósito –teniendo en cuenta de que hay muchas alternativas y mezclas que impiden definiciones rigurosas-, podríamos decir que explora situaciones terroríficas que despiertan en el lector temores ocultos. Esas situaciones pueden ser naturales o sobrenaturales.
Hay que diferenciar entre horror y terror literario.
El terror es el sentimiento de temor que tiene lugar antes de que pasen las cosas. La lectura produce en nosotros ideas y especulaciones sin que aparezca algo terrible que lo justifique. En cambio, el horror es el sentimiento que nos invade después de que suceden los hechos, en los que algo o alguien –un monstruo o criatura- se sale de las reglas del mundo que la rodea.
Ambos coexisten, o pueden coexistir, en las novelas de terror, y se puede considerar el horror y el terror como niveles. Stephen King –al que sigue Figueras después de leer, cuando niño, Salem’s Lot (La hora del vampiro), su segunda novela- añade un tercer nivel, aún más terrible para el lector: la repulsión. Aquí aparecen cuerpos destrozados, asesinos demenciales y feroces, sangre y líquidos y olores repugnantes.
¿QUÉ ELEMENTOS CARACTERIZAN A ESTAS NOVELAS?
Deben cultivar el miedo, poniéndonos enfrente de hechos inquietantes, que despierten nuestros propios temores.
Tienen que crear y mantener atmósferas que nos hagan sentir permanentemente que algo terrible u horrible está por pasar.
Muchas veces incluyen elementos o presencias sobrenaturales, como vampiros, brujas, fantasmas, zombies y extraterrestres.
¿SE DAN ELEMENTOS COMO ESTOS EN LAS NOVELAS QUE HE MENCIONADO?
En Enríquez, por ejemplo, están las musas y el supra y el inframundo; en Schweblin, el curanderismo rural y la transmigración de almas, pero en Todos los demonios están aquí es donde se da un mundo de terror más complejo y profundo, lleno de acotaciones teológicas y filosóficas.
La obra se desarrolla, además de en ese Buenos Aires en explosión, en una isla del Tigre, una especie de sucursal del infierno –eso lo vamos descubriendo junto con el protagonista-narrador de la novela (Tomás Pons)- hasta quedar inmersos en un mundo sobrenatural y horroroso.
Como es una novela de avance policial, en la que no sabemos cuál será el desenlace, diré muy poco sobre lo que sucede en la narración, pero sí les aseguro que el terror y el horror nos van rodeando mientras leemos hasta formar un nube algodonosa y pegajosa.
En esa isla, en una mansión antigua, funciona un instituto neurosiquiátrico en el que entra a trabajar el psiquiatra Tomás Pons, que va a ir descubriendo que no es una institución común, sino todo lo contrario, en la que él y toda su historia familiar se van a ver involucrados.
Un aspecto central de la novela, que es su eje, y el verdadero monstruo, es el Mal. Según la ideología de los que crearon esa institución neurosiquiátrica, dentro de una concepción tomista, es la Privatio boni, la ausencia del bien (“La ausencia del bien, también conocida como teoría de la privación del mal, es una doctrina teológica y filosófica en la que el mal, a diferencia del bien, es insustancial, por lo que pensar en él como una entidad es engañoso. En cambio, el mal es más bien la ausencia o la falta de bien” (Wikipedia (inglés)).
Figueras no piensa así, cree que hay malos concretos –de antes, como Hitler o Stalin, o contemporáneos como Videla o los que condenan a la gente al sufrimiento como Cavallo o las fuerzas represoras, en ese 2001 de la novela. Esos malos –tantos son- tienen que ir al infierno.
¿Dónde está el infierno?
Copio una de las citas en el comienzo de la segunda parte: El infierno está vacío y todos los demonios están aquí Wililiam Shakespeare.
Por supuesto, si hablamos del infierno, es difícil eludir La Divina Comedia de Dante Alighieri. En uno de los arcos de la mansión neurosiquiátrica, se puede leer:
Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate (CIII, 9) (La divina comedia) (Dejen toda esperanza, los que entren)
Sin embargo, el Mal y el infierno están en muchos lugares, además del neurosiquiátrico del Tigre, que tiene un valor metafórico.
Están en las calles de Buenos Aires, en la crisis del 2001, y también en mucha gente, que son como nosotros.
Dice Figueras en la entrevista:
“… me parece que es uno de los motores del libro, es eso de qué es el mal en el mundo contemporáneo. Nosotros fuimos educados en una idea muy definida del mal, que tenía que ver con los pecados y las jerarquías de réferis espirituales, que en general eran los curas y la autoridad eclesial, que te decían si te ibas a salvar o no. El tiempo ha pasado, hemos crecido, … y también está la sensación de que el infierno es una fantasía más, como cualquier otra. Ya no pensamos en términos del mal como una fuerza actual. De ahí que me gustara pensar en qué siento que puede ser el mal en este mundo. De ahí que pensé en la indiferencia”.
Habla también de que no podemos salvarnos solos. “… Porque si se empieza a pudrir mal va a ser muy difícil que alguien se salve, incluyendo a Elon Musk,”
En Distancia de rescate también aparece el Mal que afecta a la sociedad. Dije en mi blog: “podríamos arriesgar que se trata de una de las primeras novelas argentinas en ocuparse del campo como escenario en el siglo XXI, de la transformación de ese espacio verde y bucólico de los siglos XIX y XX en pesadilla agrotóxica, y no sería tan errado”
Y sobre Este el mar, escribí: “Enríquez ve, como derivación de esa crítica social, a la ciudad también como una catedral de cemento y horrores. Decía en’Marea nocturna’ que su relación con el terror es un perfecto reflejo de la vida anónima e insensible en las ciudades: éstas y su ritmo acelerado te obligan a dejar que lo terrible, aunque suceda a nuestro alrededor, siga su curso. Y de ese modo te distancias del otro, del diferente.”
Figueras terminó de escribir la novela durante la pandemia.
“Pocas cosas más propias del género de terror que una epidemia descontrolada –dice Figueras-. Hay cantidad de narrativas con ese tema, como el Diario del año de la peste de Daniel Defoe, o “La máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe, que es uno de mis cuentos favoritos y perfectamente podría referir a la Argentina de los últimos cincuenta años, con ese grupo de ricos que se encierra en un palacio lleno de vituallas y piensan que por eso la peste se va a detener del lado de afuera de la muralla, mientras los pobres mueren y ellos danzan y beben y comen pantagruélicamente. Este contexto de terrorífica incertidumbre me parece que fue una buena caja de resonancia para trabajar esta novela”.
O sea que las “situaciones terroríficas que despiertan en el lector temores ocultos” son aprovechadas para montar sobre ellas hechos –no menos terroríficos- pero que son lo negativo y terrible de la realidad cotidiana.
Esta vuelta de tuerca me parece muy interesante porque esos aspectos quedan realzados de una manera distinta, y llegan a nosotros con un impacto que, de otra manera, no lo tendrían y hasta quizás permanecerían ignorados.
Cuando Tomás, el protagonista narrador, y dos miembros del geriátrico -Instituto Jenseits (Más allá, en alemán)- corren por los túneles del subterráneo en el centro de Buenos Aires debajo de donde se desarrollan los tumultos populares con gases, caballos, tiros, barricadas en llamas, muertos y heridos, sentimos que estamos de verdad en el infierno que se desató en Argentina en el 2001.
Es más que una metáfora, es la realidad misma que, con el terror se nos mete debajo de la piel, y ya no podremos olvidarlo jamás.
Me ha parecido que esto es lo más relevante de esta novela que recomiendo fuertemente leer, aunque no te guste el género de terror. Es una experiencia fuerte, y vale la pena.
