En la búsqueda de presentar opciones que sirvan para
avanzar hacia un mundo mejor, encontré una larga nota en la Revista NUEVA SOCIEDAD, citada por mi amigo
Ricardo Campero en un posteo en Facebook.
La socialdemocracia “es una tendencia política que surgió
en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, como una ideología política de
izquierdas de carácter europeísta que promueve un socialismo democrático y
reformista. Es una versión socialista peculiar de países altamente
desarrollados.” (Wikipedia)
En qué medida
nuestras sociedades latinoamericanas podrían hacer propio este movimiento daría
para discusiones bizantinas, pero es evidente que ese modelo socialista
contiene propuestas y medidas mucho mejores que las que ha instalado el neo
liberalismo, tal como hemos sufrido en Argentina, y en otros países de América Latina.
Solo voy a incluir los párrafos finales, pero a quienes
les interese conocer mejor esta corriente política podrán leerla en forma
completa en el link que incluyo en la entrada.
La crisis global
ha creado conciencia de cuán vulnerables nos ha hecho la hiperglobalización. En
un mundo globalmente interconectado, las pandemias se propagan velozmente a
través de las fronteras. Las cadenas de suministro mundiales se cortan con
demasiada facilidad. Los mercados financieros son vulnerables a las crisis. Los
populistas de derecha quieren cerrar las fronteras y aislarse del mundo. Pero
esa es la respuesta incorrecta a los desafíos globales de epidemias, guerras,
migraciones masivas, comercio y cambio climático. Más bien, nuestro objetivo
debería ser combatir las causas de estas crisis. Para hacer esto, la economía
global debe tener una base más resistente.
A raíz de la
coronacrisis, las cadenas de suministro mundiales ya se están reorganizando. Las
cadenas de suministro más cortas, por ejemplo, con fábricas estadounidenses en
México y europeas en Europa del Este, crean más estabilidad. Europa debe volver
a ser tecnológicamente soberana. Para hacer esto, tenemos que trabajar mucho
más estrechamente en investigación y desarrollo. El sistema financiero global,
que se mantiene unido, pero con una enorme fragilidad, necesita con urgencia un
nuevo orden. Hace más de una década que los bancos centrales no logran
controlar las tendencias deflacionarias con políticas puramente monetarias. Los
gobiernos con políticas fiscales expansivas están esquivando la crisis. De esto
se colige, en términos políticos, que, para hacer cumplir la lógica fundacional
del parlamentarismo, no debe haber impuestos sin representación. Los sistemas
financieros deben volver a ponerse bajo control democrático.
Los conflictos
surgen de la interdependencia excesiva. Estos conflictos deben ser amortiguados
por normas internacionales y por la cooperación multilateral. El manejo
competente de crisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS) demuestra la
efectividad de la cooperación multilateral para combatir la pandemia. Sin
embargo, a diferencia de la crisis financiera de 2008, esta vez no hay una
respuesta coordinada de las 20 economías más grandes. La rivalidad geopolítica
de las grandes potencias, por un lado, y la apelación del populismo de derecha
al aislamiento, por el otro, se interponen en el camino de una mayor
cooperación internacional. Los elementos existentes de la gobernanza
multilateral deben fortalecerse con contribuciones concretas. Esto puede
comenzar por una mejor financiación de la OMS y continuar con una reunión del
G-20 para coordinar el manejo de la crisis económica. Aquí, la alianza de los
multilateralistas puede demostrar su valor añadido.
La crisis ha
dejado claro a la ciudadanía que las cosas no pueden continuar como antes.
Nunca ha sido mayor el deseo de una reorganización fundamental de nuestra
economía y nuestra vida en común. Al mismo tiempo, se deben evitar los peligros
existenciales sin restringir desproporcionadamente la democracia y la libertad.
¿Qué fuerza política puede negociar las necesarias soluciones de compromiso? La
politóloga estadounidense Sheri Berman tiene una esperanza inquietante: «¿puede
la socialdemocracia salvar al mundo nuevamente?». Pongamos manos a la obra.
Leí la nota de
abajo en la edición en papel del Diario Los Andes. Me había llamado la atención
el título (a esta altura de la vida de los medios de comunicación desconfío
mucho de los titulares, que es una especialidad muy valorada ya que mucha gente
solo lee los títulos) por el contenido y el estilo, y la lectura completa me
resultó muy interesante.
Esta nota me
describió rápidamente una selección de virus conocidos para sacar una
conclusión que justifica muy claramente el título.
No sé cuánto
tiempo nos llevará salir de esta cuarentena, creo que bastante, sobre todo a
los que, como yo, tenemos más de 65 años, pero podría haber otra(s)
pandemia(s), y mucho más letales. Por esto, la comparto, y me parece una buena
lectura para estos momentos de cuarentena.
PENSEMOS QUÉ
PODRÍAMOS HACER (CON NUESTRA PARTICIPACIÓN) PARA QUE ESTO NO VUELVA A PASAR.
ESTO INCLUYE QUÉ
GOBIERNOS VAMOS A ELEGIR Y QUÉ LES VAMOS A PEDIR.
Covid-19:
tuvimos suerte
Por Joaquín
Marias Baldillou – Licenciado en Ciencias Geológicas
Las evidencias
científicas muestran que la vida apareció en la Tierra hace 3800 millones de
años atrás; pese a ello, los humanos hemos estado en este planeta desde hace
menos de 1 millón de años.
Se desconoce en
cambio, cuándo aparecieron o cuál fue el origen de los virus, que probablemente
existen en este planeta desde el momento en que se inició la vida como tal.
Hay
aproximadamente cinco mil tipos de virus precisamente identificados e
innumerables más que no han sido descubiertos o descriptos todavía, pero se
sabe que están ahí, viviendo en la naturaleza desde tiempos pasados en cada
rincón y ecosistema que podamos imaginar.
Estos aparatos de
ingeniería genética son extremadamente diminutos y tienen la capacidad de
copiarse a sí mismos y atacar células de forma selectiva. Sin ser animales y
estar al borde de lo que podría llamarse “vida”, son sólo material genético
protegido por capas de proteínas que dentro de un huésped pueden replicarse a
sí mismos innumerables veces.
