Mi esposa salió a echar un balde de aguas grises a la calle -mi casa limita con un baldío que tiene vereda de tierra-, allí un hombre le preguntó por una maestra, y la distrajo; mientras, otros dos se metieron por la puerta del garaje que había dejado abierta. Redujeron a la empleada, y cuando salí del baño -en bata, porque me estaba por bañar-, me encontré con un hombre de unos 35 años que me agarró del cuello y me tiró al suelo. Me hizo ir a gatas hasta la lavandería donde estaba la empleada, me hicieron tirar de panza, y cuando entró mi esposa, también la redujeron. Resumiendo, ante las amenazas, les entregué unos dólares y euros que habían quedado de viajes, y algunos pesos de un fondo social que llevaba mi esposa, con el objetivo de que no nos golpearan o hicieran algo peor. Finalmente, nos encerraron, y cuando salimos después de un rato, se habían ido llevándose celulares y algunas cosas más. No exhibieron armas, solo le dieron una bofetada a la empleada, y lo otro fueron las amenazas, empujones y tirones que usaron para presionarnos. Por supuesto, agradezco a Dios no haber sufrido ningún daño físico, pero me surgen algunas reflexiones que quiero compartir con Uds.
La fragilidad de los sistemas de seguridad personal que podemos instalar:
Tenemos dos alarmas (con aviso a teléfonos, a la Policía, etc.), rejas, leoneras, concertina en los muros, y con una mínima inteligencia, y una simple treta, quedamos a merced de los asaltantes. Conozco a bastante gente que no deja nunca la casa sola o ha dejado de salir para evitar que los roben, pero está claro que no alcanza, aunque es importante que la casa no se vea vacía. En estos días he estado con muchas personas que, cuando se enteran de lo que nos pasó, se rebelan cuando les digo que, gracias a Dios, no nos golpearon. Les parece que es aceptar una situación injusta, lo cual es real, pero tan real como eso, es la situación de inseguridad, y hay que aceptarla, y desarrollar estrategias para que nos afecte lo menos posible. La solución individual como la que armamos nosotros es útil, pero, como les relaté, es frágil, y los delincuentes han encontrado sus propias estrategias para burlarla: esperar que estemos entrando para capturarnos e ingresar, diversos “cuentos del tío”, pararnos en un semáforo, y quitarnos el auto, etc. Debemos avanzar en defendernos organizada y solidariamente con nuestros vecinos, observar lo que pasa a nuestro alrededor, alertar y denunciar situaciones sospechosas, actuar, dentro de lo posible, cuando nos encontramos frente a alguien que están robando o asaltando. Sin organización social, no hay soluciones eficientes posibles.
La fragilidad del sistema policial y judicial:
En primer lugar, voy a destacar el buen trabajo del personal policial y judicial que estuvo involucrado en el asalto a nuestra casa: la Policía vino rápidamente, actuó con corrección y amabilidad, lo mismo sucedió con la Policía Científica, así como con las Auxiliares de Fiscal de la Oficina Fiscal Número 8 de Guaymallén. Pero ese no es problema, porque, si bien las patrullas pasan por la calle de mi casa, y hay puestos fijos no demasiado lejos (Colón y Pedro Molina), es relativamente fácil, para gente de apariencia no sospechosa, andar por la calle esperando la oportunidad de robar. Me consta, por una charla que tuve una vez con un Policía de Investigaciones, que conocen el territorio, con el que hablé sabía quiénes eran los delincuentes de la zona, y lo que hacían. Se quejó de que muchas veces los Fiscales no los dejan allanar los lugares que quisieran; también me consta de que los Fiscales se quejan de que tienen que cuidarse mucho para que los Policías no los hagan meterse en problemas por arrestar a alguien que no correspondía. No voy a entrar en el tema de las acusaciones que se hacen a la policía sobre eficiencia y corrupción, porque no es el tema, pero, si hay tantos episodios relacionados con esto, si se pueden recordar diversos intentos de reformar la Fuerza Policial, sin mayores resultados aparentes, se puede concluir que esto es parte del problema. Me parece obvio afirmar que la adquisición de equipamiento, móviles y tecnología, que es meritorio, por supuesto, se relativiza si no se solucionan los otros problemas.