No he querido comentar otros aspectos importantes de la novela: el manejo del suspenso, la creación de personajes que, aunque extraños, tienen una realidad a veces espeluznante, las descripciones del paisaje (Buenos Aires, el Tigre) que ambientan perfectamente el terror de la acción, etc. Lo he evitado porque ya se ha estirado mucho la longitud de la entrada, y porque voy a apostar a que lean la obra.
Es una obra culta, llena de referencias a películas, a la Historia, a filósofos, a pintores. Más de una vez tuve que googlear temas, como lo de la Privatio boni, que menciono arriba, pero no se pierde el interés por la narración, al contrario, gana en profundidad y sentido.
TODAVÍA EN ARGENTINA NO HEMOS SALIDO DEL INFIERNO: LOS POBRES SIGUEN ESTANDO AHÍ, Y LOS RICOS –QUE DANTE PONDRÍA EN ALGÚN CÍRCULO HORRENDO, JUNTO CON LOS OTROS RESPONSABLES DE NUESTROS PESARES- TAMBIÉN.
QUE LA LECTURA NOS AYUDE A BUSCAR SALIDAS PARA NUESTRA PATRIA Y EL MUNDO, PORQUE EL PARÁISO TAMBIÉN EXISTE.
Había separado esta entrevista de abajo a Jun Fujita Hirose porque, aunque compleja, tiene elementos muy interesantes para este momento de Argentina, y la recupero ahora para plantear alternativas que nos permitan como miembros de la sociedad ser agentes de los cambios que inexorablemente deben darse para asegurar la sobrevivencia de la especie.
Entrevista al filósofo y crítico de cine japonés
Jun Fujita Hirose: “El capitalismo está en una etapa de destrucción creativa”
Para Hirose, “en medio de la crisis generada por el coronavirus, el capitalismo se encuentra en una etapa “agónica” y de “destrucción creativa”.”
Dice la entrevista: “En otras palabras: el nuevo coronavirus es el “virus de destrucción creativa” con que se opera la “transición hegemónica” de Estados Unidos a China; el “estallido definitivo de un régimen de acumulación de capital que estaba en crisis permanente desde hace 50 años”.
…
“Cuando observás lo que está pasando en el mundo te das cuenta de que tenés que estar del lado chino para seguir tu crecimiento. Cuatro, cinco meses después del comienzo de la pandemia, Estados Unidos, Brasil, Japón acabaron por aceptar la existencia del fenómeno. Hay una formación de consensos de todas las economías del mundo”.
En este contexto que define Hirose, se observan algunos hechos diferenciales de etapas anteriores:
“A su vez, en el momento actual se están formando “dos grandes máquinas de guerra en paralelo” y en su alianza el autor encuentra un potencial revolucionario: se trata de “lxs trabajadorxs metropolitanxs abandonadxs por los viejos capitales en destrucción y los pueblos minoritarios en lucha para defender sus territorios contra las explotaciones neoextractivistas organizadas por los nuevos capitales en transformación”. “
Lo novedoso también, dentro de la problemática indicada antes, es que Hirose continúa analizando el tema desde la situación latinoamericana. Concretamente, se fija en Chile.
“Desde la aparición del zapatismo en 1994 hasta el actual proceso constituyente chileno no cesan de multiplicarse experiencias políticas verdaderamente innovadoras en América latina”, sugiere. Hace 20 años que en su país se encarga de “presentar nuevas prácticas y teorías latinoamericanas, dado que hay muy poca gente que lo haga”. Junto al colectivo Situaciones publicó el único libro en japonés sobre el desarrollo de “los nuevos movimientos en Argentina en la primera mitad de los años 2000”; y es el autor del primer texto en japonés sobre Ni Una Menos. Aprendió español en París, cuando vivía en una residencia universitaria junto a estudiantes mexicanos.
“Lxs trabajadorxs metropolitanxs devienen-revolucionarios cuando entran en alianza con los pueblos minoritarios, dado que la formación de los nuevos capitales corresponde perfectamente al interés de clase de lxs primerxs, por cuanto les crea nuevos empleos…”
En este planteo del tema del devenir revolucionario, aparece otro sector cuyo desarrollo consideré, desde antes de leer a Hirose, el fenómeno más transformador de esta última etapa de la humanidad: el feminismo.
“-Por un lado, desde mediados de los años 2010, el feminismo constituye el movimiento social y político más potente en el ámbito metropolitano en muchas partes del mundo y en América latina en particular. Por otro lado, las mujeres indígenas y afrodescendientes latinoamericanas luchan contra el colonialismo neoextractivista bajo el lema: “¡No se puede descolonizar sin despatriarcalizar!”. En Chile, lxs metropolitanxs devienen-mujer al aire de Lastesis, al mismo tiempo lo devienen los pueblos indígenas. A través del devenir-mujer lxs metropolitanxs se componen con los pueblos indígenas en un gran movimiento destituyente y constituyente. En Mil mesetas Deleuze y Guattari dicen que “todos los devenires comienzan o pasan por el devenir-mujer” (una forma del devenir-minoritario, en la cual los hombres se arrancan junto con las mujeres de la binaridad patriarcal de lo masculino-mayoritario y lo femenino-minoritario). Todo esto explica cómo lxs chilenxs llegaron a elegir a una mujer mapuche, Elisa Loncon, como presidenta de su asamblea constituyente.”
Siempre creímos que en América Latina estaba la clave para un mundo mejor, y en esto el feminismo está cumpliendo un papel fundamental.
Si hablamos de la necesidad de un devenir revolucionario para superar la situación a que nos ha llevado el neocapitalismo y los poderes concentrados, el feminismo es la carta brava para ese logro.
Se plantea en la entrevista:
“- ¿Cómo sería una revolución en el contexto actual?
-Si actualmente la supervivencia del capitalismo depende de la formación de nuevos capitales industriales y ésta última depende del desarrollo de explotaciones extractivistas, su pregunta se puede traducir en la de cómo impedir que se lleven a cabo los proyectos extractivistas en todas partes del mundo. Esos proyectos no se realizan cuando rechazamos todxs trabajar para ellos. ¿Cómo podemos llegar a tal rechazo generalizado? Cuando liberamos nuestro deseo de su subordinación a la lógica del interés, es decir, cuando todxs devenimos-revolucionarios. Es esa subordinación la que nos hace desear entrar o quedarnos en las relaciones salariales con el capital. En resumen, la revolución no se hace sin nuestro devenir-revolucionario.”
La tarea no es sencilla, a la luz de la realidad. En el párrafo final, Hirose plantea la salida en relación con las indispensables sostenibilidad y sustentabilidad que requiere el mundo:
“Podemos decir lo mismo en lo que respecta a la cuestión medioambiental: los acuerdos internacionales de protección ambiental pueden perfectamente coexistir con las actividades que los ponen en suspenso o ignoran, tales como las explotaciones extractivistas en el sistema capitalista. Definiendo el capitalismo como axiomática, Deleuze y Guattari lo presentan como un conjunto de problemas para los cuales no hay soluciones más que creativas. Lxs humanitarixs, por ejemplo, deben hacer un esfuerzo más, el cual consistirá en crear una solución más general que la de la universalización de los derechos humanos. Lo mismo para lxs ecologistas, que deben ir más allá de su lucha por los axiomas verdes y crear una solución más general, capaz de imponer un límite absoluto a la axiomática capitalista misma.”
O sea que lo que estamos haciendo no alcanza, es más, podría ir en contra de sus objetivos, en la medida en que lleguemos a creer que estamos realmente transformando el mundo, y, en realidad, serían ser acciones cosméticas bajo las cuales todo sigue igual, o peor –como podemos observarlo hoy.
Se me ocurren un par de reflexiones, aquí y ahora, o sea en Argentina, y América Latina.
Aunque de la muerte del Capitalismo se viene hablando hace bastante, solo tenemos en claro las consecuencias de su existencia, pero sería muy difícil anunciar cuál sería el final, ni cuándo sucedería.