A pesar de esta
diferencia de tiempo transcurrido en la Tierra, nosotros hemos desarrollado
nuevas herramientas y costumbres con nuestra inteligencia a un ritmo muy
acelerado. Entre las cosas a las que más cerebro le hemos destinado en estos
últimos años de gloria tecnológica se encuentran las comunicaciones, el espacio
cercano, el entretenimiento digital, formas de transporte rápido y seguro,
finanzas atractivas, dinero, y últimamente la conquista de Marte para probar si
podemos habitar otro planeta, como si acá abajo no tuviésemos nada que hacer.
El virus de Lassa
produce una fiebre hemorrágica de igual nombre y se lo conoce desde 1950 en
África. Mueren aproximadamente 5000 personas al año a causa de este virus que
no tiene vacuna y es contagiado por las ratas.
El virus de
Marburgo se conoció en 1967 producto de una fuga y contagio en un laboratorio
en esa ciudad alemana por trabajar con monos de Uganda. Causa una fiebre
hemorrágica parecida a la del Ébola y ya ha habido casi una docena de brotes en
el mundo, el último en 2014. Se han registrado tasas de mortalidad de hasta el
90%. Tampoco se conoce vacuna o tratamiento.
El virus de la
Viruela, es uno de los únicos 2 virus erradicados por el ser humano. A pesar de
tener tasas de mortalidad registradas de hasta el 30%, algunos tipos de viruela
eran 100% letales. Las vacunas que existen sólo están en custodia en caso de
necesidad mayor para contrarrestar un brote producido por algún hecho
imprevisto, entre los cuales se considera como hecho imprevisto a una guerra
bacteriológica o viral.
El virus Nipah de
Malasia y el virus australiano Hendra, son virus extremadamente raros de los
cuales no se conoce mucho y por lo tanto no hay vacuna o cura conocida. Este
último fue descubierto en 1994 y se transmite desde los caballos a los humanos,
habiéndose registrado más de 50 brotes en Australia desde su aparición, con una
tasa de mortalidad del 60%. El virus Nipah ha demostrado tasas de mortalidad de
aproximadamente 77% y se encuentra en igual estado de conocimiento que el virus
Hendra.
En nuestro país
podemos encontrar casos de Hanta virus que es transmitido por las ratas y
ratones que comen frutos en los bosques de la Patagonia. Este tampoco tiene
vacuna conocida y su mortalidad es del 35% aproximadamente. Brotes en los años
recientes han sido reportados por las noticias de Argentina y Chile.
La fiebre
hemorrágica de Crimea-Congo tiene una tasa de mortalidad del 40%, fue
descubierta en la década de los 40 y los últimos brotes sucedieron en el 2013
en la zona de los Balcanes, sin cura ni vacuna alguna conocida.
El temido Ébola
(Zaire ebolavirus) registró su último brote en el 2018 hasta fines de 2019 en
África, habiendo sido descubierto en 1976 en el ex-Zaire. La mortalidad de este
virus es entre el 83% y el 90%, se contagia por fluidos corporales causando
también fiebre hemorrágica. A fines de 2019 se aprobó una vacuna contra esta
enfermedad la cual está siendo aplicada actualmente en las zonas afectadas.
El HIV
seguramente es el más conocido de todos estos virus, el cual lleva 35 millones
de muertes acumuladas a la fecha desde su descubrimiento en 1981; uno de los
virus más estudiados del planeta que sigue sin tener vacuna ni cura alguna. Por
suerte, los pacientes mejoraron su calidad de vida debido a tratamientos y
terapias retrovirales.
Ya espantados por
haber leído los párrafos anteriores es necesario decir que queda una enorme
cantidad de otros virus que tampoco tienen vacunas y cuentan con altas tasas de
mortalidad; por suerte otros tantos como los causantes de las hepatitis,
algunas gripes y otras virosis tienen vacunas disponibles que logran contener
las enfermedades y por tanto la mortalidad.
El SARS-CoV de
2002 que surgió en China infectó más de 8400 personas matando al 11%, la Gripe
A H1N1 generó una pandemia (2009-2010) que contagió aproximadamente al 20% de
la población mundial y se llevó medio millón con ella, el MERS-CoV que apareció
en Arabia Saudita en 2012 sigue sin cura ni vacuna, y ahora el SARS-CoV2 que
empezó en 2019 nuevamente en China paralizó al mundo dejándonos a todos sin
aliento.
Esta última
pandemia se produjo en un proceso de contagio entre animales y humanos,
haciendo que la enfermedad pueda ser llevada entre nosotros de un lado al otro,
tal como sucedió con la gran mayoría de virus mencionados. Casualmente el brote
comenzó en una moderna súper ciudad de más de una decena de millón de personas.
C. Emiliani
describe en 1993 cómo la teoría de Evolución Extintiva predice que el ataque
viral sobre una especie en particular será más efectivo mientras más cantidad
de individuos la compongan y compara a los humanos con otra populosa especie
que de hecho está siendo actualmente atacada de forma viral. No obstante,
pensar en la extinción de los humanos por ahora es un poco prematuro.
El mundo avanzado
en el que vivimos, preocupado por el espacio, Marte, los smartphones, y el 5G
no pensó en ningún momento que un virus era un verdadero peligro latente que
nos podía paralizar y atacar sigilosa e intensamente como si fuese un enemigo
que no da tregua. Pasó hace 102 años en tiempos de la Primer Guerra Mundial y
no volvimos a pensar en ello como algo terrible.
Esta vez tuvimos
suerte de que este simple coronavirus no es como los descriptos arriba, que
causan espantosas fiebres hemorrágicas y donde las tasas de mortalidad superan
en la gran mayoría el 50%.