El Poder Judicial es el otro aspecto a comentar: estuvimos más de siete horas para realizar la denuncia en la Oficina Fiscal mencionada. Las Auxiliares trabajaron mucho y bien, pero eran solo tres, número totalmente insuficiente para las más de treinta personas que esperábamos turno, sin contar a los detenidos que llegaban. Me fijé en el libro donde anotaban, y el 70% era para denunciar robos, y un 20% por violencia de género. Si tenemos en cuenta que el 63% (publicado en los medios) no denuncia los delitos de los que son víctimas (los que lo hacen, en gran parte como nosotros, es para poder cobrar el Seguro) porque lo consideran inútil, se puede tener una idea acabada de las dimensiones de la inseguridad en que estamos viviendo (o sobreviviendo). Solo un comentario más: como había visto a uno de los que robó se me consultó si podría reconocerlo. Acepté y se me dio acceso a una base de datos de fotografías que se podía filtrar por parámetros de edad, sexo, altura, etc. Confieso que lo hice preocupado por la posibilidad de encontrar a alguien que fuera parecido a la persona que me asaltó, y tener la responsabilidad de señalarlo o no. Nada de eso, el 95%, por lo menos de las fotos eran de individuos de rostros patibularios, como se decía hace mucho; llenos de las marcas del tipo de vida que llevan, por supuesto, casi todos morochos, y muchos de rasgos brutales. Se me ocurrió -y se lo dije a la Auxiliar que estaba atrás- algo que leí de Zaffaroni, y que decía algo así como que en la cárcel no están los más culpables, sino los más vulnerables.
De nuevo, esto es parte del problema, pero la solución es mucho más compleja, y, es más, creo que no estamos avanzando, sino retrocediendo.
La fragilidad de nuestros sistemas de vida:
De golpe, nos encontramos en manos de gente que se arroga derechos de vida y muerte sobre nosotros. Podemos perder nuestros bienes, nuestro dinero, ser golpeados, humillados y violados, y hasta morir. El aumento de la inseguridad -que no es nueva, pero sigue aumentando, y los ciudadanos de a pie lo sentimos sin dudas- nos hace patente que aquello que es propio de la vida, la relatividad y fugacidad de lo temporal, se ha tornado en una posibilidad de cada día. No es fácil sobrellevar esta realidad, no es fácil vivir la vida con esta sensación de peligro que nos rodea. Pone en cuestión todo nuestro sistema de vida, y puede llevarnos a estar pendientes de los posibles riesgos. Ya es tiempo de que haya una política en serio, que parta de una profunda comprensión de lo que es hoy la sociedad, sus problemas y dificultades. Si la hubiera, sería más fácil afrontar el tiempo que lleve mejorar la situación de seguridad, que no puede ser poco, y no hay que tener fantasías en soluciones simples y rápidas. Nunca es fácil resolver lo complejo, ni simple.
Lo que sí podemos hacer es mejorar nuestra actitud espiritual. Cuando lo contamos -muchas más veces de lo deseable, como ya dije- recibimos expresiones que hablaban de rabia, impotencia, y aun odio, y nuestra respuesta fue ya pasó, estamos bien, ni odio ni miedo. Está claro que eso tiene su base en que no nos golpearon, en que no nos desvalijaron, y tenemos Seguro, pero también en no dejar que no nos manejen emociones negativas, que no aparezcan las actitudes básicas y primitivas de la mente frente al peligro (no digo en el momento en que están sucediendo los hechos, sino después): luchar, matar, huir, porque esas “memorias equivocadas”, como se catalogan en Ho’oponopono (un arte hawaiano de resolución de problemas, una filosofía de vida), no nos dejan vivir plenamente, es más, nos enferman y matan. Esta espiritualidad que supera avatares negativos de la vida (lo que mencioné es un ejemplo, hay muchas maneras) es totalmente necesaria para tener una vida plena en este mundo complejo de hoy. Es lo que nos permitirá fortalecer nuestra fragilidad (añado la esperanza en la trascendencia como fundamental) y aproximarnos lo más posible a la felicidad propia, y colaborar con la de los demás.
Para concluir, quiero resaltar las fortalezas que he ido mostrando a lo largo de la entrada: solidaridad y capacidad de organización social, que hemos demostrado más de una vez, RRHH de buen nivel técnico y humano que podrían dar mucho más en mejores contextos institucionales, posibilidades de desarrollo espiritual. Claro, me dirán que esas son cosas que hay que construir. Y sí…, si estuvieran desarrolladas en general, seguramente estaríamos mejor, pero deben de ser el objetivo.
No podemos olvidar el modo en que hemos llegado a esta situación: políticas económicas dentro de proyectos políticos motorizados por sectores concentrados que encontraron referentes que instalaron estrategias que destrozaron el entramado productivo e industrial nacional: Martínez de Hoz, Cavallo, los varios responsables de la economía del macrismo. Tenemos que ser conscientes de esto y promover que los políticos hagan propuestas para resolver el problema de base.
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