Lo que sí tengo en claro es la necesidad de trabajar para que ese fin se produzca de la manera menos traumática posible, aquí retomo los que dice Hirose.
Habrá transformación real, solo “cuando todxs devenimos-revolucionarios”.
No estamos hablando en el sentido histórico de lucha armada, que conocemos y hemos vivido, sino de la comprensión de lo que nos sucede como sociedad global y local, y, a partir de allí, de la determinación de buscar, promover y defender hasta sus últimas consecuencias los acuerdos que permitan avanzar en la solución permanente y creativa de los problemas que están destruyendo la humanidad y el ambiente.
Frente a este planteo, se visualiza un problema creciente: el avance de sectores de derecha, en diferente grado, incluso fascistas y violentos.
Podría dar ejemplos, bastante cercanos, como el golpe de Añez en Bolivia, o Bolsonaro, pero, si observamos los resultados de las PASO, tenemos la posibilidad cierta de que figuras radicalizadas de derecha logren lugares en el Poder Legislativo de nuestro país.
Estos personajes conservadores, que incluso cuestionan al feminismo, que defienden la mano dura contra los movimientos sociales y como medio para combatir la delincuencia, no van a apoyar este “devenir revolucionario”, todo lo contrario.
Por lo tanto, hay que entender que es la sociedad es la que deberá generar los movimientos y acciones que necesitamos para avanzar hacia la transformación que se plantea. Deberá plantear a los/las políticos/as la necesidad de que propongan –como condición para ser votados- proyectos y medidas que permitan mejorar nuestra vida, pero eso supone no comprar candidatos de bajo nivel político. Por ejemplo, he visto una propaganda de Vadillo, un político que ha tenido actitudes interesantes, con un aerosol anti K, como elemento de atracción para que lo voten. Más allá de lo berreta que es el spot, que un candidato del Partido Verde no tenga nada mejor que proponer que hay que barrer al kirchnerismo para mejorar el país, es de una pobreza política extrema. ¿Nada mejor puede proponer el Partido Verde?
Creo que la sociedad viene votando bien: no le gustó el macrismo, y no lo votó; estaba desconforme con la situación económica que no ha mejorado, sobre todo para los más vulnerables, y no fue a votar, o votó otras opciones.
Espero que en estas elecciones sigamos así.
Hay que reconocer que es muy difícil tener elementos objetivos para sacar conclusiones válidas sobre lo que pasa en Argentina, pero hay que intentarlo. El objetivo de este blog es colaborar en que mejore la comprensión de que hablo.
Creo que nuestro “devenir revolucionario” tiene que ver con esto: entender, no dejar que no nos engañen, participar en las actividades de las organizaciones o grupos que proponen hacer cosas frente a lo que nos sirve o perjudica, incluso ser protagonistas de nuevas acciones.
Por ejemplo, no compremos la propaganda de plataformas o franquicias que son estrategias de los poderes económicos concentrados para precarizar el trabajo, como UBER o CABIFY en el campo del transporte.
Hay muchos lugares de trabajo y/o lucha, busquemos el nuestro: nos va la vida en ello.
Compré este libro en el 2014 para mi hija que lo tenía como lectura en una materia del Normal donde estudiaba Profesorado en Lengua. Hace unos días me lo trajo para leerlo y publicar una entrada en este blog.
No había leído nada de Fogwill, sociólogo, publicista y definitivamente irreverente escritor, que decía: “Creía en mí, no en la literatura””.
Esto es muy importante porque no es un escritor común:
“Y por lo general, por no decir casi siempre, el yo de Fogwill (potente, disruptivo, cáustico, fascinante, intimidatorio, encantatorio, perturbador, rotundo) es empleado como punta de avanzada de su literatura. Fogwill funcionaba como una especie de agente de su propia obra, en los múltiples sentidos de la palabra agente: el etimológico (el que la llevaba, el que la impulsaba, el que la empujaba hacia delante), el profesional (gestor editorial, negociador de contratos, difusor general, representante), el del mundo del espionaje (operar, a la vista o en sigilo, tramar y conspirar, infiltrarse)”. (https://www.infobae.com/cultura/2020/08/21/el-legado-de-fogwill-entre-el-buen-realismo-la-sensibilidad-de-las-palabras-y-la-leyenda-personal/)
Esto hace que esta novela, que transcurre en las Islas Malvinas antes del fin de la guerra, tenga particularidades que hacen que su lectura sea muy recomendable.
Es una novela importante dentro de la literatura nacional, y Fogwill, como decide presentarse con solo el apellido (como Platón, dijo) es un autor de una vasta obra de poesías, novelas y cuentos, desde un poemario, en 1979, El efecto de la realidad (empieza a escribir de grande, ya que había nacido en 1941) hasta la póstuma Estados alterados, de2021 (muere en el 2010).
“En 2010, cuando la Argentina festejaba el Bicentenario, el Centro Cultural Haroldo Conti montó la muestra “200 años 200 libros” y, entre el Facundo y El Aleph, entre El limonero real y La invención de Morel, aparecía incuestionable y altivo un ejemplar de Los Pichiciegos. Era de la primera edición, la de De la Flor, que decía “pichy-cyegos” y tenía una portada que simulaba la etiqueta del licor que tomaban los soldados en Malvinas.
La guerra nunca lo abandonó del todo a Fogwill. Volvió a ella varias veces después de Los pichi. Tal vez porque, como escribió en el cuento “El arte de la novela”, la guerra es una experiencia contemporánea inevitable para cualquier escritor. “Siempre había pensado que intercalar los efectos de una guerra convencional en un relato convencional era una posibilidad ajena a cualquier pequeño escritor argentino, y sin embargo allí estaba la guerra, intercalada, tan respetuosa del realismo como cualquiera de las guerras que se leen en las novelas extranjeras de la década del cuarenta”.” (https://www.infobae.com/cultura/2021/09/19/fogwill-reediciones-e-ineditos-para-seguir-leyendo-al-gran-provocador-de-la-literatura-argentina/)
Es muy buena la presentación que hace de su novela porque la saca del molde en que caemos, casi inevitablemente, los/las argentinos/as cuando nos enfrentamos a Malvinas. Yo viví la guerra, y aunque nunca defendí la posición bélica, sentí rencor y rabia (como la mayoría, creo) hacia los piratas y usurpadores ingleses.
“Sobre Los Pichiciegos (que transcurre mayormente en una cueva malvinense improvisada por desertores del ejército), por ejemplo, dice: “Pretendía ser un trabajo hacia el habla argentina. Pero no sé si lo logró. Ya en esa época para mí la nación no era más que la lengua. En los 80 yo decía que podría escribir de nuevo Pichiciegos sin Guerra de las Malvinas: no era una novela sobre la guerra”.” (https://socompa.info/entrevista/ser-escritor-es-fracasar-en-la-vida/).
En esa misma entrevista, leemos: “Para escribir Los Pichiciegos, Fogwill declaró haber usado su conocimiento del frío (solía navegar por los mares del sur), de la colimba y de los pibes. Pero la sustancia que regula todas las acciones a lo largo de la novela es el miedo. “Yo viví años con miedo, loco. Está bien que era un miedo anestesiado, pero era miedo al fin. Yo había sido trotskista, y una vez los milicos tuvieron secuestrado durante meses a un tipo que vivía un piso debajo mío, pensando que era yo. En los últimos años de mi carrera empresaria yo vivía con miedo, me mangueaban de todos lados, me buscó la cana durante un mes. Cuando caí preso se me pasaron todos los miedos. En la cárcel fui el tipo más libre del mundo.”
Fogwill no habla como un escritor convencional, no lo es: cuando le hacen un planteo literario, sobre el género de sus cuentos, dice: “–No, no, yo escribo, loco, no tengo problema con los géneros.”
Es deliberadamente irreverente y disruptivo, porque elige ser diferente, como persona, escritor e intelectual.