Tendremos que replantearnos qué hacemos en este planeta,
cómo vivimos en él y qué es lo que podemos aportar para transitar el camino
correcto. Es momento de dejar de pensar tanto en aparatos electrónicos, en
Marte, en lo lucrativo y en querer mostrar la foto de una playa virgen cuando
en realidad todos los océanos están llenos de nuestra basura, los hospitales
del mundo carecen de insumos para emergencias, las economías dependen en gran
parte del comercio extranjero y la humanidad demuestra ser igual de frágil
frente a una guerra de balas y cañones que de material genético microscópico y
vuelos cancelados.
De verdad, esta vez realmente tuvimos suerte. El próximo
virus podría ser mucho más serio y la historia bastante más trágica. Hasta
entonces, no perdamos la oportunidad de sanarnos y de buscar las curas a los
problemas que ya tenemos. Esta es la gran lección de que necesitamos un mundo
mucho mejor.
En realidad, no
tenía mayores intenciones de publicar otra entrada en mi blog, pero esta mañana
encontré esta nota en Los Andes. Es extraño como ese matutino, poblado de notas
anti Gobierno, y/o pro liberales, publica las de Krugman o Stiglitz, que son
muy críticas del capitalismo neoliberal.
De todos modos,
bienvenidas sean.
He venido
publicando entradas que avanzan en el tema del capitalismo contemporáneo –responsable
de muchos de los males que castigan a la mayoría de los seres humanos, y al
planeta.
Está claro que hay más opiniones sobre cómo será el mundo
después del coronavirus que certezas, pero rápidamente se han manifestado –incluso
desde antes de la pandemia- situaciones sociales, geopolíticas, ambientales, en
las que las formas actuales del capitalismo, ya desde países, o corporaciones o
personas, tienen directa –y nefasta- responsabilidad.
Sin embargo, esta nota de Krugman es un buen aporte para quienes quieran comprender mejor este mundo bajo pandemia, y poder ser parte lo más activa posible de ese mundo que se dará, antes o después.
EEUU está viviendo una situación inédita, más terrible que la del 11S, y es muy difícil predecir el desenlace, así que este aporte del Premio Nobel es muy interesante.
Que les sea útil.
El Covid-19
despierta a los zombies habituales
Por Paul Krugman
– Premio Nobel de Economía. The New York Times. 2020
Permítanme
resumir la perspectiva de los medios del gobierno de Trump / de la derecha: es
un engaño o, en todo caso, algo sin importancia. Además, intentar hacer algo al
respecto destruiría la economía. Además, es culpa de China, por lo que
deberíamos llamarlo el “virus chino”.
Ah, y también los
epidemiólogos que han estado proyectando la propagación del virus a futuro han
sido objeto de un ataque continuo, acusados de ser parte de una conspiración
del “Estado profundo” contra Donald Trump, o quizás los mercados libres.
¿Todo esto no les
da una sensación de “déjà vu”? Debería hacerlo. Después de todo, es muy
parecida a la idea que tiene Trump / la derecha acerca del cambio climático.
Esto es lo que tuiteó Trump en 2012: “El concepto del calentamiento global fue
creado por y para los chinos con el fin de eliminar a la manufactura
estadounidense como competencia”. Ahí está: es un engaño y hacer algo al
respecto destruirá la economía, y China tiene la culpa de esto.
Además, los
epidemiólogos, asombrados al ver que sus mejores esfuerzos científicos eran
tachados de ser un fraude que obedecía a motivaciones políticas, debieron haber
sabido lo que ocurriría. Después de todo, sucedió exactamente lo mismo con los
climatólogos, quienes durante décadas han sufrido un hostigamiento constante.
Así que la reacción
de la derecha al Covid-19 ha sido casi idéntica a la del cambio climático,
aunque en una escala de tiempo muy acelerada. Pero, ¿qué hay detrás de este
tipo de negación?
Bueno, hace poco
publiqué un libro sobre el predominio de las “ideas zombis” en nuestra
política: ideas que, según pruebas contundentes, están equivocadas y deberían
desaparecer, pero que de alguna manera siguen arrastrándose y carcomiendo el
cerebro de la gente.
El zombi más
predominante en la política estadounidense es la insistencia de que los
recortes fiscales para los ricos producen milagros económicos y en realidad se
pagan solos; pero el zombi con mayores consecuencias, el que plantea una
amenaza a la existencia, es la negación del cambio climático. Y ahora el
Covid-19 ha despertado a todos los zombis habituales.
Pero, ¿por qué la
derecha está considerando una pandemia de la misma forma en que considera los
recortes fiscales y el cambio climático?
La fuerza que,
por lo general, permite que las ideas zombis sigan arrastrándose son los
intereses financieros personales. Los elogios a las virtudes de los recortes
fiscales los pagan de manera casi directa los multimillonarios que se
benefician de estos recortes. La negación del cambio climático es una industria
respaldada casi por completo por los intereses de los combustibles fósiles.
Como dijo Upton Sinclair: “Es difícil hacer que alguien entienda algo cuando su
salario depende de que no lo entienda”.
No obstante, es
menos evidente quién gana al minimizar los peligros de una pandemia. Entre
otras cosas, la escala de tiempo se comprime enormemente en comparación con el
cambio climático: pasarán muchas décadas antes de que se materialicen las
consecuencias del cambio climático, lo que les dará mucho tiempo a los
intereses de los combustibles fósiles para tomar el dinero y huir, pero ya
estamos viendo consecuencias catastróficas de la negación del virus después de
tan solo unas semanas.
Es cierto que tal
vez haya algunos multimillonarios que se imaginan que negar esta crisis les
traerá algunas ventajas financieras. Justo antes de que Trump hiciera ese
llamado aterrador para reactivar el país antes de Pascua, sostuvo una
conferencia telefónica con un grupo de administradores de fondos que quizá le
dijeron que terminar el distanciamiento social sería bueno para el mercado. Eso
es disparatado, pero nunca se debe subestimar la codicia de estas personas.
Recordemos que Steve Schwarzman de Blackstone, uno de los hombres que participó
en la conferencia, una vez comparó las propuestas de acabar con una exención
tributaria con la invasión de Adolf Hitler en Polonia.