Leamos cómo lo explica él:
“–Las grandes editoriales son el camino más rápido a la mesa de saldo. De sus libros buenos venden cuatrocientos, y encima casi todos son malos. Pero de golpe les ofrecen tres o cuatro mil mangos a pibes que están en la lona y agarran; van a la mesa de saldo al par de meses y así es como los desgastan.
–Salvo si uno está consagrado…
–No, no: salvo si uno es una máquina de hacerse propaganda, como soy yo.
–¿Eso le viene de su carrera como publicista? [Fogwill, asesor de marketing, fue responsable de los horóscopos Bazooka e inventó nada menos que el eslogan “El sabor del encuentro”.]
–No, no. Es la personalidad. Hay grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1.500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento?” (Entrevista citada)
Sigue:
“Ser escritor es fracasar en la vida. Casi todos terminan mendigando la beca, el pequeño premio. Una mina para casarse quiere un tipo que tenga no esta mierda [y golpea el volante], sino de Volkswagen Gol para arriba, y que pueda comprar departamentos; y los escritores no pueden, terminan, de viejitos, en el mejor de los casos, ganando luca y media por mes del premio nacional, el que es profesor a lo sumo otra luca, y si los editores les pagan dos libros por año son diez lucas, o sea 3.300 pesos por mes, y con eso no se paga ni el seguro de uno de esos autos.”
Finalmente:
“–Escribir para mí es pensar. Es cierto, aunque sea pensar sobre la frase (y no sé si hay maneras de pensar fuera de una frase). Y escribo para no ser escrito, para no ser narrado por el discurso social que circula y tengo que repetir. Y ahora siento que a medida que voy escribiendo, que sale un libro nuevo, o que tengo un texto nuevo satisfactorio (porque los libros no me importan una mierda, acá todos hablan de los libros y nadie de los textos), siento que obtengo una victoria, porque no es algo que me mandaron. A mí me haría muy feliz ganar un premio grande, como el Cervantes, de 250 mil euros, sería muy feliz. Pero si yo pudiera hacer un libro bueno, pero un libro bueno-bueno, como El discurso vacío, de Mario Levrero, sería más feliz.”
Este es el escritor que escribe Los pichiciegos. No es tan común que el mismo autor entregue tantos elementos válidos sobre su vida y obra. Es lúcido e implacable sobre la realidad en la que produce sus obras.
Esto es lo que dice de la novela:
“Lo que más impide es el poder editorial, que obliga a escribir cosas legibles. Los buenos libros son ilegibles; Los Pichiciegos, al salir, era casi ilegible. Las faltas sintácticas de los personajes fueron censuradas en La Nación diciendo que se notaba que la novela fue escrita muy rápido. Algunas cosas eran demasiado obvias en ese momento, como la derrota argentina. Pero otras cosas eran impensables, como el retorno democrático, anunciado en la novela. A la semana de haberla escrito, la llevé a varias editoriales. Durán, dueño de la editorial española Legasa, que editaba a [Jorge] Asís, me dijo que la editaba instantáneamente, desafiando el poder de los milicos, si yo le agregaba un acto heroico por parte de los pichis, heroico por la patria. Y los de Galerna me ofrecieron cualquier plata para pedalearme, mientras mandaban un tipo a hacer entrevistas que desembocaron en el libro Los chicos de la guerra, con el que se llenaron de plata. Como si un pibe de 18 años que tiene que matar fuera un chico, ¡por dios! Llamarlos chicos, y poner a las asociaciones de psicólogos al servicio de “curarlos” fue una maniobra para desmalvinizar a la Argentina. Los estigmatizaron de arranque, por eso la tasa de suicidios es mayor que entre los leucémicos y sidosos terminales.”
Lúcido y terrible, y esta es la sensación que tenemos al leer la novela: Malvinas es un mundo bipolar: arriba, las islas, los soldados ingleses, los Sea Harrier en el cielo: una muerte que puede llegar en cualquier momento; abajo, esa red de cuevas donde habitan los pichis, que es un mundo extraño, de pesadilla, pero poblado con gente común: los pibes de la guerra (sí, eran pibes), venidos de las provincias, mal preparados, mal vestidos y comidos.
¿Cómo es ese mundo?
“-Igual no sé … Posiblemente parecido … -le dije, casi preguntando.
-No. Ni parecido es: pensá en el frío. Pensá en el miedo. Pensá en la mierda pegada contra la ropa. Pensá en la oscuridad y pensá en la luz que cuando te asomás te hace doler los ojos. Eso -me insistía- no tiene nada que ver con lo que pasa aquí. -Y señalaba la ventana.
O tiene que ver: hablar del miedo, por ejemplo.
El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo -a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.
Despertarse con miedo y pensar que después vas a tener más miedo, es miedo doble: uno carga su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de sentir un alivio cuando ese miedo chico -a un bombardeo, a una patrulla- pase, porque esos siempre pasan, y el otro miedo no, nunca pasa, se queda.
¿Y ahora? -guié
Tampoco, ya no, tampoco –dijo y me miró- ¿Entendés?
-Sí -respondí convencido.
-No. ¡No me entendés! Seguro a vos alguna vez habrán estado a punto de boletearte, fuiste preso, tuviste dolores en una muela, o se te murió tu viejo. Entonces, vos, por eso, te pensás que sabés. Pero vos no sabés. Vos no sabés. (Pags. 94-95)
Allí vivían, enterrados como los pichiciegos:
“-¿Qué…? ¿Nunca comieron pichiciegos … ? -averiguaba el santiagueño-. Allí -preguntaba a todos-, ¿no comen pichiciegos?
Había porteños, formoseños, bahienses, sanjuaninos: nadie había oído hablar del pichiciego. El santiagueño les contó:
El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas Tiene cáscara dura -una caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico, más rico que la vizcacha!” (Pág. 27)
Hay una narración en tercera persona, pero de alguien que está ahí, (un pichi) y otra del que toma notas de lo que pasa y lo escribe, o sea el autor (Quique Fogwill) (un pichi que desaparece de la novela).
Está muy presente la realidad argentina, de eso hablan los pichis (a uno le dicen Galtieri) desde las limitaciones culturales propias de colimbas. Es un video de ese terrible momento de Argentina.
Fogwill busca lo argentino en su novela, como quizás en toda su obra (no la he leído como para opinar) y la echa sobre nosotros, como la nieve –“pegajosa, pastosa”- que describe en el inicio de la novela, y nos invade y enmudece.
Es un mundo muy duro el que muestra el cáustico Fogwill, y es más que una etapa de nuestro país, porque allí está la Argentina esencial de la época.
Novela dura como la misma guerra: solo queda el narrador, y la guerra llega a su fin. No hay salvación, y decide caminar –una decisión tomada al azar- hacia el pueblo, sin ningún propósito.
Sin embargo, no es un pesimista: por ejemplo, Fogwill cree en la democracia para Argentina y le entusiasma criar hijos, aun de viejo.
Algunos catalogan su obra de realismo social, con personajes que son prototipos de una dimensión social a la que representan; sin embargo, en aquella suelen ingresar, como las monjas en Los pichiciegos, elementos inexplicables, a veces fantasmales. Esto podría hacernos pensar que su obra es fantástica: de hecho, las cuevas en Malvinas son un mundo ficticio, por momentos irreal o imposible, pero no lo sentimos así.
La ficción se impone, que es lo que quiere Fogwill, porque él es el personaje de su obra, y así queda instalada, y así la vivimos, como el pichi que decide caminar porque ya nadie puede decidir, porque la guerra terminó con todo.
Creo en la validez del mito de Fogwill, en lo que él mismo construyó, difundió y promovió, con todos sus excesos y virtudes. Alguna definición de mito dice: “Historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad.”
Pero creemos en el mito, no en la realidad.