Además, a los
multimillonarios les ha ido muy bien con los recortes fiscales de Trump y tal
vez teman que el daño económico del coronavirus tenga como consecuencia la
derrota de Trump y, por tanto, un aumento a los impuestos para personas como
ellos.
Pero yo creo que
la reacción desastrosa al Covid-19 se ha basado menos en los intereses
personales directos y más en dos formas indirectas en que se vinculan las
políticas públicas por la pandemia con el predominio general de las ideas
zombis en la mentalidad de la derecha.
La primera es que
cuando existe un movimiento político construido casi por completo en torno a
que son falsas las afirmaciones de cualquier experto, se tiene que promover una
actitud de desprecio hacia los conocimientos que penetre en todo. Cuando
ignoramos a las personas que analizan las pruebas sobre los efectos del recorte
fiscal y los efectos de las emisiones de gas de efecto invernadero, ya estamos
preparados para ignorar a las personas que analizan las pruebas sobre la
transmisión de la enfermedad.
Esto también
ayuda a explicar el papel central que tienen los conservadores religiosos que
odian a la ciencia en el conservadurismo moderno, el cual ha tenido una
influencia importante en la respuesta deficiente de Trump.
La segunda es que
los conservadores tienen una creencia verdadera: a saber, que existe una
especie de efecto halo en torno a las políticas exitosas del gobierno. Temen
—tal vez con razón— que si la intervención pública puede ser eficaz en un área,
los electores quizás consideren más positiva la intervención del gobierno en
otras áreas. En principio, las medidas de salud pública para limitar la
propagación del coronavirus no deberían tener gran repercusión para el futuro
de programas sociales como Medicaid. En la práctica, la primera tiende a
aumentar el apoyo para la segunda.
Como resultado,
la derecha a menudo rechaza las intervenciones del gobierno incluso cuando es
evidente que son para el bien común y no tienen nada que ver con la
redistribución del ingreso simplemente porque no quieren que los electores vean
que el gobierno está haciendo algo bien.
La conclusión es
que, así como con muchas cosas, Trump, la atrocidad de hombre que habita la
Casa Blanca, no es todo lo que hay detrás de las terribles políticas públicas.
Desde luego que es ignorante, incompetente, vengativo y totalmente falto de
empatía. Pero su incompetencia en cuanto a las políticas públicas relacionadas
con la pandemia se debe tanto al carácter del movimiento al que sirve como a
sus ineptitudes personales.
La escena ocurrió
en el invierno de 1347, en el inicio de la peste negra, la epidemia que asoló
Europa, Asia y el Norte de África cobrándose, según los relatos más fiables, unos
20 millones de vidas. Liderados por Jani Beg, que había heredado el trono de su
padre tras asesinar a sus dos hermanos, hordas de mongoles recientemente
islamizados asediaban el puerto genovés de Caffa, hoy Feodosia, en el Mar
Negro, en busca de las riquezas de una ciudad que recibía unos 200 barcos
diarios repletos de mercancías. Frente a la obstinada resistencia de los
sitiados y ante la evidencia de que sus propias tropas estaban cayendo víctimas
de una enfermedad desconocida que se propagaba como pólvora, el khan ordenó, en
lo que probablemente sea una de las primeras operaciones de guerra
bacteriológica de la historia, utilizar las catapultas para bombardear de
cadáveres contagiados el interior de las murallas, obligando a los sitiados,
que pensaban erróneamente que la enfermedad se contraía por el contacto de los
cuerpos, a escapar. Pero la peste ya se había propagado a través de su
verdadero vector, las ratas, y la huida la trasladó a Génova, de ahí a
Constantinopla y finalmente a medio mundo civilizado.
Difusa pero
angustiante, la sensación de fin del mundo se extiende hoy por el planeta,
conforme más y más países decretan la cuarentena y ven cómo se eleva el número
de contagiados y muertos. Apocalipsis con arresto domiciliario, según la buena
definición del periodista Boris Muñoz: ni siquiera podemos salir a la calle a
ver cómo termina esto. Por eso quizás algunos se apuran a buscar responsables:
las hipótesis conspirativas, explica el investigador especializado en estudios
del futuro Ezequiel Gatto (1), nos tranquilizan moralmente porque permiten
identificar un culpable, sea éste el gobierno chino, un laboratorio secreto de
Estados Unidos, un plan para acabar con los viejos al estilo de La guerra del
cerdo o un chino que se comió un murciélago. O un khan ambicioso que ataca una
ciudad bombardeándola con cadáveres. No importa que se trate de hipótesis
incomprobables, del mismo modo que la historia de los cuerpos contagiados de
peste bubónica volando por arriba de los muros podría ser falsa, una temprana
fake news, según corrobora el historiador Ole J. Benedictow en su libro La
peste negra (2). Lo importante, apunta Gatti, es que identificar un responsable
permite suponer que alguien pensó el futuro de todo esto, que esto ocurre
porque alguien así lo planeó y que todo tiene un sentido: uno sólo.
Hay algo
igualador en la incertidumbre, en el hecho de que nadie –de Donald Trump al
último obrero chino- sabe realmente cómo va a terminar la pandemia, aunque
desde luego el virus no afecta del mismo modo a todos. Como señala Gatto, es la
primera vez en la historia que el mundo parece plegarse sobre un sólo elemento
que define “nuestro tiempo”, lo que explica la sensación un poco aterradora de
que somos víctimas de una incursión extraterrestre, algo externo que nos pone a
todos en un único conjunto. Porque además
todo sucede en tiempo real, en la tiranía del minuto a minuto: vivimos
pandemias por radio y televisión, pero nunca a través de las redes sociales,
que aceleran la dinámica de los hechos (todos los días contamos el número
global de muertos) y dispersan la información: las pocas fuentes fiables –la
Organización Mundial de la Salud sobre todo– recuperan centralidad y
protagonismo.
El futuro está
abierto, hoy más que nunca. Por eso, antes que pensar el fin del mundo (o del
capitalismo, que a esta altura es casi lo mismo), quizás sea más sensato tratar
de pensar qué cambiará cuando la crisis finalmente pase. Slavoj Žižek sostiene,
en un libro de reciente aparición sobre el coronavirus que debe haber escrito
siguiendo el método Fogwill, que la pandemia abre la oportunidad de replantear
horizontes hasta hace poco impensables, aunque su proyecto de construir un
“comunismo con coordinación y colaboración global” suene un tanto inalcanzable
(3). ¿Qué cambiará entonces? No es sencillo imaginarlo, porque están ocurriendo
las cosas más insólitas: el FMI acepta tan campante que el gobierno argentino
no pague su deuda por cinco años, 1.300 millones de indios son confinados a sus
hogares en la cuarentena más masiva de la historia y los patos se pasean por
los canales de Venecia (y los carpinchos por Nordelta).
¿Qué saldo
dejará la pandemia?
En primer lugar,
observamos la reubicación en el centro de la escena internacional de dos
cuestiones que nunca se fueron, que siempre estuvieron ahí, pero que venían
sufriendo ataques y erosiones: el Estado-nación y la ciencia.
Como ha sido
señalado en estos días, el gran protagonista de la respuesta a la crisis fue el
Estado. No ocurre siempre, pero a veces las crisis totales, como la que estamos
atravesando, conllevan un reempoderamiento del Estado: sucedió después de la
Segunda Guerra Mundial, con la construcción del Estado de Bienestar, y puede
que termine ocurriendo ahora, en momentos en que se hace evidente que la
sociedad civil y los actores económicos pueden contribuir a buscar soluciones
pero que la respuesta general sólo puede venir del Estado, que distribuye
cheques de 3.000 dólares a todas las familias en Estado Unidos, renacionaliza
los sistemas de salud en Europa o decreta las cuarentenas en medio planeta.
También cascoteada
últimamente, hostigada desde los frentes diversos del fanatismo religioso (que
niega la teoría de la evolución), el hipismo irresponsable (que niega las
vacunas) y los intereses económicos (que niegan el cambio climático), la
ciencia recupera protagonismo. En momentos de incertidumbre y confusión, la
ciencia provee certezas: el coronavirus tiene tal ADN, se contagia de tal
forma, se testea de esta otra. Lo demostrable, lo verificable. Una de las pocas
instancias de coordinación internacional que sobreviven al ascenso de los
nacionalismos, la Organización Mundial de la Salud, se erige en un espacio
fundamental de coordinación de esfuerzos. Como sostiene Yuval Noah Harari (4),
la gran ventaja del hombre en la lucha contra el virus es la capacidad de
intercambiar información. Un coronavirus en Corea y un coronavirus en España no
pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero Corea
puede enseñar a España lecciones valiosas. Si el Estado es nacional, la ciencia
es, por definición, universal: quizás otro de los saldos de la pandemia sea un
fortalecimiento de la comunidad científica internacional y de los organismos
que la representan. Leviatán y positivismo para salvar al mundo.
Geopolítica
El fondo sobre el
que se recortan estos movimientos es la desglobalización, el proceso de
reversión de la tendencia a la integración planetaria cuyo inicio hoy, con la
distancia que da el tiempo, podemos situar claramente en la crisis financiera
de 2008/2009, que marcó el comienzo del declive de la Unión Europea como actor
global, produjo un auge de los nacionalismos y parió una serie de liderazgos
proteccionistas que, como Donald Trump y Boris Johnson, denuncian los acuerdos
comerciales y se amurallan detrás de sus fronteras. Con la fuerza demoledora de
su irrupción sorpresiva, el coronavirus cancela vuelos comerciales, quiebra las
cadenas globales de suministros, detiene los flujos de mercancías. Salvo
excepciones, los líderes mundiales reaccionan con reflejo nacional, compiten
antes que cooperan, como ilustra la intención de Trump de adquirir de prepo la
propiedad de un laboratorio alemán que estaba trabajando en una vacuna.
Es cierto, como
apunta Julio Burdman (5), que la globalización desborda a los gobiernos, que
líderes que intentaron una salida original, como Trump o Johnson, tarde o
temprano tuvieron que subordinarse a la estrategia general, que hay un momento
en que sus opiniones valen menos que la de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director
general de la OMS. Pero también es verdad que una vez que pase lo peor el
resultado será menos, y no más, integración global. Cuando superemos la
pandemia, ¿Estados Unidos seguirá aceptando que la mayor parte de los
principios activos de los remedios que consume o los chips imprescindibles para
ensamblar sus computadoras y celulares se produzcan fuera de sus fronteras?
En esencia, la
desglobalización puede ser vista como la respuesta defensiva de actores en
situación de declive hegemónico a la transición de poder global motorizada por
el ascenso de China. Contra los que se apuraron a ver la crisis como un golpe
fatal al régimen chino, como el Chernobyl del Partido Comunista Chino, la
reacción rápida mostrada tras un primer momento de ocultación terminó
convirtiendo al país en el gran protagonista de la crisis. Frente a las
dificultades de Italia y España para imponer el distanciamiento social, los
desvaríos de Trump y la absoluta descoordinación del sistema norteamericano,
donde cada Estado y cada ciudad toman un rumbo diferente, China respondió de
manera asombrosamente eficaz.
Como señaló
Byung-Chul Han en un comentadísimo artículo publicado en estos días (6), esto
fue posible por el mix único de la tradición confucionista de una sociedad
acostumbrada a la disciplina colectiva y el despliegue de un Estado digital de
vigilancia total: cuando los sensores del metro de Pekín detectan a un pasajero
con fiebre el sistema de reconocimiento facial lo identifica y le envía un
mensaje a su celular instándolo a que se acerque en un plazo perentorio al
centro de control más cercano a hacerse el test, al tiempo que rastrea a
quienes compartieron el vagón para que hagan lo mismo. Para Han, la soberanía
ya no reside en quien es capaz de cerrar las fronteras sino en quien controla
los datos. Soberano no es el que decide; es el que sabe. Dotado de un panóptico
digital compuesto por 170 millones de cámaras, el Estado chino logra niveles de
trazabilidad que le permiten encontrar y aislar a los contagiados, pero esto
sólo es posible en un país en el que las empresas de telecomunicaciones no tienen
inconvenientes en compartir los datos con el Estado porque son públicas y en el
que los derechos civiles directamente no existen.