En Malvinas viven los pichiciegos, seres fantasmales en un mundo fantasmal, en el marco de una guerra sin sentido, y cuando esta termina, también desaparecen. Son un grupo de argentinos bien reales, prototipos de un país y de una época, que quedan enterrados sin ruido ni lágrimas. Terminó su etapa.
He leído la novela y releído muchas veces sus páginas en la escritura de esta entrada, y cada vez surgieron detalles no percibidos, comentarios que habría que entender más profundamente.
Por algo hay varios críticos que consideran a Los pichiciegos una de las novelas más potentes de la literatura argentina. Al principio me pareció que esto era exagerado, pero ahora, cerrando esta entrada, he cambiado de opinión.
HAY QUE LEERLA. ES UNA NOVELA DISTINTA, LLENA DE ARGENTINA Y DE ARGENTINOS/AS. VALE LA PENA.
Esta nota del siempre claro Raúl Zaffaroni me gustó mucho porque resuelve un tema siempre polémico: conflicto o no conflicto en la política (también vale para la vida).
Es cierto que pareciera que resolver un proyecto político sin conflicto, solo por consenso, es lo ideal, y no es la idea ensalzar el conflicto como estrategia central y permanente, pero la historia del mundo muestra que las transformaciones difícilmente se den solo por consenso, porque el status quo y sus interesen no van a ceder sus posiciones sin defenderlas.
Copio un párrafo de la nota:
“Es más que obvio que no siempre se sale bien parado del conflicto, pero el 48% que en 2019 votó contra los que estaban destruyendo el país, lo hizo siguiendo la bandera de una fuerza política nacional y popular, enmarcada históricamente en el movimiento emancipador que postula como objetivos estratégicos la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.”
No voy a copiar muchas citas, todo lo contrario, porque lo importante es la lectura de la nota, y quiero partir de ella para aportar algunas ideas.
Como siempre, busco darle a la gente que me pueda leer bases para poder encontrar elementos objetivos de juicio que le permitan tomar las mejores decisiones posibles, partiendo de la base de que hay una gran dificultad para conocer lo que realmente sucede aquí, y en el mundo.
El planteo de los dos modelos que hicieron el Presidente y la Vicepresidente es verdadero, sin dudas. Es la manifestación argentina de lo que sucede en el mundo, con los matices que surjan en cada lugar.
Tampoco es nuevo: si no, ¿cuál es el sentido del título del libro que escribió D. F. Sarmiento en 1845: “Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas “?
En alguna entrada dije que el 17 de octubre de 1945, cuando nació el peronismo, nació, simultáneamente, el anti peronismo.
También hubo anti yrigoyenistas que salieron a festejar el golpe de Uriburu el 6 de septiembre de 1930. Una de las primeras cosas que hizo este Gobierno de facto fue intervenir la U. Nacional del Litoral, así que está claro que la metodología de los que se oponen a los Gobiernos que defienden las causas de las mayorías tampoco son novedosas.
Sabemos que Macri no quería más Universidades públicas, como tampoco Vidal, así que debemos hacernos cargo de que la Educación pública que permite a los/las argentinos/as tener estudios universitarios gratuitos pertenece al modelo que propugna el actual Gobierno de la Argentina, no al que propone el macrismo.
Sería un insulto a la inteligencia de la gente seguir abundando en ejemplos. Tenemos cuatro años de Gobierno macrista llenos de ellos.
Entonces, el conflicto entre los dos modelos está, como siempre en nuestra historia.
“La pobreza y la pobreza extrema alcanzaron en 2020 en América Latina niveles que no se han observado en los últimos 12 y 20 años, respectivamente, así como un empeoramiento de los índices de desigualdad en la región y en las tasas de ocupación y participación laboral, sobre todo en las mujeres, debido a la pandemia del COVID-19 y pese a las medidas de protección social de emergencia que los países han adoptado para frenarla, informó hoy la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).” (https://www.cepal.org/es/comunicados/pandemia-provoca-aumento-niveles-pobreza-sin-precedentes-ultimas-decadas-impacta).
Tenemos las herramientas democráticas para hacer algo que mejore esta situación, que puede llevarnos a situaciones terminales, al igual que el deterioro ambiental, que es elegir Gobiernos que busquen el bienestar de las mayorías, no los acuerdos injustos, que acentúan la desigualdad y la pobreza.
Por supuesto, después están los aciertos y errores de los Gobiernos, cualesquiera que sean. No voy a entrar a analizar al actual, porque no es el objetivo de la nota, además de ser un tema trillado, más allá de que no nos sirva demasiado, pero estamos a mitad de un mandato, tal vez el más difícil que haya conocido, por lo tanto, no tendría sentido –y les hablo a los/las que lo votaron- retirarle el apoyo electoral al Gobierno y dejarlo en manos de una oposición que solo sabe destruir y falsear.
Esta crisis política que estamos transcurriendo demuestra que en el FdT hay capacidad de crítica, y estamos empezando una nueva etapa, que, si es exitosa, hará mejor nuestra vida; por lo tanto, quitarle capacidad de resolución por pérdida de mayoría legislativa, sería bastante suicida.
Incluso tenemos un lapso de un poco menos de dos meses para evaluar los resultados y perspectivas de esta etapa de la gestión. Por lo que estoy viendo, tienden a corregir los errores que le han reclamado al Gobierno, por lo tanto, unido a que estamos saliendo del periodo crítico de la pandemia, creo que seguramente veremos mejoras en nuestra calidad de vida, por lo menos, incipientemente.
De paso, hasta ahora hemos logrado contener la variante Delta, y no tenemos otra ola, como tienen muchos países. Lo digo como ejemplo de que hay que tratar de analizar todos los aspectos de la gestión para no dejarnos llevar por la propaganda. Hoy se levantó la obligatoriedad de usar el barbijo en espacios abiertos, y sin aglomeraciones, y el Gobierno de la CABA, con el explícito apoyo de Clarín, no lo va implementar. Resulta extraño que el mismo Gobierno que mantuvo abiertas en escuelas, en las peores circunstancias posibles, ahora sea cauteloso.
Conclusión: antes de votar traten de tener buena información, y no voten por bronca o por amor. En las PASO el voto fue útil, y el mensaje llegó, ahora busquemos otros criterios, para que el voto nos sirva a nosotros/as, no a quienes no buscan el bien común.
En 2023 será el momento de la evaluación de la gestión y de la elección de nuevos actores.
ESTAMOS VOTANDO BIEN, SIGAMOS HACÉNDOLO.
Encanto y desencanto
E. Raúl Zaffaroni sostiene en esta nota que uno de los factores que incidieron en la derrota electoral del Frente de Todos en las primarias es el desencanto como consecuencia de no afrontar los múltiples conflictos que el poder económico, judicial y mediático le planteó desde el comienzo de su gestión. Zaffaroni afirma que el movimiento nacional y popular – que es el gran dinamizador del cambio en la sociedad argentina – siempre se vigorizó en la lucha en defensa de los sectores populares. Y esa defensa es resolución de problemas enfrentando los conflictos que producen.
Por E. Raúl Zaffaroni (para La Tecl@ Eñe)
Siempre es fácil criticar desde la tribuna a los que corren tras la pelota en el campo de juego. Si bien hay periodistas deportivos responsables que ilustran porque saben técnicamente lo que dicen, no cualquier “hincha” desde la tribuna reviste esas condiciones.
Pero una “goleada” como la del domingo impacta emocionalmente y la invitación a recomponerse y seguir adelante, no excluye que, sin caer en el juicio fácil ni pretender ningún monopolio de la verdad, haya algún “hincha” capaz de aportar algo, porque también desde la tribuna se tiene una visión más completa de la cancha y, en una de esas, en el entretiempo, es posible soplarle algo al técnico, que contribuya a revertir la situación, máxime cuando el riesgo futuro es el de un desastre de mayores dimensiones todavía que el que se recibió en 2019.
Vistas las cosas con la mayor frialdad posible dentro de lo humanamente exigible, ante todo no cabe duda que las dos pandemias -la del neoliberalismo y la del virus- dejaron una catástrofe, que es el contexto en que se debió gobernar en estos dos últimos años. A eso se sumó una situación institucional que no facilita las cosas, es decir, sin mayoría propia asegurada en las Cámaras del Congreso, con una justicia montada en parte “a dedo” con los “jueces propios” del “lawfare”, un ministerio público descabezado en manos de un funcionario a la medida de la oposición y una Corte Suprema en la vereda opuesta, no es precisamente el ideal. En lo económico, una deuda astronómica que se debe negociar esquivando “ajustes”. En lo social una marcada concentración de riqueza, con jubilaciones y pensiones por debajo de la línea de pobreza, inflación y descontrol de precios de alimentos, no son para nada buenos indicadores de mínima justicia social, teniendo en cuenta que en los cuatro años previos se había acentuado mucho la estratificación y consiguiente desigualdad social. En lo político, las cosas tampoco son sencillas, porque se cuenta con una fuerza política “frentista” que, si bien goza de una sana heterogeneidad y tiene una militancia envidiable, algunas veces parece agrupar más por el pánico que por el amor.
Todo ese paquete de elementos negativos lo cierra el moño del partido político de medios –llamado “medios hegemónicos”- y una oposición desalmada y jugada por los intereses financieros, que no respeta el menor y más elemental límite ético y a veces ni siquiera humano.
Pero sin perjuicio de todo lo anterior –que sólo alguien privado de los cinco sentidos podría negar- también debe reconocerse que, para el electorado, se hicieron algunas cosas mal o no se hicieron, y la reacción fue un garrotazo electoral que obliga a escuchar la “vox populi” y a pensar seriamente qué dice.
Esto último es ahora una verdad poco discutible, porque es obvio que algo determinó que una parte del 48% del 2019 decidiese dispersarse en forma que, desde un frio cálculo lógico no resulta racional, porque no se explica que quienes más sufren voten a quienes proponen derogar la indemnización por despido y emiten juicios elitistas desde Palermo, o bien no voten y les dejen el campo libre.
Pero esto no significa que esa parte del electorado sea “irracional” ni que se “corra a la derecha fascista”. Estas afirmaciones superficiales son falsas, implican una subestimación ofensiva a nuestro pueblo, que fue el mismo que votó hace dos años, y además son formuladas sin tener en cuenta que “derecha” e “izquierda” son conceptos que deben matizarse en una región victimizada por el tardocolonialismo financiero con disfraz “liberal”.
Estas simplezas olvidan que la “bronca” contra la injusticia no sale de la razón sino de la esfera emocional o afectiva, que hace que cuando alguien sienta una profunda “bronca”, le tire al otro con lo que tiene más a mano.
Es cierto que lo más determinante fue la economía, que privilegió lo macroeconómico en desmedro de lo “micro”, tal como lo señalan algunos protagonistas en sus primeras reacciones, pues por lo que sea, lo cierto es que no se logró revertir la pobreza que dejó la pandemia neoliberal. En consecuencia, no sólo será necesario escuchar mejor, sino resolver el problema. Pero para eso, entre otras cosas, también será necesario plantarse frente a los “formadores” de precios y, con toda seguridad, eso generará un conflicto.
También generaría un conflicto de máxima resonancia plantarse frente a una Corte Suprema que pondrá todos los obstáculos imaginables e inimaginables a cualquier medida económica fuerte, como lo demostró al asumir el papel de máxima autoridad científica en epidemiología y al no importarle que se haya condenado a alguien en base al dicho de un testigo sobornado. No menos estruendo conflictivo causaría confrontar con los jueces del “lawfare”, que continúan alegremente su campaña persecutoria con presos políticos y procesos inventados.
Más grave aún sería el conflicto que generaría restablecer la vigencia de la “ley de medios”, pues se volvería loco el partido político único del monopolio mediático (versión folklórica de trozos del “Pravda” y del “Völkischer Beobachter” con “chimichurri”) que todos los días lanza las peores infamias y hace circular las “fake news” más escandalosas e insólitas, hasta tomar impunemente cualquier veneno por televisión.
Es verdad que no conviene abrir todos los frentes de lucha y menos generar conflictos gratuitos, pero la cuestión es que los problemas existen y no es posible resolverlos sin pisarle algún pie a alguien y generar un conflicto. Es inevitable optar entre “conflicto y solución” y “no conflicto y no solución”.
Es más que obvio que no siempre se sale bien parado del conflicto, pero el 48% que en 2019 votó contra los que estaban destruyendo el país, lo hizo siguiendo la bandera de una fuerza política nacional y popular, enmarcada históricamente en el movimiento emancipador que postula como objetivos estratégicos la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.
El movimiento nacional y popular argentino tuvo luces y sombras, alguna “agachada” en que vendió las “joyas de la abuela”, pero incluso en esos malos momentos nunca descuidó la microeconomía y, cuando hubo que remontar el desastre, retomó la épica del conflicto. Perón, Eva Perón, Néstor y Cristina no le tuvieron miedo al conflicto, que es inevitable para resolver problemas. Y a lo largo de casi ochenta años hubo confrontaciones que dieron lugar a triunfos y derrotas. ¡Vaya si hubo batallas perdidas en la lucha! Pero también otras ganadas, por cierto, y por suerte muchas.
Los sociólogos suelen dividirse entre “sistémicos” y “conflictivistas”. Hay quienes conciben a la sociedad como un “sistema” asentado sobre el “consenso”, y otros como un conjunto de grupos en conflicto con cierto equilibrio inestable. Ninguna de ambas visiones es verificable, pero se trata de algo así como dos armarios en que cada sociólogo ubica los hechos sociales y desde allí los explica. En esto, ambos tienen dificultades, porque los organicistas o “sistémicos” no pueden explicar bien la dinámica de las sociedades, y los “conflictivistas” tampoco los elementos de permanencia. Pero lo único cierto es que el “conflicto” es el motor de los cambios sociales y, como ninguna sociedad humana es estática, el conflicto es inherente a toda sociedad.
El movimiento nacional y popular fue siempre de lucha y, como en sus momentos de mayor brillo, para resolver problemas no escatimó plantear conflictos, fue el gran dinamizador del cambio en la sociedad argentina. Incluso cuando no tuvo éxito, igualmente planteó bien el conflicto, con posiciones claras, de modo que todos entendieran que si no se pudo no fue por falta de vocación de cambio, sino que “si ahora no fue, será en la próxima” y la lucha sigue.
Esa lucha política siempre es por derechos, porque éstos nunca se obtienen por “consenso” ni por cesión graciosa, sino por conflicto. No se trata de hacer lo imposible, sino de hacer lo posible y esforzarse para que lo imposible sea posible y, si no lo fuere, que quede claro que se planteó el conflicto y que se seguirá luchando sin temor, porque el conflicto es lo que atrae y encolumna, no sólo a los jóvenes sino a todos, pues marca el camino de lucha por los derechos y de paso, también hace que a la hora de obtenerlos se valoren y se cuiden más.
Nadie tiene la flauta mágica para encantar, pero tampoco se lo hace con la invocación del “consenso”, en especial cuando no puede haberlo, porque es imposible consensuar con un contrincante que no cesa de dar trompadas y rodillazos por debajo del cinturón ante la mirada distraída de un árbitro que juega para el otro. Es imposible “acordar” nada en estas condiciones.
Quizá el único acuerdo básico que, pese a algún balazo de 22 y algún bombazo, todavía se respeta bastante –en comparación con otros países de la región- es la no violencia física, porque la verbal y escrita se perdió hace mucho y el respeto al “otro” no se diga. Ojalá sigamos conservando ese límite mínimo y nos esforcemos por hacerlo, porque los del otro lado, desde 1930 en adelante no fueron precisamente Gandhi, sino que hasta el día antes de irse del gobierno contrabandearon armas para que la dictadura boliviana masacrase a sus ciudadanos pobres.