No hay muchas
dudas: los sistemas centralizados –autoritarios o semi-autoritarios– de Asia
respondieron mejor al estrés de la crisis que la mayoría de las grandes
democracias occidentales (con la singular excepción, una vez más, de Alemania).
Como sostiene Andrés Malamud en esta misma edición de El Dipló, si en Oriente
la crisis fortaleció el statu quo político, en Occidente lo puso en cuestión.
La decisión del gobierno chino de enviar profesionales y equipos médicos a
países no sólo del tercer mundo –el primero en recibirlos fue Italia–, junto a
la postal de ciudadanos chinos escapando de España para volver a su patria, confirman
quién está ganando la batalla cultural de la pandemia.
Desde hace bastante este tema del fracaso y decadencia
del neoliberalismo me anda rondando.
Encontré la excelente
nota de Yaccar que se menciona más abajo, y cuyo epígrafe es: “¿Se viene un capitalismo más feroz o un comunismo
renovado?”, y me surgió la pregunta ¿Y
entonces qué?
Porque, además de
coincidir en el análisis de la autora, tampoco me siento muy seguro de que el
mismo neoliberalismo, aunque más no sea como muerto vivo (terrible zombie), no
vaya a seguir habitando este mundo. Es cierto que todo les está saliendo mal,
pero hay demasiados intereses y ninguna actitud de auto crítica para no pensar
que van a querer seguir con sus planes, por inescrupulosos y destructivos que
sean.
“El “populismo” era
decretado inferior. Pero es el único pensamiento importante que surgió en
América Latina desde sí misma, y generó a Haya de la Torre en el Perú, a Vargas
en Brasil, a Perón en Argentina, a Ibáñez en Chile, a Lázaro Cárdenas en
México, a Rómulo Betancourt en Venezuela.”
Como se ve, este
“populismo latinoamericano”, como lo llama Methol, no fue un hecho aislado en
América Latina, si bien el peronismo es la propuesta más consolidada y
perdurable.
Es cierto que no
ha sido un camino fácil: la izquierda lo menospreció, e incluso se alió con el
conservadurismo en contra de él desde el comienzo. En las elecciones de 1946, a
Perón lo enfrentó la Unión Democrática, una extraña alianza de conservadores,
radicales, socialistas y comunistas, con el apoyo de los EEUU (Braden
(embajador de ese país) o Perón, fue la consigna con que el peronismo llegó al
poder).
Las patas en la fuente, imagen histórica del 17 de octubre de 1945, fecha
fundacional del peronismo, como Día de la Lealtad, tampoco fue algo fácil de
digerir para los grupos de dirigentes prohijados por el establishment económico
de la época. Siempre conspiraron contra el peronismo, y las Fuerzas Armadas
fueron su brazo ejecutor para derrocarlo en 1955, y después en 1976.
Sin embargo, el peronismo volvió a ganar las elecciones
en 1919, y es Gobierno nuevamente.
¿Por qué lo
planteo como un proyecto político que podría ser una alternativa como las que
analizan los filósofos que cita Yaccar?
Este es un tema
que merece un desarrollo por sí mismo, por ahora solo citaré el pensamiento de
Perón en ECONOMÍA PERONISTA, en su presentación:
“Como doctrina
económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al
servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social”.
Verdad 16 del
Justicialismo Peronista
Más abajo dice: “Mal puede distribuir
equitativamente los bienes económicos de la comunidad un país cuyos intereses
son manejados desde el exterior por empresas ajenas a la vida y al espíritu del
pueblo cuya explotación realizan. La felicidad del Pueblo exige, pues, la
independencia económica del país como primera e ineludible condición.
El mundo del porvenir será constituido sobre la base de
naciones socialmente justas, económicamente libres y políticamente soberanas, o
será destruido irremediablemente” (1/5/1952).
Esto no es lo que está sucediendo en América Latina (es
más, se hace evidente lo de la destrucción como amenaza cierta), y el macrismo
fue un fiel exponente de ese pensamiento que se opone a un proyecto nacional y
popular, como el de los “populismos latinoamericanos”.
Por lo tanto, creo que este pensamiento debe de ser
considerado como una alternativa válida. Y
se los propongo.
El neoliberalismo es la primera víctima fatal del coronavirus
El coronavirus ha
desatado un torrente de reflexiones y análisis. Sobran las razones para
incursionar en esa clase de conjeturas porque si de algo estamos completamente
seguros es que la primera víctima fatal que se cobró la pandemia fue la versión
neoliberal del capitalismo. Decimos la “versión” porque el COVID-19 liquidó al neoliberalismo,
pero no a la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción
y como sistema internacional. La era neoliberal ya es un cadáver aún insepulto
pero imposible de resucitar. El capitalismo, en cambio, aún resiste y su futuro
es incierto. Pero nada autoriza a darlo ya por muerto.
Simpatizo mucho
con la obra y la persona de Slavoj Zizek pero esto no me alcanza para otorgarle
la razón cuando, en la estupenda nota de María Daniela Yaccar en PáginaI12 del
29 de marzo
(https://www.pagina12.com.ar/255882-la-filosofia-y-el-coronavirus-un-nuevo-fantasma-que-recorre-
) sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema
capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste
debería caer muerto a los cinco segundos. No ha ocurrido y no ocurrirá porque,
como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no
existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo
sobrevivió a la pandemia de la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos
vio la luz en la base militar Fort Riley (Kansas) , y que según los imprecisos
cálculos de su letalidad, exterminó entre 20, 50 y 100 millones de personas.
Resistió también al derrumbe global producido por la Gran Depresión,
demostrando una inusual resiliencia para procesar las crisis e inclusive salir
fortalecido de ellas. Pensar que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y
políticas anticapitalistas ahora se producirá el tan anhelado deceso de un
sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la
naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis
concreto. Zizek confía en que para salvarse la humanidad tendrá que recurrir a
“alguna forma de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas.