El pueblo observa y percibe que, mientras sufre con las jubilaciones y salarios de miseria, se evita el conflicto, cuidando no ofrecer muchos flancos de ataque a la tribuna de doctrina “gorila” y al pulpo mediático del partido único.
Esto no significa negar lo positivo hecho en estos dos años, porque es innegable que se hicieron cosas. La primera es que si en 2019 ese 48% no hubiese votado como lo hizo, hoy se habrían muerto “los que tenían que morirse” y tendríamos tres veces más muertos, conforme al criterio de que los “débiles” deben desaparecer, al estilo del viejo Spencer, resucitado y maquillado por nuestro neoliberalismo “prêt à porter”.
Es innegable que se hicieron cosas muy positivas en estos dos años, pero con el “no hagan ola” se quisieron captar a quienes no habían sido parte del 48% en el 2019 y, como siempre sucede en estos casos, no se encanta a los “otros” y se desencanta a los propios, porque el encanto se produce con el conflicto, que convoca y genera el sentimiento de pertenencia, de comunidad de lucha por los derechos. En la carrera “se ven los pingos” y, aunque se salga averiado, las banderas quedan en alto y la lucha sigue, porque es la esencia misma de la política.
Cuidado que con esto no se debe entender que la esencia de la política sea elegir al “otro” al que aniquilar, como decía el nazi Carl Schmitt. No, en modo alguno, no se trata de “aniquilar” a nadie, pero sí de luchar, de competir, de estar en la cancha o en el “ring”, tratando de ganar, no de “aniquilar” ni destruir. Quien pretenda hacer lo de Schmitt es un criminal degenerado al que hay que sacar del juego de la política y meterlo en la cárcel, porque el conflicto no es una lucha entre asesinos, sino entre competidores. La política es eso, competencia conflictiva, y deja de ser tal cuando se la entiende como mera “administración”, aunque sea prolija.
Por esa razón, sin duda habrá que resolver los problemas de los más humildes, pero para eso será inevitable entrar en conflicto con fuertes poderes fácticos, con el partido político único de medios y también con el árbitro que juega en contra. Nadie sabe si se saldrá bien o mal del conflicto, pero hay que plantearlo y así se recuperará la épica de lo nacional y popular.
El pueblo no es injusto y, por eso, no es verdad que el voto de quienes no repitieron el de 2019 fue un “voto castigo”, no lo fue, pero fue un “voto desencanto”. Perón convocando a los sindicatos o lanzando la campaña contra la especulación, Evita desafiando a la oligarquía, Néstor denunciando a la “mayoría automática”, bajando el cuadro o confrontando con el supuesto “campo”, no esquivaron los conflictos y justamente por eso señalaron caminos, sumaron, generaron lazos empáticos de solidaridad, pertenencia y comunidad, en una palabra, encantaron.
Un movimiento popular y nacional que durante ochenta años luchó, ganó y perdió, pero siempre confrontó, sufrió las peores derrotas y se rehízo, padeció las “agachadas” de sus propios y supo recuperar su identidad, si de pronto muestra temor al conflicto, no puede menos que desencantar. Ese es el problema y, además, si los conflictos que esquiva son los que hacen a la microeconomía y de paso deja a sus compañeros presos o procesados, el desencanto es aún más inevitable.
Por otra parte, la comunicación en el reducido espacio de poder mediático que se pudo retener, no fue la mejor. No era imaginable que en 1945 el peronismo centrase su publicidad en mostrar las internas entre los radicales “unionistas” e “intransigentes” de aquel momento.
Ahora, si por un lado se quiso organizar un grupo de meditación y al frente le montaron un “ring”, no fue lo más sensato centrar la atención en el “ring” opositor, porque siempre ese espectáculo atrae más público y, al final, lo que se hace es dar publicidad a los boxeadores.
Desde la tribuna –sin pretensión de verdad, sólo como opinión de “hincha” observador- estamos seguros que se remontará el cachetazo, porque lo nacional y popular se renueva, pero nunca desaparece, pero para eso será necesario “reencantar”, lo que presupone ponerse a confrontar en serio.
Sólo así los jóvenes y los no jóvenes saldrán de una “apatía” que no es tal, sino puro desencanto, porque mientras padecen injustamente no se les muestra ningún camino ni se los convoca a ninguna lucha por sus derechos y se muestra temor al conflicto ineludible. Por eso se “embroncan” y tiran con lo que tienen a mano, que no son más que los “boxeadores” del “ring” opositor, previamente publicitados por los propios.
En las elecciones del domingo 12 de septiembre me pasó algo inusual: el resultado me sorprendió. En la previa no había mucha información firme: pocas encuestas, variables que uno no sabía cómo se definirían, por ejemplo, el modo en que votarían los vacunados, el hecho de que las PASO son elecciones de medio término con particularidades difíciles de anticipar en estas circunstancias inéditas, pero desde el sábado comenzaron a filtrarse de datos de fuentes confiables que auguraban alrededor de cuatro puntos de ventaja para el FdT, lo que fue confirmándose en la tarde del domingo.
Por eso, cuando Wado de Pedro anunció que estaban los resultados del 60% de las mesas, y vi la ventaja de JxC –que nunca se modificó- quedé sorprendido.
Hace un rato encontré esta nota en Página 12:
PASO 2021: los encuestadores y las razones de la caída del voto peronista
“En la previa de las PASO hubo muy pocas encuestas: las fuerzas políticas se reservaron el dinero para las elecciones de noviembre. Aun así, todos los sondeos de Provincia de Buenos Aires daban arriba al Frente de Todos (FdT) por cuatro o cinco puntos. El propio domingo hubo dos encuestas en boca de urna.
La del oficialismo la hizo el CEOP, que encabeza Roberto Bacman: adelantaba siete puntos a favor de Victoria Tolosa Paz-Daniel Gollan. La de Juntos por el Cambio (JxC) no tiene autor conocido. Pero a las 18, desde las oficinas de Horacio Rodríguez Larreta enviaron el pronóstico final: 38,6 por ciento para el FdT y 34,7 para la sumatoria de las dos listas de JxC. La fuerza amarilla no quiso revelar quién hizo la encuesta, pero le asignaba el triunfo por cuatro puntos al peronismo.
Bacman –en diálogo con Página/12– sostuvo que “evidentemente hay un fenómeno profundo que las encuestas no sirvieron para detectar. No hubo error en el voto de JxC: pronosticamos 36 y fue 38, seguramente porque Facundo Manes consiguió dos puntos más de lo que analizamos. También fuimos precisos en el bajo voto de Florencio Randazzo y José Luis Espert, además de los cinco puntos de la izquierda. El gran problema fue el voto del peronismo. Es evidente que hubo una masa de votantes del FDT que no fue a votar. Y no lo hizo por bronca, por descontento, porque no recibió ninguna de las asistencias que hubo frente a la covid, porque perdió su trabajo o changa y, en el tercer cordón, la lluvia de diez días seguidos, también jugó un papel en el ausentismo o en el voto en blanco de ese voto que siempre fue para el peronismo.
Parece obvio que no hubo dolo –manipulación– en los diagnósticos porque el encuestador de Juntos no tendría razón para perjudicar a la misma fuerza que lo contrató. Es decir que la cuestión es más de fondo: las encuestas están con graves problemas –no es de ahora– para percibir lo que sucede en determinados escenarios políticos y cuando hay situaciones de bastante paridad.
Los que realizan los sondeos presenciales se encuentran con accesos difíciles en barrios de clase media y también en los más humildes. Las telefónicas tienen problemas ante la paulatina desaparición de los fijos, sobre todo en hogares de bajos recursos; en los celulares, la gente es reacia a contestar y el uso de muestras de las redes recién está en sus comienzos.
Los consultores, en general, afirman que tienen factores de corrección para cada uno de los métodos. En las bocas de urna –hechas a la salida de los colegios– el gran problema es interpretar a los que se niegan a contestar.
Entre los encuestadores hay unanimidad en que el problema mayor fue la detección de la caída del voto peronista. Lo que sacó JxC se parece a lo obtenido a nivel nacional en 2017 y 2019: cerca del 40 por ciento nacional.”
Que JxC no saque más del 40% histórico, cuando llevás dos años terribles de Gobierno, es un dato importante; es más, diría que, arrojando una mirada histórica a lo que vivió Argentina (como el mundo), podría haber sido peor.
Por supuesto, JxC lo venderá como un enorme triunfo y el preanuncio de la derrota del FdT en noviembre y en el 2023, como marcan los manuales, pero tenemos que tratar de ver lo mejor posible la realidad en que vivimos.
En la misma nota se mencionan varios comentarios de algunos consultores sobre lo que pasó:
“Mucho votante del FdT está enojado porque se frustró la expectativa de cambio en la economía. Influyó la pandemia, pero están decepcionados” (Bacman).
El núcleo duro se mantuvo firme y comprendió la pandemia. Pero hay un núcleo más volátil, que votó sucesivamente a Sergio Massa, Francisco De Narváez o Florencio Randazzo que esta vez no fue a votar” (Facundo Nejamkis).
Las consecuencias de la pandemia fueron notorias, entre ellas la no-presencialidad escolar. Fue muy difícil de manejar para las familias. Buena parte de los alumnos apenas se manejaban con un celular y las maestras tuvieron dificultades. Es distinto a las posibilidades en los países desarrollados. Desorganizó muchísimo” (Nejamkis).
Si se perdió en La Pampa y en todas las provincias limítrofes, Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, significa que hay un tema económico más general y, además, una cuestión con la política hacia el campo. Se prometió encender la economía y no se pudo por la pandemia y también por falencias en la ejecución. Se prometió unir a los argentinos y no se pudo avanzar: hubo momentos con Horacio Rodríguez Larreta, pero se terminó frustrando” (Hugo Haime).
Es muy difícil con el asado a mil pesos. Eso es parte de la demanda económica insatisfecha. Desde ya que la pandemia repercute negativamente, pero hubo desaciertos en la conducción” (Analía Del Franco)”
También se pueden mencionar factores más difíciles de dimensionar, como la fiesta de Olivos, pero son negativos y suman en contra del Gobierno.
Me parece importante el hecho de que en el FdT no había que dirimir candidaturas, y en JxC, sí, lo que le dio más interés a la participación y a la emisión del voto. En la nota lo plantean así:
“También hay otros dos factores más estructurales señalados por los encuestadores. Las competencias en Juntos por el Cambio, entre Diego Santilli y Facundo Manes; María Eugenia Vidal y Ricardo López Murphy; Luis Juez y Mario Negri y varias otras competencias en distintos distritos, potenciaron a la alianza. Hicieron más atractivo el voto: “Hubo mucha oferta”, definieron.
Del otro lado, se afirma que muchos intendentes del peronismo exhibieron cierta pasividad: “Estamos mirando”, argumentaron. No se jugaban demasiado en las PASO, sí se jugarán la integración de los consejos deliberantes en noviembre.”
De todas esas opiniones, la de Bacman me parece un análisis correcto:
“El gran problema fue el voto del peronismo. Es evidente que hubo una masa de votantes del FDT que no fue a votar. Y no lo hizo por bronca, por descontento, porque no recibió ninguna de las asistencias que hubo frente a la covid, porque perdió su trabajo o changa y, en el tercer cordón, la lluvia de diez días seguidos, también jugó un papel en el ausentismo o en el voto en blanco de ese voto que siempre fue para el peronismo”.
Otro tema que habría que analizar es por qué el éxito de la vacunación no movió más la balanza para el lado del Gobierno. Está claro que la gente valora mucho la vacuna anti covid, pero en la elección no lo tuvo como determinante.
Es real que no es fácil entusiasmar para votar en las PASO de término medio, y si, como en Mendoza hay decepción y desánimo por la conducción del peronismo local, todavía peor. No le peleamos nunca nada al cornejismo, que tiene muchísimo por lo que dar cuentas, como la gestión de salud y educación, o la deuda en dólares que tomó para la Provincia, y nos conformamos con ser la segunda fuerza local, y con que algunos dirigentes tuvieran los cargos entrables.
ESO NO ES LO TENÍA QUE HACER EL PERONISMO, Y LOS/LAS COMPAÑEROS/AS LO SENTÍAN ASÍ.
Pienso que es imposible negar que hubo un voto bronca en las elecciones, pero, si en Mendoza el FdT perdió en dos municipios y Cambiemos en tres, hay que tener cuidado con las generalizaciones excesivas.
Acabo de escuchar que el dólar blue bajó tres pesos, que en el Mercado subieron las acciones y los bonos, y bajó el Riesgo País. Algún análisis plantea que ya están celebrando que el Gobierno perderá las elecciones de noviembre. Tal vez sea así, pero lo que sí creo es que están apostando a que el Gobierno tenga que cerrar un acuerdo con el FMI aceptando sus condiciones, como, por ejemplo, eliminar la indemnización por despido, que es lo que viene empujando el macrismo (Larreta y Manes). Esto es lo que no hay que hacer, porque es lo que haría el macrismo, y no llegamos al Gobierno para eso.
No hay que volverse loco/a. Hoy he leído a aparentes compañeros abundar sobre lo que no hizo el Gobierno y lo que debe hacer. Aparte de que ahora cualquiera habla, una cosa es tomar las medidas que necesitan los sectores más vulnerables de la sociedad (la clase media también, como los jubilados), y otra plantear estrategias inviables.
Por ejemplo, necesitamos un sistema legal y financiero que permita que la gente pueda tener un lugar para vivir y trabajar (no falta tierra en Argentina), pero otra cosa sería proponer una Reforma agraria que les permita a los sectores conservadores (desde el macrismo hacia la derecha) levantar banderas contra el Gobierno calificándolo de comunista, además seguramente tendría muchísimas trabas legales que la harían imposible.
Por lo tanto, además de las medidas de corto plazo que mejoren la situación de los sectores más vulnerables, hay que profundizar las que hagan a Argentina un país más justo y equitativo.
“Están en juego dos modelos de país”: fue la arenga final de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en el cierre de campaña del FdT. Es verdad, y es lo que los/las argentinos/as deben comprender que se juega en las elecciones, en todas las que vienen.
Los que apoyan al modelo que destruyó a país con el macrismo, no son mucho más que el 40% que mencioné antes; así que tenemos trabajar, en dos direcciones: una, que seamos el Gobierno que prometimos y que nuestra condición de peronistas nos exige; otra, en que quede claro que el modelo que propugnamos es mejor, y apunta a la felicidad del pueblo.
Hace un rato hablé con un precandidato triunfador del FdT para Guaymallén y coincidimos que había que poner todo lo que haga falta para las elecciones de noviembre, y después, recuperar un peronismo que le ofrezca a los/las mendocinos/as una propuesta que nos saque de la decadencia en que hemos caído porque nuestros Gobiernos –tal vez desde el retorno a la democracia- no han desarrollado proyectos políticos que hayan diversificado la economía, que nos hayan permitido tener una red vial idónea, que hayan desarrollado un plan para no estar permanentemente en crisis hídrica.
ASÍ QUE DEJEMOS DE HACER POLÍTICA EN LAS REDES, SAQUEMOS EL “BASTÓN DE MARISCAL” QUE DEBERÍAMOS TENER EN NUESTRAS MOCHILAS, SAQUEMOS PECHO Y HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.
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