Dependerá de si “los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir
viviendo como antes”, cosa que por ahora no sabemos. Pero la coyuntura presenta
otro posible desenlace: “la barbarie”. O sea, la reafirmación de la dominación
del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica,
coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de
su hasta ahora intacta dictadura mediática y de la eficacia de su imperio de
vigilancia global.
En la nota ya
aludida el filósofo de Byung-Chul Han se arriesga a decir que “tras la
pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.” Creemos que se equivoca
porque si algo ya se dibuja en el horizonte es el generalizado reclamo de la
sociedad a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar
los efectos desquiciantes de los mercados en la provisión de servicios básicos
de salud, vivienda, seguridad social, transporte y para poner fin al escándalo
de la concentración de la mitad de la riqueza del planeta en el 1 % más rico de
la población. Ese mundo post-pandémico tendrá mucho más estado y mucho menos
mercado, y éstos estarán más regulados, con poblaciones “concientizadas” y
politizadas por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar
soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” en países como
Estados Unidos, nos recuerda Judith Butler, repudiando el desenfreno
individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el
neoliberalismo.
En una entrevista
reciente Noam Chomsky habla del “monumental fracaso” de los mercados y los
gobiernos neoliberales en cuidar la salud de la población.”
(https://www.youtube.com/watch?time_continue=61&v=t-N3In2rLI4 )
“Reagan y
Thatcher decían que el problema era que los gobiernos sofocaban a los mercados”
y que, por lo tanto, “había que acabar con los gobiernos” y su intervención en
las áreas de salud, seguridad social, vivienda, educación, transporte, etcétera.
En EEUU ese programa se cumplió escrupulosamente: Trump anuncia una gran
operación antinarcóticos en el Caribe para hostigar a Venezuela y Cuba y en la
misma nota el Washington Post reproduce la opinión oficial de que la pandemia
podría “causar entre 100 y 240.000 muertes.” ¿Por qué tantas? Porque según la
American Hospital Association el número de camas de hospital disminuyó en un 39
% en los últimos años a fin de aumentar la tasa de ocupación de las camas
(hasta oscilar en torno al 90 %) y aumentar la rentabilidad de los hospitales.
Según esta misma fuente el país dispone de 924,100 camas pero muchas de ellas
están ocupadas por pacientes crónicos y las que cuentan con Unidades de
Cuidados Intensivos (UCI) son a lo sumo 64.000 camas. El Johns Hopkins Center
for Health Security informó el mes pasado que si la pandemia es moderada
requeriría hospitalizar a un millón de personas, 200.000 de las cuales
requerirían camas aptas para las UCI. Una pandemia severa enviaría a los
hospitales casi 10 millones, y unos 2.9 millones requerirían camas con UCI.
Obviamente, muchísima gente morirá fuera de los hospitales. La destrucción de
la salud pública se corrobora también cuando se observa que los centros de
salud locales y estaduales tienen un 25 % menos de personal que en el 2008; que
el presupuesto del crucial Center for Disease Control cayó un 10 % en términos
reales bajo Trump y que éste desmanteló la oficina de la Casa Blanca para
coordinar las luchas contra las epidemias creada por Obama para combatir el
Ébola en 2014.
Las estadísticas
de la destrucción del sistema de salud revelan el contubernio entre gobiernos
neoliberales y los traficantes de la salud: hospitales e industria
farmacéutica. Difícil que después del desastre que se avecina vaya a haber
mucha gente en EEUU que se burle de Bernie Sanders cuando hable de la medicina
socializada. Después de esta pandemia, y de la debacle económica que dejará
como saldo, el mundo será muy distinto al que conocimos. Casi 10.000.000 de
nuevos desocupados se inscribieron en el Seguro Social esta semana. Además,
¿qué ocurrirá con los 80 millones que o no tienen seguro de salud o que el que
tienen no les sirve? ¿Seguirán votando por mantener la “privatización” de la
salud? ¿Querrán morir a los 70 años, como pide el Vicegobernador de Texas, para
reanimar a la economía? ¿Cómo va a actuar el 45 % de la fuerza de trabajo sin
licencia paga por enfermedad? Deberá elegir entre ir a trabajar y contagiar o
contagiarse de otros, o comer. Lo que parecía normal, hasta “natural”, antes de
la pandemia ahora aparece como una monstruosidad. Por eso, el mundo que ya
destruyó no volverá a renacer. Estamos en las vísperas de una nueva era, y si
nos concientizamos, luchamos con inteligencia y nos organizamos adecuadamente
podremos crear un mundo mejor, mucho mejor.
Extrañamente,
para mí, estoy usando el título de la Editorial del Diario Los Andes de hoy, 30
de marzo, el día siguiente a la prolongación de la cuarentena obligatoria por
decisión del Presidente Alberto Fernández como título de una entrada de mi
blog.
Lo hago porque,
así como soy muy crítico de Los Andes, es justo destacar esta Editorial que le
da el lugar que muchos medios no le dieron en su momento a la Bendición Urbi et
Orbi del Papa Francisco.
Es cierto que el
coronavirus ha cambiado el mundo (no a todos/as, claro) y que este
reconocimiento a la autoridad del Papa, seguramente, no hubiera sido posible en
otras circunstancias, pero es válido y me sirve para introducir esta nota que
sigue la línea de entradas anteriores sobre Francisco.
Tengo la
intención de desarrollar más el tema de los liderazgos mundiales, pero está
claro que esta crisis tan extrema está resaltando lo bueno y lo malo de la
humanidad.
En este caso, voy
a destacar la situación de algunos líderes políticos del mundo: así como Trump
y su mala imitación, Bolsonaro, han demostrado que son malos líderes por
incapacidad y, sobre todo, por falta de un proyecto político válido para la sociedad
en su conjunto, y sorprendente, o no tanto, por su desaprensión por la suerte
de sus pueblos.
NO ERA QUE NO HACÍA FALTA POLÍTICA, NI POLÍTICOS, SINO
BUENA POLÍTICA, Y LÍDERES VÁLIDOS, Y ORGANIZACIÓN SOCIAL.
El Papa Francisco
es, desde hace bastante, el líder mundial más importante, desde lo espiritual,
y a su rededor, efectiva o lejanamente, nos reunimos todos/as los/las que
queremos que el mundo sea mejor, más justo, sostenible y sustentable.
El Presidente
Alberto Fernández, que llegó a ser candidato de una manera poco convencional,
ha demostrado estar, por mucho, a la altura de las circunstancias, como la
sociedad, incluso más allá de sus preferencias políticas, está valorando.
Se está diciendo
que estamos ante el advenimiento de un nuevo mundo. No estoy tan seguro, y voy
a desarrollar una entrada sobre distintas miradas sobre estas posibles
transformaciones, pero estos gestos o actitudes o decisiones, con valor
simbólico, pero también efectivos y con influencia en nuestra vida, son faros
que nos pueden guiar.
Se dice por
todos lados que al coronavirus los vencemos entre todos, y que no hay salvación
individual: ese es el mensaje que debemos atesorar y encarnar en esta crisis y
“por los siglos de los siglos. Amén”.
El Papa y el
Presidente en sintonía: la unidad o la nada
Por Emilce Cuda
Sin lugar a dudas
fue impactante ver al Papa implorando a Dios ante una plaza vacía para
“que todos sean uno” porque “nada ni nadie se salva solo”.
Tan impactante como escuchar el día anterior al Presidente Alberto Fernández,
ante la pantalla de un mundo sitiado, terminar su discurso diciendo:
“Tenemos que actuar juntos, ya mismo, porque ha quedado visto que nadie se
salva solo”. Parafraseando a Oscar Wilde, podría decirse que la teología
imita a la política, y no al revés. Sin embargo, es una coincidencia que
responde a un saber compartido por ambos. Esto es, que cuando la plaza está
vacía, lo público está desaparecido.
¿Qué hacer?
“Sensibilizarse” para que “todos sean uno”. Eso dijo
Francisco en “Querida Amazonia”. Eso dijo Alberto en el G20, citando
al Papa. Francisco pidió a los empresarios que “no despidan trabajadores
en medio de una pandemia”. El Presidente lo citó y tildó de
“miserables” a los que despiden.
Cuando la vida
está en peligro, las respuestas metafísicas desde la verdad dominante, tanto
como las teorías conspiranoicas de la opinión pública, se llaman a silencio y
solo cuenta la pregunta política por el qué hacer ante una realidad que se
impone como fin moral ineludible, público e inmanente. Ante esa realidad, dijo
el Presidente, “no hay lugar para demagogias ni improvisaciones.
Enfrentamos el dilema de preservar la economía o la salud de nuestra gente,
porque, no seremos eficaces si no aceptamos que el mundo ha cambiado para
siempre”.
En general se
citan textos religiosos en política para dar presuntas respuestas
fundamentalistas. Sin embargo, la clave divina está en la pregunta, no en la respuesta.
En el Nuevo Testamento tres preguntas son claves. La pregunta metafísica de
Pilatos a Jesús: “¿Qué es la verdad?” La pregunta política del joven
rico a Jesús: “¿Qué hacer?” Y la pregunta estética de Jesús a Pedro:
“¿Tú me amas?”
El joven rico pregunta
a Jesús qué hacer para salvar la vida. El Maestro le responde que debe
permanecer en la unidad. El joven vuelve a preguntar qué hacer. Jesús le
sugiere vender todos sus bienes para dárselos a los pobres, y luego unirse a él
(Mt 19, 16-21). El joven rico se va con tristeza, sin tener la capacidad
creativa de hacer un pacto de amor por la unidad.
La pregunta
política por el qué hacer para salvar la vida, supone la opción fundamental por
la unidad. De lo contrario, nadie se salva solo. En términos políticos, es la
decisión de hacer un pacto público amoroso constituyente de una unidad que
posibilite el despliegue de la capacidad creativa de la comunidad para
organizarse como un pueblo.
También esa, la
unidad redentora con la cruz del otro, parece ser la lógica política a la cual
el presidente argentino hace referencia cuando dice ante el G20 que, como nunca
antes, nuestra condición humana nos demanda solidaridad. Y, ante las urgencias
que marcan las muertes, decide que tenemos que dar una respuesta creativa. Al
contrario del joven rico, dice Alberto, no dudamos en proteger integralmente la
vida de los nuestros, y opta por lo político antes que por lo económico. Eso
es, precisamente, la creatividad, es decir, libertad para aceptar la realidad
que reclama justicia y no para imponer una idea egoísta. Desde ese punto de
partida, real, se van tomando las decisiones políticas por un nuevo status que
cuide la vida antes que la renta.
Creatividad es lo
que pide el Papa Francisco. Creatividad en el trabajo, creatividad en la
política. Si hay algo que los seres humanos tienen a imagen de un Dios creador,
es justamente la capacidad de crear. Algo que, cuando logra secularizarse de
los falsos dioses mortales, les permite crear espacios para que la vida pública
pueda representar la unidad. Ahora, cuando el interés económico se sacraliza,
las personas son descartadas. ¿Qué hacer entonces para que esos descartados que
sufren piensen, se organicen y hagan, como dijo el Papa Francisco a los
movimientos sociales populares? Si todos estamos en la misma barca, o nos
unimos y nos salvamos todos o no se salva nadie.
En la pregunta
amorosa de Jesús a Pedro está la clave de la decisión. Jesús no pregunta a
Pedro qué hace. Simplemente decide enamorarlo. Alberto Fernández en su discurso
al G-20, citando al Papa Francisco, dice: tenemos que abrir nuestros ojos y
nuestros corazones para actuar con una nueva sensibilidad. En esa línea, el
representante de un pueblo descartado que piensa, se organiza y hace, acepta
que la crisis exige diseñar y suscribir un gran Pacto de Solidaridad Global, y
propone crear un Fondo Mundial de Emergencia Humanitaria.
(*) Emilce Cuda
es teóloga. Profesora de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.
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